Castilla y León
Mi vida sin coche oficial: los apuros de los ex altos cargos
En los próximos días, Pérez Touriño, aparcará su coche fantástico, se despedirá del chófer y entregará las llaves de su superdespacho. Los expertos y un puñado de ex altos cargos cuentan cómo es el retorno a la vida civil.
Imagine a un cincuentón cara a cara frente a su primer teléfono móvil recién comprado. Le han explicado cómo funciona, pero no está seguro de haberlo entendido del todo. Después de mirar el cacharro de arriba a abajo, del derecho y del revés, se atreve a marcar las teclas, con la inevitable torpeza del principiante, para enviar el sms que le servirá de bautismo. Segundos después... piii-piii. Prueba conseguida. Lástima de la desalentadora respuesta: «¿Y tú quién eres?». Los problemas del maduro usuario con su móvil no vienen motivados por la edad ni por su inevitable divorcio con las nuevas tecnologías. Más bien están causados por una sobredosis de coches oficiales, escoltas, asistentes personales y mayordomos encargados de apretarle, durante diez años, hasta las teclas de un teléfono. El atribulado usuario, según confesión propia, no es otro que Tony Blair, y el incidente el resultado de su poca maña con el primer móvil que se compró cuando abandonó Downing Street.Conducir otra vezQue a un ex primer ministro tengan que enseñarle a usar el teléfono puede parecer exagerado, pero no lo es. En mayor o menor medida, ocurre hasta en las mejores familias. El fugaz ex ministro Manuel Pimentel tuvo que comprarse un manual de informática para aprender cómo funcionaban el excel o el word. El ex alcalde de Madrid, Juan Barranco, aprendió por su cuenta a navegar por internet y a usar el móvil, «porque el del coche era como un zapatófono». Jesús Posada, ministro por dos veces y presidente de Castilla y León, percibió enseguida que tanto chófer le había hecho perder práctica al volante. Y a otro ex, esta vez del PSOE, Jordi Sevilla, lo que más le costó fue someterse en los aeropuertos a tantos controles nuevos para él: «Las colas, quitarme el cinturón, los zapatos, los líquidos... y el chisme que sigue erre que erre haciendo ‘‘piiii'' cada vez que pasas y no sabes qué más quitarte», admite en su blog. Más de un «ex» se habrá hecho la pregunta. ¿Hay vida después del coche oficial, del chófer que nos conduce sin decir ni «mu», del escolta que nos abre la puerta, del policía que se cuadra a nuestro paso, de la corte de «pelotas», del gigantesco despacho donde los «buenos días» vuelven con eco y no se pone el sol? La hay, pero a veces cuesta asumirla. A juzgar por la querencia del todavía presidente gallego, Emilio Pérez Touriño, por las sillas de diseño, los despachos de revista y sus cuatro coches, ser un «ex» no siempre es fácil. Lo explica el escritor y piscopatólogo José Buendía, experto en analizar el síndrome de la adicción al poder: «El sillón es tan erótico que algunos se entregan a sus brazos como si en ello les fuera la vida, hasta el punto de que cuando lo dejan lloran como niños. Y eso por no hablar de toda la masa de cortesanos y enchufados que se van con ellos». Buendía habla con conocimiento de causa, ya que entre los pacientes a los que ha tratado se encuentran alcaldes, consejeros «y algún ministro». «Los políticos o altos ejecutivos llevan una vida aparentemente feliz, pero han de pagar un alto precio por ser ‘‘grandes''. Esa actividad frenética y cargada de responsabilidades hace que vivan en estado de tensión permanente y no les quede tiempo para la familia, los amigos o aprender a relajarse. El resultado es un estrés insufrible llamado síndrome del hacedor, que frecuentemente acaba en ansiedad, depresiones o incluso afecciones coronarias», comenta.Juan Fernando López Aguilar, ex ministro de Justicia, es uno de los que desmitifica la poltrona: «Hay gente que cree que ser ministro es algo estupendo y que debería languidecer cuando deja el puesto, pero se equivoca. Yo tenía un sueldo de 4.600 euros, ridículo para la estructura salarial que había».Mis queridos asesores¿Qué echan de menos los altos cargos que dejan de serlo? A tenor de las respuestas de diez «ex» que ha recabado este periódico, ni el coche oficial ni el despacho. Pero sí esa corte de asesores que resuelve hasta el último problema de intendencia. «Yo soy un tipo