Sevilla
Silvios
Al sur de la Gran Bretaña, acomodado, existió hace tiempo un Silvio. Fumaba mucho, cantaba, tocaba la batería y daba vivas a Italia. Tenía un talento único, distinto y especial; quizás llegó antes de lo que debía, quizás se fue antes de lo que debía, quizás era demasiado bueno para el momento en que le tocó vivir. Debió ser nuestro Celentano y se quedó en héroe de unos pocos solamente, pero, eso sí, qué pocos y sobre todo qué héroe. Silvio, sevillano, cantaba en castellano mechado de inglés e italiano. Silvio, sevillista, contó cómo el Rey Don San Fernando preguntó dónde estaba su Betis en el momento mismo de entrar en Sevilla, cantó a la Macarena de Triana (como lo leen) y al compás de los sureños. Questo ragazzo no era normal: pudo llegar a estrella, pero el día del concierto en el que iba a consagrarse le dio a alguno por asesinar a Kennedy y se suspendió el festejo. No busquen más que no hay, ni habrá, otro como él. Cerca de donde vivía el primer Silvio vive otro. Tiene un sospechoso bronceado, canta canciones de amor con un guitarrista que antes aparcaba coches y es aficionado a las jovencitas. También a los liftings, a los injertos de pelo, a los pañuelos de pirata y a llamar la atención. Si alguien puede eclipsarle, como Obama, hace lo imposible por salir en las fotos a su vera. Organiza fiestas en las que su mujer no es bienvenida, y si viene se chivan las fuerzas de seguridad que paga el pueblo. Abochorna a medio mundo mientras sus propios compatriotas le siguen votando, con lo que una no sabe bien qué pensar de todo esto. Me equivoqué pensando que únicamente una ex esposa vengativa podría acabar con él, pero por lo visto, los sinvergüenzas tienen un público fiel. Por el bien de todos, esperemos que no haya más; eso sí, por si acaso, hagan el favor de no buscar. De ambos Silvios se pueden aprender cosas. Por ejemplo, que el talento es mucho más deslumbrante que el bronceado. O que la suerte se reparte de forma dispar y caprichosa, y no siempre justa. O que se puede ser pobre y admirable, y también poderoso y ridículo. Y ante esto sólo queda decir, parafraseando al primero, «avanti con la guaracha».
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