Lima
«Los economistas cuentan cuentos excepcionales»
En 1970 publicó «Un mundo para Julius» y el mundo, el real, saludó a un gran autor. Desde entonces, Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939), joven bien de la alta sociedad peruana –nieto de banqueros y descendiente del último Virrey de Perú–, se ha «exiliado» mil veces, en París, en Madrid, Barcelona, Canarias... Ha publicado numerosas novelas y cuentos. Con «El huerto de mi amada» ganó el Planeta en 2002. En unos meses publicará «La esposa del rey de las curvas» (Anagrama), cuentos que serán el aperitivo para otra novela. Ahora reside en Lima.
-Inaugura (ayer) los cursos de El Escorial con una lección magistral, «La suprema ironía de Miguel de Cervantes». ¿Cuál es esa ironía?
-Es una forma del humor en las antípodas, por compararle con otro genio del Siglo de Oro, del de Quevedo, que llega hasta autores como Cela. Consiste en reírse no de los defectos de la gente, sino de sus virtudes.
-¿Hace falta más ironía de este tipo en las letras actuales?
-Ya lo decía Max Aub en una novela genial, «La calle de Valverde»: uno no entiende cómo Cervantes pudo ser español. En cambio, en Hispanoamérica ha triunfado su ironía sobre el humor cruel de Quevedo... Era lo que se llamó «la sonrisa de la razón».
-Usted, que es un gran cuentista, ¿cree que nos han contado un buen cuento con la crisis?
-De la crisis oigo decir tantas cosas... Los economistas cuentan cuentos excepcionales. La historia prueba que usan un finísimo bisturí para las crisis que ya pasaron, en cambio para las que están en curso se valen de un escalpelo hecho pedazos...
-¿Son más cuentistas los políticos de allí o los de acá?
-¡Todos! La tristeza que se va apoderando del Gobierno de Barack Obama es no tener cuentos.
-¿Estamos así porque hay demasiados Panchos Marambios?
-Pues sí, el problema ahí es moral: en la arquitectura, la economía, la psicología... Hay mucho embaucador.
-Su familia, banqueros, era de la clase rica que ha retratado en sus novelas. ¿Los banqueros entonces eran muy diferentes a los de ahora?
-En cierta forma. En todo caso, lo eran los de mi familia: por eso lo perdieron todo. Pero riéndose. Preferían perder que ganar.
-¿Qué arranque de novela le sugiere lo que ocurre en Honduras?
-Centroamérica es un territorio olvidado de la mano de Dios, pasto de invasiones yanquis. Esta vez, EE UU no es responsable de nada, pero las cosas están patas arriba, la razón es la perdedora y la sinrazón, la fuerza y la violencia las ganadoras. Es un fenómeno ligado a la sociedad latinoamericana y herencia de la española.
–Barcelona, Lima, París, Madrid... ¿Es un viajero incansable?
–Es típico de los latinoamericanos: descendemos de tantas fuentes que queremos llegar al nacimiento del río. En mi caso, llegué a París para huir de mi familia. Después me he sentido como en casa en muchas ciudades europeas.
–¿Qué queda del «boom» de las letras latinoamericanas?
–Un buen paquete de grandes novelas. En el «boom» no estuvieron todos los que merecían estar. Pero fue un fenómeno útil para la literatura latinoamericana porque se proyectó en el mundo y por razones extraliterarias: los autores que habían admirado tanto la revolución cubana se arrepintieron y la criticaron.
–¿La figura de García Márquez, tan totémica, ha pesado mucho?
–Fue un escritor importantísimo, pero representó una vertiente de la literatura en América Latina, el realismo mágico, que no era la única. Había escritores muy grandes, como Vargas Llosa, un profundo realista. Y luego vinieron otros que nunca entraron en el «boom», como Manuel Puig, Julio Cortázar...
–¿Siempre le quedará París... o acaso Lima?
–Los dos, gracias a Dios. Y otras ciudades, como Madrid.
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