Gobierno de España
Soraya
Me figuro a Joan Tardà enviándole ramos de rosas del Maresme sin tarjeta, tímido y juguetón
Hace muchos años, cuando conseguí ser joven, la única Soraya que había en el mundo era la emperatriz de Persia, la mujer del Shá Pahlevi. Una mujer de belleza impresionante, con unos ojos que parecían inventados y con la mirada tan larga como triste. Lánguida y melancólica en todo su ser. De ella se podía decir lo que al duque de Osuna, el gran don Mariano, envidia del Zar. «Las venas con poca sangre, los ojos con mucha noche». Años más tarde, todavía joven, conocí a la segunda Soraya de mi vida. En la Academia de Baile «Micky», a la que acudía con mi amigo Juan Carlos Villalta con pecadoras intenciones, me enseñó a bailar los pasodobles una Soraya huracana y vegetal. Moviendo el esqueleto a los sones de «Nerva», mi pasión temprana empujó mi cuerpo hasta el suyo y Soraya me advirtió que de seguir en el empeño, llamaría a su novio, un inspector de Policía destinado en la Comisaría de la calle Huertas.
Mi pasión temprana menguó considerablemente y culminamos el pasodoble «Nerva» cumpliendo estrictamente con la recomendación del padre Jorge Loring S. J. en su libro «Para Salvarte». «Un hombre y una mujer bailando deben permitir que el aire pueda circular libremente entre sus cuerpos». Y la tercera Soraya, es la Sáenz de Santamaría, mano derecha de Mariano Rajoy y Portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados.
Algún mandoble escrito se ha llevado con mi firma, y alguno más se llevará, probablemente. Pero ahora está siendo injustamente criticada por haber posado para el «Magazine» de «El Mundo» desde su paisaje de mujer más sugerente, y le ofrezco mi apoyo y mi defensa. Además de aparecer guapísima, rompe con osadía y arrojo la imagen ñoña que tienen muchas mujeres en la Política, y no sólo pertenecientes al Partido Popular. Bibiana Aído no se hubiera atrevido a posar como Soraya, presumiblemente. No entiendo el motivo del griterío.
La fotografía de Luis Malibrán nos abre las puertas de una Soraya nueva, insinuante, atractiva y rompedora. Me gustan las mujeres valientes que saben aprovechar los momentos para distanciarse de su imagen, no siempre conseguida. Además, que esa fotografía corresponde a una actitud, y esa actitud moderna y sin complejos, puede proporcionar al Partido Popular más votos que cien intervenciones parlamentarias.
El que no haya visto la fotografía de Soraya, y a tenor de las críticas, pensará que la parlamentaria del Partido Popular ha posado en porretas. Nada de eso. Ha posado y aparecido como tenía que posar y aparecer con el fin de desvanecer sombras pasadas y antañonas. Claro, que algo de peligro tiene la cosa. A partir de ahora vamos a exigir a Soraya que acuda al Congreso y a los «maitines» en la calle Génova con el vestido negro del posado, y ello podría causar estragos entre sus compañeros de partido y sus adversarios.
Me figuro a Joan Tardà enviándole ramos de rosas del Maresme sin tarjeta, tímido y juguetón. Y a José Bono regañando a los diputados del PP situados en los escaños altos: «Señores, no se asomen tanto». Un lío político y sentimental de órdago a la grande. Pero muy bien provocado por esta nueva Soraya, que con una sola imagen ha iluminado su antiguo paisaje de colegiala.
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