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Matisse o la alegría de vivir

La Razón
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ilary Spurling ha escrito la primera biografía de Henri Matisse. No es que faltaran biografías de este maestro del siglo XX, pero todas estaban plagadas de tópicos e imprecisiones. La fama es buena hagiógrafa, pero mala biógrafa. Existen magníficos estudios sobre la obra de Matisse, y recopilaciones de sus escritos y pensamientos, pero están dedicados al análisis de una obra, no a la existencia del artista como recorrido vital. Aún son válidos los estudios de Alfred Barr, «Matisse: His Art and His Public» (1951), Pierre Schneider, «Matisse» (1984), y Jack D. Flam, «Matisse: The Man and His Art, 1869 -1918» (1986) y las recopilaciones de textos y pensamientos «Henri Matisse: Écrits et propos sur l'art» (1972), por Dominique Fourcade y «Matisse on Art» (1973, revisada en 1995), de Jack Flam. Pero ninguno ha sido traducido al castellano. Es por ello que el doble tomo de Hilary Spurling –«El pintor desconocido 1869-1908» y «El maestro reconocido 1909-1954»–, publicado en inglés en 1998 y ahora traducido por Edhasa, cubre una de las numerosas lagunas de la historiografía artística en castellano.

En su largo recorrido –la biografía suma1.300 páginas–, Spurling segmenta la cronología en los viajes y estancias del pintor, fundamentales por la luz del paisaje, el entorno cultural o las amistades trabadas. El trabajo más arduo se halla en el primer tomo, más dificil de documentar, en los periodos de penuria económica, de incomprensión estética, de dificultades no superadas por muchos de sus compañeros de pincel. Matisse es hijo de un comerciante de semillas, establecido en Bohain, territorio cercano a Flandes.

 

Intuición innata

Pasará sus primeros veinte años en esta zona tenebrosa, fría y árida, donde la revolución industrial no permite muchas alegrías artísticas más allá de los oficios relacionados con la industria textil. La madre de Matisse decora cerámicas, pero Henri –con una intuición innata por los colores– no descubrirá su pasión hasta una larga convalescencia en el Hospital. Será cuando un compañero de habitación, que pasaba las horas copiando postales de pintura flamenca, le dejará unos tubos y un pincel.

Matisse verá la luz, y a pesar de la oposición paterna, acabará yendo a París para preparar su ingreso en la Escuela de Bellas Artes. Hay que entender que era difícil para cualquier amante del arte observar directamente una obra maestra. Según Matisse: «Antes no me interesaba nada, sentía una gran indiferencia hacia todo lo que intentaban obligarme a hacer. Desde el momento en que sostuve la caja de pinturas de colores en mis manos, supe que ésa era mi vida. Como un animal que se lanza de cabeza hacia lo que desea, yo me tiré al agua. Era una atracción tremenda, una especie de Paraíso Encontrado en el cual me sentía completamente libre, solo, en paz...».

En París, conoce al pintor pompier Bouguereau, pero pronto será acogido por Gustave Moreau, quien le enseñará las obras maestras del Louvre. Según Moreau, para protegerse de la pintura moderna, de Bouguereau y los impresionistas, había que empaparse de los Grandes Maestros. Matisse tenía dificultades para la perspectiva o dibujar del natural: «Creía que nunca sería capaz de pintar, porque no pintaba como los otros. Entonces vi las pinturas de Goya, en Lille y fue cuando comprendí que la pintura puede ser un lenguaje: pensé que podría llegar a ser pintor».

Chardin fue la segunda influencia de Matisse, pero pronto descubriría, en la destartalada tienda de un joven Vollard, a van Gogh y Cézanne. Pese a las penalidades económicas, a un hijo de una primera unión y a un posterior matrimonio, empeña una joya de su esposa y troca doce de sus telas para adquirir a Vollard «Tres bañistas» de Cézanne. Su esposa apoyará siempre a Matisse.

En 1905, viaja a Colliure. Allí, descubrirá a Aristides Maillol y la escultura del románico pirenaico; desarrollará sus intuiciones por el color puro y, junto a Derain, engendrará el «fauvismo» –o pintura de fieras–. En el Salon des Indépendants de París, en 1906, exhibe «La alegría de vivir», causando una hilaridad desaforada. «Los parisinos que pueden aún recordarlo dicen que, desde la entrada, conforme iban llegando al salón, se oían gritos que iban guiándoles hacia un estruendo de burlas, voces airadas y sonoras carcajadas que surgían de la multitud que se arremolinaba riéndose alrededor de la apasionada visión que tenía el pintor de la alegría de vivir», recuerda la historiadora Janet Flanner.

 

En el momento justo

Entonces, un joven galerista, Eugène Druet, apostó por ese nuevo valor, organizando una exposición de Matisse. Y cuando mayores eran las críticas, irrumpió un rico industrial, Sergei Ivanovich Shchukin, pasmado por la intuición del artista. Al mismo tiempo, un joven rentista norteamericano, Leo Stein, quedó primero asqueado y luego fascinado por Matisse. Stein, hermano de Gertrude Stein, escribiría sobre «La alegría de vivir»: «Era lo que sin saberlo, yo estaba esperando, y lo habría arrebatado en el acto, de no haber necesitado unos días para recuperarme de la desagradable impresión que me causó la manera de aplicar la pintura».

Picasso, irrumpiría en la vida de Matisse, alimentando una durísima rivalidad que sólo terminaría con la muerte de Matisse, y la sentencia picassiana: «Qué bien, acabo de heredar las odaliscas». Sobre las relaciones entre Matisse y Picasso se ha escrito mucho. Valgan como testimonio las pintadas que los camaradas de Picasso dejaron en Montmartre: «¡Matisse te vuelve loco!, ¡Matisse es más peligroso que el alcohol! ¡Matisse hace más daño que la guerra!». A causa de estos ataques, Matisse pasará un mes recuperándose entre Granada y Sevilla, descubriendo la Alhambra. París acabaría dividido entre picassianos y matissianos. Matisse insistía en que, mientras que todos los caminos estaban abiertos para Picasso, para él hubo sólo un camino posible. Matisse se nos revela como una semilla delicada pero invencible, a pesar de las muchas trabas y dificultades. Más que la «Alegría de vivir», Matisse reivindica el ansia por pervivir, la persistencia de la voluntad, el triunfo del color sobre la estructura.