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100 años de una obra fastuosa

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El Canal de Panamá es la historia del afán de los ingenieros enfrentados a la naturaleza y del sudor y la sangre de un ejército de obreros que se dejaron la piel en la mayor obra de ingeniería de la época

La historia del Canal de Panamá se abre y cierra en España. Fue el rey Carlos I de España quien encargó en 1534 un estudio para analizar la viabilidad de un canal interoceánico en la zona, una idea tan genuinamente pionera como técnicamente inviable para la época. Y ha sido una empresa española -en consorcio con otras compañías extranjeras- la que ha diseñado la fastuosa ampliación que será inaugurada el próximo año.

Entre medias hay un periodo de la historia de Panamá -de 1882 a 1914- que se escribió con sangre, sudor y muerte, y que refleja la lucha agónica del hombre para doblegar a la naturaleza en pos de un mundo más abarcable en el que las distancias se hacen cada vez más cortas. En 1869, Ferdinand de Lesseps dirigió la construcción del Canal de Suez, que unió el Mediterráneo con el Mar Rojo. Unos años después, el reputado diplomático –no era ingeniero- no pudo sustraerse a la tentación de unir el Pacífico y el Atlántico por Centroamérica por medio de una gran zanja atravesando Panamá. La idea original de Lesseps fue abrir un canal sobre el nivel del mar de 80 kilómetros de largo. Recaudó financiación, reclutó a miles de obreros, y en 1880 se puso en marcha la mayor obra de ingeniería de la época.

Durante nueve años se llevaron a cabo importantes obras sobre el hermoso y endemoniado territorio panameño. Pero el sueño de la razón dejó paso a una pesadilla que acabaría en 1889, cuando la fuente del dinero se secó y los muertos de la obra se contaban por miles. La construcción faraónica soñada por los ingenieros europeos había fracasado. Los franceses cometieron errores de bulto, a nivel financiero, técnico y sanitario. Pensaron que Panamá sería como trabajar en Suez. Sin embargo, el clima tropical y la abrupta orografía panameña no tenían nada que ver con la docilidad que años antes se encontraron en la construcción del canal mediterráneo. Exceso de confianza, lo llamaron algunos. Además, aplastado por la lógica del mar, Lesseps se dio cuenta –pero tarde- del gran error que había sido intentar construir la vía interoceánica a nivel del mar en lugar de levantar un sistema de exclusas con el fin de salvar el desnivel entre los dos océanos.

Mientras tanto, una enfermedad desconocida, la fiebre amarilla, iba matando a los trabajadores que habían llegado desde distintos países. La gran mayoría procedía de las Antillas, pero también se alistaron 12.000 europeos, principalmente de Portugal, España, Francia, Italia y Grecia. Ninguno podía imaginar que una epidemia causaría estragos hasta el punto de matar a 20.000 obreros durante el periodo conocido como "el Canal francés".

El fracaso resultó estrepitoso. Lesseps fue acusado de fraude y mala gestión, y el Gobierno francés, forzado a dimitir tras quedar al descubierto la corrupción que relacionaba a muchos de sus dirigentes. Hasta 800.000 franceses, afectados por la compra acciones de la compañía, perdieron sus ahorros. El orgullo galo quedó tocado. La ingeniería europea había naufragado.

De las cenizas de aquella primera intentona surgió el impulso definitivo de Estados Unidos. En 1898, Reino Unido y Norteamérica firmaron el tratado Hay-Pauncefote, mediante el cual Washington se aseguró el derecho a construir y gestionar a perpetuidad la vía fluvial. Primeramente, los norteamericanos pensaron en abrir la zanja por Nicaragua en lugar de Panamá. En 1902, el Congreso estadounidense autorizó al presidente Theodore Roosevelt a comprar la antigua compañía francesa para retomar el canal y comenzaron a negociar con Colombia, a cuya soberanía pertenecía entonces Panamá.

El camino se libró de obstáculos cuando Panamá –apoyada por EE UU- obtuvo la independencia en 1903. Y de nuevo un francés fue la clave. El astuto ingeniero Philippe Jean Bunau Varilla, propietario de los derechos de la antigua compañía fracasada, vendió los derechos a los norteamericanos y, convertido en representante de Panamá, firmó con Washington el conocido como Tratado Hay-Bunau Varilla. Panamá, que apenas se había despertado de la revolución que le dio la independencia, salió malparada de aquella operación.

Con la lección aprendida del fracaso del canal francés, los ingenieros norteamericanos aplicaron los nuevos avances tecnológicos y sanitarios y aplicaron una lógica militar para desarrollar la obra entre 1904 y 1914. La etapa americana del canal tuvo sus nombres relevantes en el ingeniero de ferrocarriles John F. Stevens, quien ideó un sistema de drenaje para las zonas pantanosas, una red de trenes para vaciar los escombros del temido Corte Culebra (la zona más impenetrable y peligrosa de las obras) y un gran lago artificial (Gatún) en la desembocadura del Río Chagres. Pero su gran aportación fue la apuesta por las esclusas que llevaría a los barcos hacia arriba o hacia abajo.

Steven también puso en marcha un exigente plan para contratar a un ejército de obreros. Sus representantes llegaron hasta España en busca de hombres de complexión robusta, y con edades entre los 25 y 45 años. Unos 8.000 españoles se embarcaron en la aventura, principalmente de Galicia, Asturias y Cantabria, pero también emigrantes que se habían establecido en Cuba. Todos ellos fueron atraídos con promesas de altos salarios. Sin embargo, la mayoría no duraban mucho en sus puestos, bien porque caían enfermos, por accidentes o, sencillamente, por la dureza del trabajo. A Stevens le sucedió en 1907 George W. Goethals, ingeniero del Ejército norteamericano, quien implantó la organización militar en las obras del Canal.

El otro nombre propio es el del médico William Crawford Gorgas, quien logró erradicar la fiebre amarilla y reducir el impacto de la malaria; también implantó el alcantarillado y llevó agua corriente a varias ciudades panameñas. A pesar de todo, unos 5.000 obreros murieron en esta etapa.

El 15 de agosto de 1914 la obra se abrió oficialmente. La inauguración quedó deslucida por la atmósfera prebélica que se había extendido en Europa. Diecinueve días después de la apertura oficial comenzaba la Primera Guerra Mundial. Pero la historia, gracias a los fracasos y éxitos de personajes como Lesseps, Stevens, Roosevelt y Gorgas, ya había cambiado.