India
Merece el nobel
Fui a la India en el año 1965 a la búsqueda de un misionero singular y me encontré con un gurú blanco con cruz y sotana que evangelizaba encontrando a Dios en el pedazo de pan que se da al hambriento o en el vaso de agua que se da al sediento. Titulé mi reportaje «El loco de la ciudad del infinito», porque aquel hombre pretendía convertir en paradisíaco vergel la tierra más árida y lunar de la India: Andhra Pradesh. El taumaturgo obró el milagro sólo con esa fe que mueve montañas y con la ayuda de una providencia que jamás le abandonó. Vicente Ferrer fue un loco, un visionario, pero, ante todo, un líder con un extraño poder carismático. Así, de la noche al día construyó un imperio donde reina la paz, la prosperidad y la convivencia. Hombres como él hacen falta, no sólo en el Tercer Mundo, sino incluso aquí, en nuestra España. Por eso reclamamos para Vicente y su fundación el Nobel de la Paz. Recuerdo una de nuestras últimas conversaciones, me confesaba: «Es verdad que ante el profundo misterio del bien y del mal no vemos solución razonable. Por tanto, lo único que certifico es que esa providencia existe. Y cuando me preguntan «‘‘¿cree usted en el cielo?'', respondo, ‘‘si Dios lo quiere, yo también, y si no lo quiere, yo tampoco''». Se trata, a fin de cuentas de una entrega sin límites a la bondad última. Es entonces cuando todo se ordena en sí mismo y la paz se establece en toda la vida. Murió antes de hora. No le dio tiempo a culminar sus últimas «locuras». No importa, lo finalizará Ana, su mujer, a la que él llamaba su ángel. Biógrafo de Vicente Ferrer
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