Tokio
Mishima vence al personaje
Aparece por primera vez en español «El color prohibido», la novela de un triángulo amoroso en el Tokio de la posguerra
Por fortuna, a Yukio Mishima todavía no lo ha devorado su propio personaje, aun siendo su vida entera y las actividades a las que se dedicó más que suficientes para eliminar al artista y quedarse con el individuo extravagante que preparó al dedillo su suicidio y, como dice Javier Marías en un artículo, protagonizó toda clase de majaderías. Queda su potente obra, alrededor de cien libros entre novelas, cuentos, ensayos, y muchos otros textos de teatro Kabuki y demás trabajos secundarios que nunca llegarán a Occidente. Mishima nos dejó, entre muchos textos destacables, «Confesiones de una máscara» (1951), su debut narrativo con el que obtuvo un enorme éxito, y la tetralogía «El mar de la fertilidad», pero también una existencia obsesionada con la muerte y con restaurar el Japón más rancio.
Felizmente, decíamos, la obra perdura, y las excentricidades del autor ya se han vuelto anecdóticas, aunque algunas anécdotas tengan un trasfondo inquietante y hasta sanguinario: su complejo de tipo bajito que dedicó sus últimos quince años a hacer pesas y a fotografiarse en poses entre religiosas y sensuales, la fundación en 1967 de un grupo de extrema derecha llamado Tatenokai, formado por cien jóvenes a los que adiestraba bajo la idea de servir a la patria frente a una sociedad consumista y decadente, su harakiri al fin en el despacho del jefe del estado mayor del ejército, en protesta contra la desmilitarización de Japón y la pérdida de sus valores tradicionales...
El Mishima adulto, narcisista, que se creía un genio y ansió el premio Nobel, que grabó discos, viajó por todo el mundo, se casó y tuvo hijos para complacer a su madre a pesar de su homosexualidad, el que se libró de ir a la guerra y a la vez anheló una muerte heroica y anónima, es víctima de una trayectoria familiar espeluznante.
Un joven inestable
Su tiránica abuela destruyó su infancia con crueldades diversas; el padre, de tendencias nazis, le prohibió escribir, le obligó a cursar Derecho y ni lamentó su suicidio. A Kimitake Hiraoka (su verdadero nombre) ese desapacible entorno le hace ser un adolescente inestable, un hombre que se salva por la disciplina del trabajo y la creatividad de su talento.
El lector tiene una prueba de ello gracias a la recién publicada novela de 1954 «El color prohibido» (Alianza Editorial), una historia inédita en castellano de un triángulo amoroso infructuoso –un escritor sexagenario y dos jóvenes, un hermoso chico gay y una muchacha– ambientado en el Tokio de la posguerra. Qué clase de dolor, de rabia, de impotencia, recorrería a Mishima para, luego de visitar a su editor para darle la última parte de su tetralogía, ser capaz de entrar en el cuartel de la Fuerza de Autodefensa con la excusa de visitar a un general, maniatar a éste y reducir a los guardias, salir al balcón para proclamar sus arengas a un público que se mofó de él, y luego, tras gritar tres veces «larga vida al emperador», clavarse una daga –lo que tenía ensayado como actor en la película «El rito del amor y de la muerte»– y dejarse decapitar por un compañero que necesitó tres tentativas para lograr el propósito de cortarle la cabeza a él y al que fue probablemente su amante. Clavarse una daga representaba para Mishima «la masturbación definitiva», una explosión de vida y muerte. Sin duda, una suprema contradicción al hilo de lo que dejó escrito en una nota hallada en su escritorio póstumamente: «La vida humana es breve, pero yo quisiera vivir siempre».
El drama de su vida vuelve a los cines
Vuelve a las pantallas españolas «Mishima. Una vida en cuatro capítulos», de Paul Schrader, producida en 1985 con el apoyo de Francis Ford Coppola y George Lucas. La película se centra en el último día de vida del escritor japonés con constantes «flash-back» en los que se reconstruye la infancia de Mishima (1925-1970), sus comienzos como escritor, la llegada del éxito, sus obsesiones por la belleza física y sus gustos sexuales. Para algunos críticos, «Mishima», con banda sonora de Philip Glass, fue la obra maestra de Schrader, una película etiquetada como experimental y radical en la que se describe la búsqueda de la espiritualidad en un mundo loco y enfermo.
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