Estreno

La batalla perdida de Tarantino

Presentó a concurso «Malditos bastardos», una película que transcurre en la Alemania nazi y cuyo eje central es el cazador de judíos Hans Landa

Un mago de las cuerdas
Un mago de las cuerdaslarazon

La frase que cierra «Malditos bastardos», pronunciada por el teniente Aldo Raine (Brad Pitt), es «ésta sí que es una obra maestra». Podría pensarse que Quentin Tarantino está siendo sarcástico, pero sabiendo el elevado concepto que tiene de sí mismo, es muy probable que crea que, en efecto, ha hecho su obra maestra definitiva. Este cronista no puede estar menos de acuerdo: organizada como una brillante colección de «set pieces», «Malditos bastardos» es un divertimento al que le falta desarrollo de personajes y en el que echamos de menos la sofisticación visual y narrativa de trabajos como «Pulp Fiction», «Kill Bill» o «Death Proof». Es, sin duda, la película más insatisfactoria de un director que, en Cannes, es una estrella de rock, y cuyo protagonismo algo histriónico ensombreció al mismísimo Pitt en la rueda de prensa. Tarantino compró los derechos de «Quel Maledeto Treno Blindato», un «exploitation» bélico dirigido en 1978 por Enzo G. Castellari. Lo compró porque le gustaba el título americano, «Inglorious Bastards», pero ayer insistió en que es un «remake»: «Lo que más me interesa es trabajar dentro de los confines de un género», explicó. «En este caso, todas las implicaciones políticas sobre el nazismo llegaron a posteriori». La única idea estimulante que propone Tarantino es inventar la posibilidad de que el cine hubiera exterminado a los nazis. El clímax final de «Malditos bastardos» ocurre en una sala de cine en la que el cineasta reúne a las altas esferas del nazismo para que sufran el poder inflamable del celuloide; para demostrar, en fin, el incalculable valor de la ficción cinematográfica para poner orden en la realidad. El coronel Hans Landa, cazador de judíos que se convierte en centro de la venganza que vertebra el relato, es el protagonista de una película que relega a sus malditos bastardos –incluido Brad Pitt, cuya presencia no suma más de veinte minutos– a ser «one-liners», poco más que Hombres sin Nombre en un universo de «spaghetti-western» travestido en nombre de la Resistencia.

Enigmático vodevil

 

Parece que el magnífico trabajo de Christoph Waltz fue definitivo para que el filme saliera del cascarón: «Landa es un genio lingüísta y necesitaba a un actor que estuviera a su altura», afirma Tarantino. «Me costó encontrarlo. Tanto, que hubo un momento que les dije a mis productores que tal vez era mejor buscar otra historia. Menos mal que apareció Christoph». La película funciona cuando aparece Landa; el resto es una serie B simpática, pero poco más. Alain Resnais ha dirigido una película tan extraña y magnética como su título, «Las hierbas locas». Como las medusas que unían las breves escenas de «On connaît la chanson», como la nieve de «Asuntos privados en lugares públicos», las hierbas funcionan como cortinilla para separar las acciones impulsivas de un hombre y una mujer unidos por el azar –o por el destino– en una película que es un ensayo sobre las posibilidades del lenguaje y la construcción del relato. Aunque se trata de una adaptación de una novela de Christian Gailly, el filme parece un regreso a las bases del «nouveau roman» pasado por el tamiz de un vodevil enigmático e inquietante. A los 86 años, Resnais está en plena forma: «Las hierbas locas» es original e imprevisible como pocas películas vistas en esta edición de Cannes.

 

Dos hombres vestidos de futbolistas

 

¿El cine español está de suerte en Cannes? Ayer hablábamos de Almodóvar, que montó una fiesta a la que invitó al cantaor Miguel Poveda para que amenizara la noche con sus flamencos de toma pan y moja. Asistieron también Juan Carlos Fresnadillo y J.A. Bayona, que, como padrinos de la Semana de la Crítica, habían presentado «Hierro», debut de Gabe Ibáñez en el cine de terror patrio que tan buenos resultados nos está dando en taquilla. No vimos a Brendemühl, que estos días se paseaba por la Croisette con «Rumbo a peor» bajo el brazo, un corto seleccionado a concurso. El protagonista de «Yo» y «Las horas del día» cierra su no-relato con una dedicatoria a Beckett que es casi una declaración de principios, porque su minifilme narra el encuentro y la deriva de dos hombres vestidos de futbolistas y una prostituta desde un tono que recuerda al de las obras del escritor irlandés. La historia que los une o los desunirá queda fuera de campo: todo es tiempo muerto, la preproducción de una relación que no llega a ninguna parte, casi como si Kaurismaki y Jarmusch hubieran decidido volver a sus orígenes y filmar un corto sobre (casi) nada.