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Si hubieran sido otros

La Razón
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Ala hora de hacer una valoración del acto a favor de la familia, convocado por las asociaciones familiares y por la Iglesia, que tuvo lugar ayer en Madrid, creo que lo justo sería hacerlo como si en vez de tratarse de ese asunto y de esos convocantes, fuera otro el tema y otras las instituciones que aglutinaban a los que acudieron.
Imaginemos que ha sido un sindicato que pedía mejoras salariales; no cabe duda de que, a estas horas, el Gobierno de turno estaría debatiendo con los representantes sindicales para darles buena parte de lo que pedían. Imaginemos que ha sido un partido político de la oposición que protesta contra el Gobierno -por corrupción, por ejemplo- y pide elecciones anticipadas; todos los analistas coincidirían en que éstas deberían producirse de inmediato. Puestos a imaginar, supongamos que los abortistas consiguieran llenar de ese modo las calles reclamando el aborto libre; estoy seguro de que el Gobierno no tardaría en concederles lo que piden.
En cambio, se ha reunido en la calle una ingente multitud -más de millón y medio- que no pedía dinero, ni poder político; una multitud que sólo clamaba para defender lo que todos deberían estar interesados en defender: la familia. ¿Y qué va a pasar ahora? ¿Va a escuchar el Gobierno las razonables reivindicaciones de los padres que quieren que les dejen decidir sobre la educación ética de sus hijos? No. ¿Va a escuchar ese mismo Gobierno a aquellos que no están contra los homosexuales ni contra la legalización de sus uniones, sino que lo único que reclaman es que no se les equipare con la familia y no se les permita adoptar niños? No. ¿Va a escuchar a esos cientos de miles de españoles que reclamaban ayer que la vida del no nacido sea protegida y no se permita la carnicería que está teniendo lugar y que causa cien mil víctimas al año? No. ¿Por qué? ¿Quizá porque lo que piden no es justo? ¿Quizá porque no es beneficioso para la sociedad? La respuesta es: porque piensa que, si da lo que le piden, no ganará muchos votos de entre los que se han manifestado y en cambio puede perderlos de los que están en contra. ¿Y la oposición? ¿No tendría que tomar nota de lo que han pedido pacíficamente miles y miles de sus, teóricamente, votantes? Temo que también ella esté haciendo los mismos cálculos que el Gobierno, pero al revés: a éstos los tengo seguros y, si no me mojo, quizá consiga a alguno de los otros. Probablemente se equivocan los dos. El Gobierno, porque nunca es bueno dejar de oír la voz de la calle. La oposición, porque cree que los católicos están tan hartos del Gobierno que la votarán haga lo que haga; se equivoca, pues cada vez es más profundo el malestar contra el PP entre los católicos, y sólo unos pocos -como Jorge Fernández y Mayor Oreja- están salvando la cara del partido y evitando la huida masiva de votos. En todo caso, quién sale perdiendo como consecuencia de estos ramplones cálculos electorales es la familia y, con ella, pierde la sociedad, perdemos todos.

Santiago MARTÍN