Historia

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Los favoritos de Hitler: así tomaron las SS el poder

La Razón
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La Sección de Asalto, con sus camisas pardas, fue el distintivo de la revolución nacional en 1933. Las SS (los hombres de capote negro) eran en cierto modo diferentes, pero aquel año fueron simplemente una de las muchas variantes nazis para los observadores alemanes y extranjeros. Sólo unos pocos «enterados» captaron su potencial y su especial amenaza. Ya en junio y julio de 1933, observadores perspicaces y quizá ilu­sionados creyeron reconocer signos de estabilización en la revolu­ción nazi, incluso una tendencia contrarrevolucionaria. En realidad, el sentido de la lucha por el poder había cambiado y de quitárselo a los albaceas de la Constitución de Weimar se estaba pasando a la lu­cha por el control de las instituciones de defensa nacional: el ejérci­to, la Policía, los ministerios y la administración del Estado. La ne­cesidad de preparar a Alemania para la batalla, incluida la necesidad de restaurar su productividad, era una sensación generalizada en todo el país, al margen de la militancia nazi. Sólo los métodos esta­ban en tela de juicio; y también a quién se le permitiría guiar o par­ticipar en la reconstrucción. Indecisión del Führer El otoño y el invierno trajeron más de­sorden, y los elementos radicales, no sólo de la SA y de las SS, sino también del partido y sus afiliados, como la Organización de Célu­las Fabriles y la Organización de Empleados del Pequeño Comer­cio (NS Hago) protagonizaron ataques contra cadenas de grandes almacenes, firmas judías y patronos impopulares. La derecha con­servadora también enseñó los dientes e incluso presionó para la res­tauración de la monarquía. Pero nadie sabía qué hacía falta para consignar el «fin de la revolución». En última instancia, la sangría del 30 de junio de 1934 no requirió ni guerra civil ni grandes medi­das de represión, sólo la acción decidida de una fuerza pequeña y de confianza. Pero ni al ejército ni a los jefes de la Sección de Asalto les cabía en la cabeza una intervención así, aunque Röhm y sus lugartenientes reconocían la necesidad de actuar. El ejército no estaba preparado para destruir a sus potenciales aliados de la derecha polí­tica; Röhm y sus encumbrados colegas no deseaban destruir las fuerzas revolucionarias que les habían llevado al poder. Las dos par­tes contemporizaron durante un año, ayudadas por la indecisión de Hitler(...). El aumento del color en los uniformes dio a los mítines de la SA el chabacano encanto de un circo o una jaula de pájaros tropicales. Mientras tanto, Röhm pro­nunciaba un discurso tras otro advirtiendo a los conservadores de que la revolución distaba mucho de haber acabado, procurando de este modo mantener vivas las fuerzas con las que esperaba empuñar con Hitler las riendas del Estado, aún firmemente sujetas por las viejas élites militares y económicas. El método del ejército era mantenerse al margen del movimien­to nazi, estimular su nacionalismo y su vehemencia, utilizar a sus voluntarios en la casi secreta Defensa de Fronteras (Grenzschutz), oponerse a todos los esfuerzos por fundir la SA con la Reichswehr y presionar a Hitler para que consiguiera la estabilización económi­ca y política y pusiera fin al terrorismo revolucionario limpiando sus propias filas de indeseables. Por negarse a participar directamente en la restauración de la ley y el orden, la cúpula militar puso la au­toridad en manos de Himmler y Heydrich. Cuando el 30 de junio se congregaron y armaron las unidades de las SS en los cuarteles de la Reichswehr, fue como si el ejército estampara su sello de aproba­ción en una medida que ni había iniciado ni controlaba. Impotencia de la Policía Himmler, por el momento, no quiso reorganizar las SS a nivel regional, siguiendo el modelo militar, como había hecho la SA (...). Empezó a hacerse hincapié en la diferenciación e in­dependencia de las SS. Las SS se pusieron a competir con la SA por la captación de estudian­tes, líderes de empresa y profesionales de la comunidad y, por enci­ma de todo, por la captación de peces gordos del partido. Sin embargo, fue más decisivo que Himmler y Heydrich supie­ran explotar las funciones tradicionales de la policía y el contraespio­naje de las SS para hacerse con el aparato policial alemán(...). La impotencia de la policía frente a los delitos comunes, las que­jas de la SA contra la brutalidad de la policía y su «anticuada» bu­rocracia, y las sentencias judiciales contra hombres de la SA impli­cados en disturbios y saqueos