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OGMs

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Vivimos en un mundo en el que, lógicamente, nos influimos unos a otros; algunas veces de manera positiva, y otras no tanto. En ese sentido, me parece que la reciente resolución de la Comisión Europea de suspender la siembra de ciertas semillas que son organismos genéticamente modificados (OGMs), en una línea premonitoria de ir a más restricciones de biotecnología, es el resultado del influjo de ciertos grupos que se autodenominan ecologistas. Y que en muchos casos, lo que hacen es ignorar el progreso, como han señalado sabios de la estirpe de Borlaug y Lovelock, ambos más ecologistas que nadie. En el año en que se celebra el sesquicentenario (treinta lustros) de la formulación de la teoría evolucionista por Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, será bueno recordar que esos grandes naturalistas, descubridores de la filogenia de la creación evolutiva, expresaron su admiración por una clase especial de selección: la que desde tiempos inmemoriales realiza el hombre en la búsqueda de las mejores variedades de plantas y animales. Más concretamente, desde la revolución neolítica, cuando la especie humana pasó de ser cazadora y recolectora, a convertirse, progresivamente, en agricultora y ganadera, los rendimientos de los cereales, o de los arbustos y árboles que hoy nos dan vinos, aceites y frutos de todas clases, han ido creciendo, y lo mismo ha sucedido con los animales que por entonces empezados a domesticarse. De modo que fue la labor humana, de diez milenios, la que aceleró transformaciones muy significativas, con resultados impactantes para la vida humana. Ahora, los OMGs, o vulgo transgénicos, son eso mismo, a mayor aceleración, permitiendo luchar mejor contra las plagas y las sequías, o tener más tolerancia a los herbicidas. Es necesario investigar los impactos ambientales de los OMGs, pero resulta necio prohibirlo todo, sin más ni más. Sinceramente, creo que la UE debería reflexionar más, para no perder el tren del progreso agrario.