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Un confinamiento en ultramar (XVIII): Helmreich y Goodrich, dos entre 5.820

Entre el miércoles y el viernes, la ciudad de Nueva York ha salido a 800 muertos diarios: son ya 5.820. Un 11-S cada dos o tres días»

Entre el miércoles y el viernes, la ciudad de Nueva York ha salido a 800 muertos diarios: son ya 5.820. Un 11-S cada dos o tres días»
Entre el miércoles y el viernes, la ciudad de Nueva York ha salido a 800 muertos diarios: son ya 5.820. Un 11-S cada dos o tres días»Mary AltafferAP

La mañana que decidí quedarme había salido del Metropolitan, lucía un sol en una bandeja de nitrógeno líquido, comían helado los turistas en las escalinatas del museo y Central Park respiraba como una esponja clorofila. Las afinidades sentimentales llegan por los poros, a través del estómago y la sangre, del sexo y el seso. Nueva York enamoraba por el olor picante de las especias y la mostaza, con el canturreo enloquecido de los coches patrulla, mediante aquel concierto para piano y orquesta de Mozart en el Carnegie que dirigió Barenboim cuando Manhattan respiraba bajo la nieve. El mediodía en que reconocí la ciudad como mía Manhattan gruñó como un tigre celeste que abriera sus zarpas de peluche y fierro para acogerme. Pero todo eso son polaroids marchitas en la azotea, mientras mi disco duro rebobina imágenes de otros tiempos y el cerebro trata de procesar las cifras. Ningún país del mundo tiene más contagiados que Nueva York, con la excepción inevitable de EE.UU, que suma ya 501.615 positivos. Entre el miércoles y el viernes la ciudad ha salido a 800 muertos diarios: son ya 5.820. Un 11-S cada dos o tres días. Dicho y escrito esto con todas las prevenciones necesarias: conviene subrayar la sideral distancia entre el coronavirus y el yihadismo, la enfermedad y los terroristas, la muerte por septicemia y asfixia que causa una infección respiratoria y la muerte del que cae despedazado o abrasado después de que unos locos de dios empotren dos Boeing 767 cargados de pasajeros y queroseno contra las torres del World Trade Center.

Con los pajaritos cantando más allá de mi ventana y el coche, nuestro coche, el que compramos con el dinero de escribir la biografía heterodoxa de Joaquín Sabina, oscurecido de cagarrutas, blanqueado por las deyecciones de paloma, arrodillado ante la catedral azul de la multitud invisible, leo el reportaje de CNN que rinde tributo a algunos de los muertos. Saluden a William Helmreich, escritor, sociólogo, profesor del City College of New York, que caminó todas y cada una de las calles de Nueva York, del bulevar Hylan en Staten Island a Washington Square East, con su edificio bautizado en honor a Paulette Goddard, la bellísima que nos enamoró a Chaplin y a mí, y de Jerome Avenue, junto al estadio de los Yankees, a los garitos de Sugar Hill, donde se alzaba el St. Nick´s, que fue el club en los años treinta, con otro nombre, del mentor de Duke Ellington, y donde en 2008 tocaba el grupo de Melvin Vines, los Harlem Jazz Machine, cuando Barack Obama ganó las elecciones y Harlem descorchó un millón de lágrimas. Pienso en las multitudes junto a Nathan´s y la noria gigante, en los bares frikis y los salones de tatuajes y los tiburones de puntas negra del acuario de Brooklyn, en Coney Island, huérfana de gente porque para que mueran las verbenas no necesitas más que unos viriones 50 nm de diámetro y una cadena de ARN capaz de saltar de los murciélagos o los pangolines a los bípedos comedores de bichos con conexión a internet. Con el fruto de sus paseos, indagaciones y aventuras, calle a calle, manzana a manzana, Helmreich publicó un libro, The New York nobody knows: Walking 6,000 miles in the city, considerado un clásico. Murió el 28 de marzo. Tenía 74 años. Al día siguiente, falleció James T. Goodrich, el neurocirujano que separó a las gemelas McDonald, que trabajaba en el Albert Einstein Montefiori Medical Center, donde dirigía el departamento de neurocirugía pediátrica.

Otro médico, el doctor Sanjay Gupta, célebre por sus apariciones en la CNN, lo ha descrito como un gigante humilde con barba de Santa Claus. «Una vez», escribe Gupta, «le pregunté cómo se atrevió comenzar a realizar separaciones de craneopagos y, sorprendentemente, su respuesta no fue de orgullo o confianza». Le respondió que «Si realmente hubiera hecho mi tarea y hubiera leído la literatura sobre gemelos craneópagos [gemelos unidos por la cabeza] que existía en ese momento, nunca los habría aceptado. Porque la literatura era devastadora». En el artículo que le dedicó Gupta también reproduce las palabras de Nicole McDonald, la madre de las gemelas Jadon y Ania: «No todos los días conoces a un héroe, un verdadero héroe (...) «Luchó con la ferocidad de mi familia de una manera que nunca olvidaré. Lo agradeceré mientras viva. Nunca habrá otro James Goodrich. Ni de lejos. Nunca será igualado, y mucho menos reemplazado en el mundo». Helmreich y Goodrich. Dos nombres, entre miles, para no olvidar en la nube sulfúrica de cifras sin apellidos, devorados por la estadística, que todo lo aplana.