Crítica de libros
Valores de una democracia
La democracia, patrimonio preciado del mundo occidental como ordenamiento de la sociedad y expresión, en su realidad más genuina, de nuestro ámbito cultural, se asienta y fundamenta en unos valores y principios básicos e insoslayables sin los cuales no habría democracia. Una auténtica democracia es posible sólo en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana.
No puede haber democracia sin dedicación al bien común y sin respeto a los derechos de los demás. Eso significa que la democracia, más que ningún otro sistema social y político, tiene necesidad de una sólida base moral. Si no existe una verdad última, que guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores universales se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto. La democracia entraña el reconocimiento, la afirmación y respeto del valor y la dignidad trascendente e inviolable del ser humano, –de todo ser humano–, la afirmación de la libertad, de la igualdad y solidaridad como valores y principios insoslayables. Los derechos humanos fundamentales y universales no los crea el Estado, no son fruto del consenso democrático, no son concesión de ninguna ley positiva, ni otorgamiento de un determinado ordenamiento social. Estos derechos, prepolíticos, son anteriores e incluso superiores al mismo Estado o a cualquier ordenamiento jurídico regulador de las relaciones sociales. El Estado y los ordenamientos jurídicos sociales han de reconocer, respetar y tutelar esos derechos que corresponden al ser humano por el hecho de serlo. El ser humano, su desarrollo, su perfección, su felicidad, su bienestar y el bien común que le es inseparable es objetivo de toda democracia y de todo orden jurídico. Cualquier desviación o quiebra por parte de los ordenamientos jurídicos, en este terreno nos colocaría en un grave riesgo de totalitarismo. Por eso mismo, la democracia para crecer y fortalecerse necesita una ética que se fundamenta en la verdad del hombre y reclama el concepto mismo de persona humana como sujeto trascendente de derechos fundamentales, anterior al ordenamiento jurídico. El problema de la dignidad de la persona humana y de su reconocimiento pleno es piedra angular de todo ordenamiento jurídico de la sociedad. La misma libertad, elemento fundamental de una democracia es valorada plenamente sólo por la aceptación de la verdad del ser humano. La verdad es base de la democracia y el relativismo su carcoma. La historia prueba que la razón está de parte de aquellos ciudadanos que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral válida y universal por sí y ante sí. En la concepción relativista tampoco tendría por qué haber unos derechos humanos fundamentales universales y comunes, ni un bien común que vertebra la comunidad humana. Hoy existe la tentación de fundar la democracia en el relativismo que pretende rechazar la dignidad de todo ser humano, sus derechos y deberes fundamentales. Cuando semejante mentalidad toma cuerpo, tarde o temprano se produce una crisis moral de las democracias. El relativismo impide poner en práctica el discernimiento necesario entre las diferentes exigencias que se manifiestan en el entramado de la sociedad entre lo justo y lo injusto. Cuando ya no se tiene confianza en el valor mismo del hombre se pierde de vista la nobleza de la democracia.
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