Crítica de cine
«Infancia clandestina»: Un imperfecto retrato del terror
Director: Benjamín Ávila. Guión: B. Ávila y Marcelo Müller. Intérpretes: Teo Gutiérrez, Natalia Oreiro, César Troncoso, Ernesto Alterio, Argentina/España/Brasil, 2012. Duración: 112 min. Drama.
La dictadura argentina vista a través de los ojos de un preadolescente. ¿Pillan la metáfora? La lucha contra los torturadores y la revolución de las hormonas, lo público y lo privado en eterna liza, la inocencia interrumpida por el terrorismo de Estado. Es un truco facilón, el de obligar a que un niño funcione como guía turístico del horror totalistarista, a pesar de que Ávila habla con conocimiento de causa. Su ópera prima está directamente inspirada en su historia y en la de sus padres, que militaban en la Organización Montonera, que luchaba contra los crueles desmanes de la Junta Militar. Charo y Daniel vuelven a la Argentina para, bajo una identidad oculta, continuar con su activismo político. Su hijo de doce años, Juan, descubre el mundo a la vez que debe esconderse de él. Enamorarse por primera vez no facilita las cosas. Es en la representación de ese primer amor, y en sus reflejos en un idealismo primario, utópico, donde Ávila se muestra más torpe.
Quería, dice, «poner el eje en el aspecto humano de las ideas». O sea, hacer que las ideas pisaran tierra firme cuando las mira un niño. Pero esa inocencia, que contamina de obviedades de fotonovela a la puesta en escena, apela a los sentimientos más superficiales del público. «Infancia clandestina» parece una película sincera pero le falta complejidad dramática y no sabe encontrar soluciones visuales y narrativas que la alejen de los lugares comunes del más rancio cine político, más allá de las ingeniosas fugas hacia la animación que Ávila emprende para evitar el impacto efectista de las escenas más violentas.
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