Europa

El Día de Europa y la nueva normalidad

La comparación entre la Europa de hace 75 años y la situación que vivimos actualmente no es descabellada. Ya Merkel se dirigió a los ciudadanos refiriéndose a esta crisis sanitaria, humana, social y económica como el mayor reto desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

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PARLAMENTO EUROPEO20/03/2020larazonPARLAMENTO EUROPEO

Vamos a reconocerlo: que el 9 de mayo sea el Día de Europa le importa poco a la mayoría de la gente, y eso si acaso lo sabe. Pero no debería ser así y voy a explicar por qué.

Hace tan solo unas semanas vivíamos felices en lo que ahora podríamos llamar “la antigua normalidad”. Y si no éramos completamente felices, hay muchas posibilidades de que fuésemos algo más felices que ahora. O más relajados. O, al menos, más libres. En esa antigua normalidad podíamos movernos por Europa sin pasaporte y casi sin pensar, nos alegraban minucias como que no hubiese roaming, nos íbamos a estudiar un semestre a otro país o a trabajar a otra ciudad europea sin necesidad de un papeleo ingente. Si nos pasaba algo en la otra punta del planeta, podíamos recurrir a cualquier oficina consular de la UE, aunque no hubiese de tu país. Recibíamos turismo, se abrían oportunidades de negocio, abrazábamos a esos amigos que emigraron hace tiempo y volvían de visita, y nos enriquecíamos culturalmente con los viajeros procedentes de otros lugares. En esa antigua normalidad, en definitiva, nos movíamos libremente y sin miedo, con la seguridad que da haber nacido en el principal espacio de libertades del mundo, en un lugar donde nos parece lo más normal decir lo que pensamos o amar a quien queramos, elegir a nuestros representantes o poder hacer respetar nuestros derechos: en la Unión Europea.

Es curioso pensar, en el camino a una nueva normalidad, que esa antigua normalidad que ahora abandonamos tampoco estuvo siempre ahí; antes de ella hubo otra donde los conflictos entre estados vecinos se resolvían con las armas, donde millones de personas, en este mismo espacio en el que hoy vivimos, sufrían periódicamente las consecuencias devastadoras de la guerra. Una realidad en la que, casi de un día para otro, todo cambiaba, la inestabilidad y el miedo se apoderaban de las calles, y la violencia y la miseria se abrían paso.

Fue un 9 de mayo, cinco años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando el ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, propuso una nueva forma de cooperación política en Europa que hizo impensable un conflicto armado entre las naciones europeas. La declaración Schuman, como se conoce, se considera el nacimiento de lo que es hoy la Unión Europea. Setenta años después sigue cumpliendo su propósito original.

Las nuevas generaciones no hemos conocido guerras en nuestro espacio vital, pero el COVID-19 ha venido a recordarnos la inmensa fragilidad de nuestra normalidad, y cómo, de la noche a la mañana, los colegios cierran, los cines se apagan, los bares se silencian; los paseos se vuelven aventuras; se pierden trabajos, oportunidades, esperanzas e ilusiones; se pierden seres queridos.

La comparación entre la Europa de hace 75 años y la situación que vivimos actualmente no es descabellada. Ya Merkel se dirigió a los ciudadanos refiriéndose a esta crisis sanitaria, humana, social y económica como el mayor reto desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Así como entonces esos hombres y mujeres de altas miras respondieron con una solución conjunta que se transformó en la Unión Europea, y que ha traído la paz entre sus miembros durante décadas, el 9 de mayo de este año debería servirnos a todos para reclamar el anhelado relanzamiento del proyecto europeo, para abordar la reconstrucción de nuestras vidas en el seno de una estructura dotada con mayores competencias, impulsando el camino hacia una Unión Europea más integrada y capaz de enfrentarse a nuevos retos con determinación, dando una respuesta conjunta y eficiente a nuestras preocupaciones como ciudadanos. Porque los problemas que no conocen fronteras necesitan soluciones supranacionales.

Hacer el 9 de mayo festivo en toda la Unión Europea, como propone la Iniciativa Día de Europa (www.diaeuropa.eu), de la que Europeístas es impulsor junto a otras muchas organizaciones e individuos, no es un capricho, sino un paso fundamental en una construcción europea que realmente cuente con sus ciudadanos. Participar juntos el mismo día en una celebración internacional nos haría conocernos mejor unos a otros, nuestras costumbres, nuestros intereses y debilidades. Y, como bien hemos comprobado durante este confinamiento al aplaudir desde nuestras ventanas, conocer al vecino nos ayuda a sentirnos más cerca unos de otros, más alegres en la celebración y más arropados en la desgracia, forjando una empatía que desemboca en la solidaridad y la complicidad tan necesarias actualmente en Europa.

Por todo esto, reivindicar un día festivo común en toda la Unión Europea no es reivindicar un día de descanso y ocio, sino reclamar un refuerzo firme en los cimientos de nuestro bienestar y futuro como europeos. Si bien este año no habrá ese ambiente de celebración festiva de años pasados, no puede dejar de ser un día al que dotar de la importancia que merece. E incluso si en esta ocasión la jornada ha de servir de duelo por las decenas de miles de vidas perdidas por el COVID-19 en toda Europa, este es un duelo que hemos de llevar unidos. En la Unión Europea, como en las mejores familias, debemos estar juntos en lo bueno y en lo malo.

Feliz Día de Europa.