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Un raro

La Razón
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A Ignacio Gómez de Liaño lo he tenido siempre por un pensador exquisito. Desde aquellos eruditos trabajos suyos sobre Giordano Bruno, hasta el ciclópeo esfuerzo metafísico de sus últimos ensayos. Pocos de su generación -que es la mía- han abordado en España la filosofía con un más señorial desapego hacia el entorno provinciano al cual fuimos condenados. Su apuesta por la estética era una apuesta moral. Así es siempre la ascética de lo bello. Acaba de publicar su último libro. Es una meditación desolada: «Recuperar la democracia». Aunque poca esperanza de «recuperación» queda al acabar sus elegantes 216 páginas. España está perdida. Todos somos, sin duda, responsables de eso. Pero la culpa contraída por los profesionales de la política, a lo largo de las tres últimas décadas, raya directamente en el delito. Como en la vileza moral más sórdida raya la complicidad con ellos mostrada por aquellos cuyo deber era buscar la verdad o, al menos, no ocultarla. Una somera ojeada al gremio de los escritores, pensadores, artistas españoles de estos treinta devastadores años exhibe sin ambigüedades lo peor. Lo peor en estado puro. Algo para definir lo cual «corrupción» es concepto que se queda muy corto. Todo aquí ha sido puesto en marcha, desde el conglomerado de poder blindado por el Estado y los grandes medios de comunicación, para generar un rebaño de «intelectuales» oficiales, a cuyos bolsillos han ido, durante ya treinta años, a parar inmensos fondos públicos, y a alimentar cuyas vanidades se han destinado honores, premios, distinciones... Todo lo no afecto al Régimen, todos los no afectos al Régimen, han sido reducidos a la tiniebla, al silencio. Ni aun el consuelo del reconocimiento póstumo les cabe. No ser bufón del imperante nacional-socialismo es estar condenado ya a ser borrado. De la posteridad como del presente. «La putrefacción nunca había llegado tan lejos», concluye Liaño. Es una tesis irrefutable. Cualquiera de nuestra edad que haya luchado contra la dictadura sabe hasta qué punto esa verdad duele. Los cinco últimos años han sido la hipérbole de tal basurero. Las bandas de actores analfabetos pontifican antisemitismo por las calles. Y, «sobre las tarimas de los aularios» de una Universidad ayuna de saber y estudio, «lo que más se oye son sólo melodiosos rebuznos, acompañados desde el foso por coros bien ensayados en las artes del balido y el graznido». ¿Cómo habremos podido caer hasta tan bajo? Ignacio Gómez de Liaño huyó de la Facultad de la cual yo huiré dentro de un par de cursos. Sólo ya huir nos queda. Mas, ¿cómo escapar de lo más horrible, de este país de pesadilla alzado tras la derrota militar -y, tal vez, la traición- de 2004? Él lo dice con la amargura inmejorable que sólo unos muy pocos tienen el talento de afrontar. «A veces me pregunto si hay un hilo que va de la guerra sucia de los GAL hasta la matanza del 11-M, pasando por el atentado contra Aznar, y que incluso se prolonga hasta el asesinato del 7 de marzo de 2008. Tal vez no sea más que un cúmulo de casualidades, pero llama la atención que siempre beneficien a los mismos». Es raro que un pensador se atreva aquí a escribir lo que a todos nos atormenta. Quede constancia de su grandeza.