ocupaban la primera página de los periódicos. En otoño estallaron casos escandalosos de tiroteos al es­tilo del salvaje oeste y trifulcas privadas entre funcionarios nazis. Naturalmente, las SS no eran ajenas a todo esto, ni tampoco esta­ban mucho mejor disciplinadas. Sin embargo, las SS tenían varias ventajas: 1) Tenían menos miembros y en consecuencia sus elemen­tos alborotadores representaban un porcentaje menor del proble­ma total; 2) Los funcionarios de policía con mentalidad nacionalista estaban más dispuestos a unirse a las SS que a la SA, porque las SS ya tenían una categoría social superior debido a los empresarios y profesionales que habían ingresado en ellas en los años anteriores; 3) El SD de Heydrich poseía una red de alcance nacional que no te­nía la SA, un instrumento que permitía a los agentes secretos con­trolar como mínimo a la Policía Política de una comunidad, cuando no conspirar en la sombra y apoyar las reivindicaciones del partido. Con ayuda de Frick, ministro del Interior del Reich, entre octu­bre de 1933 y enero de 1934 Himmler se nombró a sí mismo comi­sario superior de la Policía Política de todos los estados alemanes menos Prusia. La Policía Política ya estaba a merced de Himmler gracias a unos pocos (y a menudo jóvenes) policías que se habían unido a las SS. Sorpren­dentemente, hubo poca oposición burocrática a este movimiento, debido quizá a la tremenda confusión de la época, a la antipatía que se sentía por los comisarios de la SA, a que la juventud de los hom­bres de las SS y el SD les hacía parecer «inofensivos» o a que en las SS y el SD ingresaron jefes más viejos y de confianza de la Kripo, la Policía Criminal o Judicial. La creación de una sede del SD en Stuttgart es un buen ejemplo. Werner Best, joven agente de la Poli­cía nazi de Hesse, adquirió fama allí tanto por su eficacia como por su diplomacia. Naturalmente, la cúpula administrativa de la Policía de la SA se dio cuenta y se quejó de la táctica de Himmler y Hey­drich, pero Röhm y la SA parecían haberse aislado tanto de la sede del partido local como de la cúpula de la Policía, así que ésta no te­nía aliados, salvo en la calle: precisamente los demonios que había que exorcizar (...). Juramento de lealtad Durante las ceremonias de Múnich del 8-9 de noviembre de 1933 para conmemorar el décimo aniversario del golpe de la cerve­cería, Himmler hizo jurar lealtad personal a Adolf Hitler a los hom­bres de las SS reunidos en la Feldherrnhalle: «Te ofrendamos, Adolf Hitler, nuestra lealtad y valentía. Te ju­ramos obediencia personal a ti y a los superiores que nombres, has­ta la muerte, ante Dios.» Prefigurando, aunque no sirviendo de modelo para el decisivo juramento de la Wehrmacht de 2 de agosto de 1934, esta ofrenda de la lealtad personal de las SS llegó a tener mucho más peso que el anterior juramento de la SA a Röhm, de octubre de 1932. Los hombres de las SS tuvieron así un mecanismo visible de canaliza­ción de la lealtad que reflejaba la lealtad del antiguo ejército hacia el soberano. La incapacidad de la SA para seguir y consolidar su pri­macía por este conducto fue sintomático: la lealtad a Hitler era irre­levante para ellos. Aquí estuvo su error. Maniobra de engaño Muchos observadores piensan que la concesión del escaño mi­nisterial a Röhm el 1 de diciembre de 1933, junto con otro a Hess, fue una simple operación para «tapar grietas» mientras Hitler pre­paraba la ruptura con Röhm a su debido tiempo. En vista de la for­ma en que había tratado anteriormente a Stennes, el movimiento de Hitler podría tomarse perfectamente por una maniobra para enga­ñar y tranquilizar a Röhm. Sin necesidad de negar esta dimensión táctica de Hitler, también podría ser que Hitler, de esta manera, hu­biera dado a Röhm un nuevo campo de actividad, paralelo al de Hess, en el que esperaba que transformara a su SA en un cuerpo de instrucción útil, no sólo para que los ciudadanos hicieran ejercicios antes y después de pasar por el ejército, sino también para instruir­los en la lucha política contra los judíos, los católicos, los reacciona­rios, etc. (...). Los oficiales de las SS buscaban puestos en su nuevo aparato y Himmler tenía que despachar a los altos mandos de las SS que tropezaban con su antipatía. Fue Röhm, no Himmler, quien recomendó a Hitler todos los nombramientos de comandan­tes, tenientes coroneles y coroneles de las SS, incluso y especialmen­te los honoríficos. Röhm estaba en condiciones de aplastar a las SS y sólo por su obstinada determinación de desafiar a Hitler y la Reichswehr su Sección de Asalto y su poderoso Estado SA quedaron en manos de Himmler y Heydrich.