Coronavirus

Un confinamiento en ultramar (XIX): El dilema, el presidente, la tigresa

El exceso de optimismo, y las presiones, empujan a ignorar el hecho de que resulta casi imposible controlar la enfermedad

Coronavirus in Nepal
El contagio de personas a animales del Covid-19 preocupa a los científicos. En la imagen, un zoo de KatmandúNARENDRA SHRESTHAAgencia EFE

Las mejores noticias pueden ser las peores. Al menos eso sostienen los comentaristas políticos, con la vista puesta en los números de contagios y muertes y la posibilidad de que el descenso de positivos y hospitalizaciones, tímido pero evidente, fuerce una apertura precipitada. La economía, canina, necesita que la gente vuelva a sus puestos. Las empresas, muchas ya irremediablemente destruidas, no aguantarán demasiado. No deberíamos de descartar que el cierre genere una catástrofe sanitaria de proporciones inconcebibles. Hay coyotes y osos grizzlies y pumas en los arrabales de las ciudades. Las palomas de mi calle, cada día más audaces, contemplan mi escritura con la chulería de una tribu orgullosa que poco a poco recupera la fe en su fuerza y reconquista el terreno perdido. Encuentro en redes sociales a ecologistas y ecologetas con el tambor de la madre Tierra y blablablá. Felices en la contemplación de unas fotos del satélite como no veíamos desde mediados del siglo XX. Sentimentales con la suerte de los pingüinos y desinteresados por la suerte de sus conciudadanos.

Una suerte de misantropía compatible con el amor por los animales que sólo tolero en Fernando Vallejo, que es un genio y escribe como los ángeles dopados de rabia y esteróides. Pero el costo no puede ser la quiebra de los trabajadores y la desaparición del tejido industrial y la fumigación de un contrato social herido de muerte si todo cae y nada sigue en pie. Al mismo tiempo los expertos en epidemias y virus, los brujos de los sistemas matemáticos, avisan que si el 1 de mayo hacemos como que todo ha pasado, si el 1 de mayo asumimos que hemos pasado ya el cabo de Buenaesperanza, en apenas dos meses estaremos de nuevo con las ucis como el camarote de los Marx versión siniestra, desabastecidos, con los pasillos llenos de enfermos, incapaces de dar sepultura a tanto muerto, con camiones nevera para cobijar los fiambres y con la gente aterrorizada. El coronavirus tiene mala solución: mientras no haya tratamiento, mientras no dispongamos de una vacuna, mientras no hagamos decenas y decenas de millones de tests para saber quién lo ha sufrido y quién no, estaremos a merced de este viento silvestre, caníbal, asesino. Por la Casa Blanca, en procesión, pasan analistas, consejeros, empresarios, políticos. Por el Despacho Oval, vestidos con las mejores intenciones y las peores ideas, con las peores designios y las mejores opiniones, van y vienen gentes muy informadas. Aspiran a que Donald Trump, que no ha leído un papel en su vida y trata de despreciables a los servicios secretos, los científicos y los periodistas, que para bien y sobre todo para mal está al cargo, decida lo mejor para todos.

Son 16 millones de parados, 16 millones, en un vendaval que jibariza cualquier comparación con la crisis de 2008. Imposible hacer la cuenta de todos los pequeños negocios perdidos, con la persiana echada para siempre. Anthony Fauci ha explicado a la CNN que «Ahora es el momento de poner el pie en el acelerador, porque vamos en la dirección correcta». El exceso de optimismo, y las presiones de los economistas, empujan a ignorar el hecho de que resulta casi imposible controlar la expansión de una enfermedad sumamente contagiosa, contra la que no teníamos inmunidad, que llegó sin avisar y apenas ha necesitado 120 días para inundar el mundo con su autocar de muertos. Una avalancha que ni siquiera respeta a los animales: Nadia, una tigresa de Malasia, del Zoo del Bronx, dio positivo, y es muy posible que otros dos tigres de Siberia y dos leones también estén enfermos. Como resulta habitual hubo críticas de críticos con la ciencia, que si cómo puede ser que le hagan el test a una tigresa y no a mí y etc. Sanders, el veterinario de la Universidad de Illinois que analizó las muestras que tomaron a Nadia, explicó a la revista Vox que «Esta es una enfermedad que no conocemos. Nadie se ha pasado su vida estudiándola. No hay laboratorios dedicados solo a esta enfermedad. Necesitamos trabajar juntos y colaborar entre estados, países y especialidades para poder obtener las respuestas necesarias combatir este virus de manera efectiva y eficiente». Resulta crucial entender mejor el contagio de los felinos, que fueron posiblemente infectados por un trabajador del zoológico. Y estudiar la hipótesis de que los felinos puedan infectar a los humanos. En opinión de Sanders este conocimiento «también brindará oportunidades para el desarrollo de vacunas y para desarrollar pruebas adicionales, para ser más específicos con la forma en que este virus se replica y cuándo muta».