¿Un paro social o político?
Néstor Laso, abogado y profesor universitario
Hoy está previsto un paro en contra del actual gobierno colombiano de Iván Duque. Colombia no podía estar ajena de la intentona de “brisita bolivariana“ que en terminología empleada por el chavista Diosdado Cabello invade América Latina. Ecuador, Perú, Chile y Bolivia, han sido recientemente protagonistas de expresiones populares de descontento y protesta en contra de sus gobiernos, si bien no todos con las mismas motivaciones. En el caso de esta convocatoria en Colombia se puede decir que desprende un tufillo político de grandes dimensiones.
Las justificaciones de índole laboral o de financiación educativa, esgrimidas por los inspiradores del paro, no son ciertas. El Gobierno no tiene prevista reforma laboral que disminuya salarios para jóvenes ni reforma pensional alguna, según fuentes gubernamentales, y en el sector educativo se acordó una fuerte inyección económica para su sostenibilidad.
A todo ello hay que unir, pese a la deficiente herencia recibida del anterior Gobierno, los elevados índices de crecimiento económico por los que Colombia está atravesando actualmente a diferencia del resto de países de la región. La última ratio publicada estadísticamente acredita una subida del 3,3 % en el PIB, con perspectivas anuales del 3,5 %, a lo que hay que unir el incremento porcentual detectado en la recepción de inversión extranjera, en clara respuesta a la confianza inversionista internacional que ofrece el Gobierno del Presidente Iván Duque. Es evidente queda mucho por hacer en dicho país, pero las motivaciones económicas no están en ningún modo justificadas.
Las causas son de índole política. Las ansias de mando de la izquierda y extrema izquierda promovidas por su vecino venezolano junto a la añoranza del “santismo político” de las prebendas pasadas disfrutadas, la llamada “mermelada” a favor de congresistas, eliminada por este Gobierno, unido todo ello a un narcoterrorismo beneficiado por un defectuoso Acuerdo de Paz, conforman un cóctel de intereses políticos en la manifestación del 21N, de grandes dimensiones, con ánimo de deteriorar la gobernabilidad del país.
No hay duda tampoco de la presencia infiltrada en la organización de dicho paro de activistas extranjeros, incluso españoles, que ha llevado a la expulsión del país de decenas de instigadores, lo cual no descarta que los episodios de violencia con ánimo desestabilizador se produzcan, todo ello junto al innegable apoyo ideológico del izquierdista Foro de Sao Paulo.
A ello, hay que unir que el ex presidente Juan Manuel Santos, en contra de su promesa de alejarse de la política colombiana, no duda en proferir continuas críticas al actual Gobierno, en alianza con sectores de la izquierda internacional, como incluso hemos visto en estos últimos días en su visita a España, en un evento donde asistió acompañado de dirigentes de Unidas Podemos. En el mismo, atribuyó a Duque la defectuosa implementación de un Proceso de Paz y la reactivación de la violencia desconociendo por su parte los profundos defectos de origen, del Acuerdo que promovió.
Es indudable que Colombia es uno de los grandes países iberoamericanos que constituyen un muro de contención para la incursión del castrochavismo en Latinoamérica. Y que la prestigiosa figura del ex presidente Álvaro Uribe, todavía con gran ascendencia popular, constituye un guardián de la democracia en el país, a fin de que no alcance sus evidentes objetivos de poder, que podrían poner en peligro los derechos y libertades del pueblo colombiano.