Literatura

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Los misterios de un triunfo

La Razón
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Manuel Azaña, en un famoso artículo de 1923, titulado «Todavía el 98», criticaba a aquella generación porque entendía que sus miembros dejaron de pensar en más de la mitad de las cosas necesarias. Pero, además, se habían impuesto de tal manera que no había forma de dejar de tenerlos en cuenta. No creo que fue­ra posible para los contemporáneos decir que los miembros de la gene­ración del 27 olvidaron pensar en las cosas necesarias porque quienes la componen entendían la poesía, no como fruto de momentáneas y su­perficiales inspiraciones, sino como obra organizada, reflexiva y sabia. Si no hay forma de interpretar el siglo XX español sin referirse a los planteamientos iniciales del 98, tampoco puede hablarse de la poesía española actual sin referirse a la generación de 1927, pero en esto último no hay hartazgo alguno.
La única actividad romántica que realmente conocimos los españoles fueron las rebeliones populares contra el ejército napoleónico, irreflexivas y sin continuidad. Nuestra literatura sólo tuvo algunas posturas de escaparate, el suicidio de Larra y la generosa entrega de José de Espronceda. Desconocimos lo que fuera la gran renovación de las creencias filosóficas y de las ideas estéticas. El realismo careció del genio que supiera inflamar de lirismo o decadencia una burguesía escasamente ilustrada y el simbolismo sólo contó con un Bécquer mal leído y escasamente comprendido. Sólo Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez permiten un respiro de buen gusto desde los Argensola. Aleixandre, García Lorca, Guillén, Alberti, Prados, Salinas, Cernuda, Diego, Alonso supieron ensayar y desarrollar las líneas posibles de la poesía moderna. La crearon en una lengua y un país que no se habían planteado realmente desde hacía dos siglos los grandes dilemas de la literatura.
Que la generación tuvo mucho de artificial, que gozó pronto de un estatuto de oficialidad nunca suficientemente explicado, que el grupo principal de autores ninguneó a aquellos otros que no entablaron relaciones amistosas, que pareciera que la prosa y el teatro carecían de importancia y sólo en los últimos años estamos recomponiendo la nómina de nuestra modernidad, todo ello es cierto y, sin embargo, tampoco las huestes de poetas que entronizaba académicamente Dámaso Alonso podían en justicia ser mucho más numerosas. ´

¿Hay algún poema nuevo?
Supieron hacerlo todo y rápidamente, repartiendo de forma irregular los campos y responsabilidades, aceptando las diferencias sin negar lo que el otro hacía. Componen un manual de formas y estilos literarios, incorporando la vanguardia posdadaísta, el barroquismo, el intimismo de la nueva sentimentalidad, el neopopularismo, el superrealismo, la poesía pura, la poesía comprometida social o políticamente, el prosaísmo intimista o filosófico... Todo está en el 27 y cada período de la posguerra y cada poeta cruzaron alguna de las trochas abiertas por los autores de los treinta.
¿Qué hemos hecho en verdad de nuevo? Jenaro Talens escribió un día que no habíamos escrito nada original desde el poema «Espacio» de Juan Ramón Jiménez. ¿Pero acaso esa obra magna juanramoniana podría haberse ideado sin los poetas discípulos del 27? Porque Juan Ramón posibilitó la aventura verbal y poemática de la generación de la amistad, pero ésta asfaltó la senda abierta para que el viejo maestro pudiera caminar más deprisa.


Intento escapar de las anécdotas personales, pero sé que en la casa de mi hija podría encontrar aquel libro de Lorca que robé en la biblioteca de mi padre. Un lápiz verde todavía subrayará las espuelas de los bandoleros que cantan en la luna negra un despertar al ritmo y la tragedia, tragedia que la paz familiar intentaba no esconder, sino hacer vivible a los niños. Y el caballo de Lorca lleva mi recuerdo a las tardes de sábado en que otro poeta, altísimo, de lu­minosos ojos azules, encerraba su perro tras una puerta y bajaba a conversar junto al enorme árbol del jardín de Velintonia tres.

La sombra conduce a la luminosidad del cántico guilleniano y el acento lo recuerdo al contemplar la rojiza tapia de la casa de Altolaguirre y Concha Méndez, en Coyoacán, donde vivió Cernuda. Estos poetas han ido horadando nuestras vidas, recubriendo los poros de nuestro rostro, iluminando nuestra palabra. Nos han hecho o nos hemos hecho a ellos. Porque no se trata sólo de la lectura de­tenida, del estudio de la obra de los poetas y de la admiración por ella.
Del 27 hemos aprendido a escribir, pero también y, sobre todo, hemos aprendido a vivir. ¿Qué poeta español nacido en los años cuarenta, cincuenta o incluso sesenta no robó un li­bro de Lorca; no jugó o rió en casa de Aleixandre; no escribió a Jorge Guillén y acabó vi­sitándolo frente al mar malagueño; no rebuscó ediciones americanas de Cernuda; no enmarcó un dibujo de Alberti y acudió a saludarlo a un mitin del partido; no obtuvo una crítica elegante, cortés y ani­madora de Gerardo Diego a su primer libro; no consiguió una pa­labra precisa, un consejo exacto y una risa de pícaro en el Chamartín de Dámaso Alonso? ¿Y qué simple lector no define hoy la poesía desde sus lecturas, aunque fueran lecturas escolares, de la generación del 27?


Todos los nombres, todos los estilos

Una de las grandezas de la generación del 27 fue su capacidad para ensayar todos losmodos, todas las visiones poéticas contemporáneas. Y no sólo como grupo, sino también como individuos. Porque ninguno de los miembros de la generación se limitó a un solo estilo.