Ginebra
Un mar revuelto para la ONU
MADRID- Muchas veces se dice que el arte y la cultura son los mejores embajadores de un país. Y en el caso de Barceló hay que creérselo. España quiere sacar pecho ante la comunidad internacional y la obra del artista mallorquín parece un buen instrumento. La prueba se verá el próximo 18 de noviembre. Ese día, los Reyes, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y el secretario general de la ONU, Bam Ki-moon, asistirán a la inauguración de la cúpula pintada por Barceló en la sala XX del palacio de Naciones Unidas en Ginebra, que pasará a llamarse a partir de entonces sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de las Civilizaciones. La intervención del pintor y escultor (Felanitx, Mallorca, 1957) tiene unas dimensiones ciclópeas. En nueve meses de trabajo ha disparado 35.000 kilos de pintura (rojos, verdes, amarillos, azules) sobre una bóveda de 1.300 metros cuadrados. Inspirado en su propios cuadros, Barceló ha creado una superficie mitad cueva mitad océano poblada de olas y estalactitas (algunas tienen hasta dos metros de longitud y 50 kilos de peso) que él mismo describe como «un mar revuelto» y «una sopa de materia primigenia». En las fotografías que se han difundido se ve al artista metido como en un traje de astronauta rociando con una manguera litros de pintura con pigmentos traídos de toda Europa. En otras aparece dando forma a las estalactitas con sus propias manos o con una escoba a modo de brocha gorda. El ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, compareció ayer junto al artista para dar cuenta de los detalles de este mega proyecto, un símbolo «de la globalización cultural», dijo. Nada comparable, en cifras, a lo que haya podido hacer antes ningún artista español, ni tan siquiera el mural de José María Sert de 1936 que España donó a la antigua Sociedad de Naciones. En este caso ha sido un encargo de la ONU al Gobierno español, que eligió mediante un jurado entre cinco artistas españoles. Finalmente Barceló se llevó la palma. El creador es muy consciente de la deriva que ha tomado su carrera hacia el gigantismo y la teatralización. Hace dos años reinventó el interior de la catedral de Palma de Mallorca con una obra de arcilla que cubría todo el ábside. Por las mismas fechas sacó de gira (se pudo ver en el Casón del Buen Retiro, en Madrid) la coreografía «Paso doble», a medias con el coreógrafo Josep Nadj, en la que se liaba a puñetazos con un muro de barro. Y ahora, el más difícil todavía: «Sí, esto tiene algo de ¿performance¿, un lado muy teatral. Ha sido muy divertido. Creo que he llevado la pintura a unos límites que están por explorar, es una combinación sutil entre pintura tradicional y tecnología». Un mundo de fragmentos El camino ha sido duro: «Fui fracaso tras fracaso. Calibré mal, pensé que eran 500 metros cuadrados de bóveda y luego resulta que eran 1.300. Fue muy amargo. Me llevó mucho tiempo interiorizar ese espacio». A Barceló le gustaría que esta intervención se entendiera como una metáfora de la complejidad del mundo: «Esta cúpula es tan grande que no se puede abarcar con una sola mirada, tiende al infinito y aporta una multiplicidad de puntos de vista. Sólo se ven fragmentos, es imposible contemplarla en su totalidad, como pasa con el mundo».
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