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La vida verdadera de Pardo Bazán

La Razón
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ras la tormenta de la guerra ya no queda nadie». Con estas palabras, que nos conducen de nuevo al comienzo del libro de un modo crítico y, al tiempo, doloroso, concluye esta magnífica biografía de la novelista gallega; un libro en el que más allá de datos, opiniones o meras suposiciones, vibra de modo intenso y oportuno la vida –¿y por qué no?, también la obra– de una de las novelistas cumbre de la literatura española. Porque, Emilia Pardo Bazán fue en su tiempo una mujer de enorme celebridad, quizá, junto a la reina Victoria Eugenia, la mujer más conocida de toda la sociedad española; una mujer cuya notoriedad fue más allá de las estrechas fronteras de la sociedad española finisecular: Acude a la Exposición Universal de París de 1889, conoce a la famosísima actriz Sarah Bernhardt y se relaciona con Edmond de Goncourt, Victor Hugo, Emile Zola o Guy de Maupassant. Porque Emilia Pardo Bazán es, ante todo, una mujer moderna, cosmopolita, inclinada a los viajes al extranjero aunque sólo sea por «higiene mental». De ahí que antes que nadie en España conozca y propague la importancia de los novelistas rusos, a los que conoce en París: Dostoievski, Tolstói, Turguéniev, Gogol.

 

Retrato distorsionado

Pero sobre todo esta biografía hace añicos y, sobre todo, explica la imagen de una escritora a la que conocimos asociada a una suerte de tópicos que iban desde su papel reaccionario en lo político y lo religioso hasta el retrato, desde luego pintoresco y distorsionado, de la mujer-hombre. Así, recibió el desprecio de gran parte de los eruditos de la época (Clarín, Menéndez Pelayo, Palacio Valdés o Pereda) que la consideraban «una mujer que quiere meterse a hombre» o «literata fea con peligro de volverse librepensadora». Y es que a los 30 años ya citaba a Voltaire y se relacionaba de modo constante con los krausistas que pronto constituirán la Institución Libre de Enseñanza.

Estamos ante una mujer que se atrevió a transgredir las normas sociales, que tuvo la disposición de convertir el papel social de la mujer en otra cosa que la guardiana silenciosa del hogar, o a reclamar dinero a cambio del trabajo realizado, en su caso, de la escritura.

Por estas páginas, escritas con la frescura de las mejores obras del género, desfilan los más importantes prohombres de la época: Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, Lázaro Galdiano, Giner de los Ríos, Clarín o Menéndez Pelayo, hombres con los que tuvo sus desavenencias y amores apasionados. Pero también el lector podrá encontrar las razones de su estética, su adscripción al naturalismo y su pasión por Zola, reflejada en esas dos piezas imprescindibles, «La cuestión palpitante» y «La tribuna».

El trabajo minucioso de Eva Acosta tiene la virtud de denunciar el expolio («Auto de fe» lo llamará el profesor y crítico Ricardo Gullón) que de su archivo del Pazo de Meirás hizo Carmen Polo cuando mandó quemar su correspondencia, un saqueo que destruía una parte importante del legado histórico y cultural de España, una destrucción que había comenzado unos pocos años antes con el asesinato del hijo y el nieto de la autora en el Madrid asediado del verano del 36 a manos de las fuerzas de la FAI.

Eva Acosta abre y cierra la obra con las recreaciones literarias de estos hechos históricos. Este modo de proceder es sin duda un acierto, porque nos pone no ante un mero retrato académico de Pardo Bazán, sino ante un libro de más altura y envergadura (intelectual y literaria) en el que el lector podrá adentrarse en las luces y sombras de una vida que palpita en estas magníficas páginas. Un libro excelente de más que recomendable lectura. Un acierto en todos los sentidos.

 

Luis DE LA PEÑA