austero, rayano en lo espartano –confiesa López Aguilar–. No echo de menos almorzar en sitios estupendos, que no lo hacía; ni el coche de alta gama, que me es indiferente; ni todo ese entorno institucional, ese empaquetamiento. Pero sí el fantástico equipo que tenía».Por lo pronto, y como debe ser, los políticos de a pie caminan más. A dos de ellos los localizó LA RAZÓN paseando por Madrid. Uno es el diputado Barranco: «Yo pasé directamente del coche oficial a tener un billete de Metro de diez viajes, que usé ayer mismo para ir al Congreso, así que a mí no me costó el cambio. A los sitios voy andando, en taxi o en Metro, porque el único coche que tenemos lo usa mi mujer, que lo necesita más». El otro que ahora lleva un vida más sana es Jesús Posada. «Creo que hablo por la mayoría cuando digo que el despacho o el coche no se echan de menos, sino la gente que tienes alrededor, que te resuelve muchas cosas», admite. En el caso de su compañero Miguel Arias Cañete, su salida del Ministerio fue toda una declaración de intenciones: «Me fui en mi Vespa y enseguida me saqué mi abono de Metro de diez viajes». A los pocos días estaba participando en carreras de coches clásicos, su gran pasión.Algo similar piensan dos ex presidentes, como pronto lo será Touriño. El valenciano Joan Lerma (ex ministro también con Felipe González) asegura que no añora el coche oficial, un Ford heredado de la Diputación: «Salvo que ahora tienes que ir con mucho más tiempo a los sitios y es muy difícil aparcar, no lo echo de menos». «El coche oficial te da cierta comodidad –explica el navarro Juan Cruz Alli–, pero te mentalizas de que todo acaba». Alli, que concibe la política como «un gran circo» de funambulistas, cree que lo más importante es trabajar con red: «Yo pedí mi ingreso en la universidad al día siguiente. El problema son los que hacen de la política su modo de vida».No más de ocho añosEn eso mismo coincide el profesor Buendía. También Manuel Pimentel. «Influyen la fortaleza y honradez del político –explica el psicopatólogo–, pero también el tiempo que pase en el cargo. Ninguno debería estar más de ocho años». «Me he encontrado ex altos cargos que se sienten minusvalorados por la pérdida de estatus –afirma el ex ministro–. Al principio vives un período de descomprensión y no sabes muy bien qué hacer. Te sientes como un elefante en una cacharrería, pero a mí no me costó porque había conservado las aficiones y las amistades». ¿Qué tiene la política que a todos enamora? «Todavía llego a los sitios y me miran. Aún haces ruido. Es grato», reconoce Pimentel. «Gobernar es duro, pero cuando lo dejas te sientes como un jugador que quiere saltar del banquillo a tirar la falta», apostilla Lerma.La clave está siempre en tener un despacho con ventanas a la calle. «A veces puedes llegar a perder el contacto con la realidad, y necesitas que los que te rodean te tiren de vez en cuando de la chaqueta para mantenerte con los pies en el suelo», reconoce la ex alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril, hoy diputada. Eso o, como dice la ex ministra socialista Carmen Alborch, no olvidar nunca que todo es pasajero. «Yo me repito siempre lo mismo: ‘‘El señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea su Santo nombre''». Amén.
Un político en el supermercadoEl día que el ciudadano Blair perdió la virginidad con el móvil ya había experimentado otra rara sensación, la de pararse en un semáforo en rojo, acostumbrado como estaba a que la Policía le abriera el paso. ¿Tan difícil es adaptarse al día a día? No culpen de ello a los asesores. «Las agendas de los políticos están tan cargadas que no las podríamos cumplir si, por ejemplo, tuviéramos que buscar sitio para aparcar. No hay más remedio que sea así», afirma Carmen Alborch. Otra cosa es cuando se pasa página. ¿Cómo es la intendencia diaria? ¿Van los «ex» al banco o al súper? Depende de lo que cada uno se quiera implicar en casa. Arias Cañete afirma que, siempre que puede, se recorre los centros comerciales. Más resignado está Barranco. «Cuando era alcalde no hacía la compra, y ahora me limito a acompañar a mi mujer y a llevarle las bolsas. Empecé trabajando a los 14 años en la Bolsa de Comercio de Madrid y ahora he vuelto a las bolsas. ¡Nada ha cambiado!», comenta con sorna.
✕
Accede a tu cuenta para comentar