Europa

Donald Tusk: “Si los egoísmos prevalecen, la UE se desmoronará como un castillo de naipes”

El presidente del PPE advierte en una entrevista a LA RAZÓN de que “la alergia a la verdad es una enfermedad de algunos gobiernos de derecha, pero también de izquierda. Deben prestar atención a eso también en España”

Tusk calls on Poles to boycott presidential postal ballot
Donald Tusk fue presidente permanente del Consejo Europeo hasta el pasado diciembrePhilipp von Ditfurth/dpaPhilipp von Ditfurth/dpa

Donald Tusk (1957) nació en Gdansk, una ciudad con aires legendarios bañada por el Báltico en el norte de Polonia. Para los polacos es un símbolo de libertad y lucha. En sus plazas y calles se empezó a gestar la caída del comunismo, una revolución que había empezado en los astilleros, pero que involucró a todos los habitantes de esta ciudad portuaria. Tusk se curtió en el activismo durante su etapa universitaria. Posteriormente, se unió a una asociación que apoyaba al sindicato Solidaridad. Pocas veces la ciudad donde se nace influye de forma tan intensa en la historia particular de sus ciudadanos. Vivió en el corazón de la revolución, en una urbe que aún hoy es emblema de lo que fue en su día la voluntad de toda una nación.

Cuando el comunismo colapsó en Polonia, Tusk era uno de los fundadores de una revista declarada ilegal que propagaba el liberalismo económico y la democracia liberal. Desde entonces, nunca se ha alejado de esos ideales. Fue líder de un partido proeuropeo, el Congreso Liberal Democrático. Luego pasó a ser el hombre fuerte de Plataforma Cívica (centro derecha) y, de su mano, llegó a ocupar el cargo de primer ministro en 2007, manteniéndose en el poder durante siete años. Con el apoyo de Angela Merkel fue nombrado presidente del Consejo Europeo en 2014 por unanimidad. En Bruselas se enfrentó a las negociaciones por la crisis de la deuda griega. En 2015, obligó a la canciller alemana y a Alexis Tsipras a negociar, encerrándoles en una habitación, para evitar la salida de los helenos del euro. “Lo siento, pero no hay forma de que salgan de esta habitación". El acuerdo se logró después de 14 horas de negociaciones.

Pero quizás fue el Brexit lo que afianzó su papel de mediador entre los líderes europeos. Durante la crisis por la salida de Reino Unido del club comunitario, Tusk se enfadó ante las cámaras, propuso vías alternativas para que Londres no abandonara la UE, negoció y empezó de nuevo las conversaciones con cada líder británico y terminó por darles el adiós del bloque. Hoy, el político polaco es el presidente del Partido Popular Europeo (PPE). No exento de trabajo y polémica, debe lidiar con el partido de Viktor Orban, Fidesz, y las acusaciones de las instituciones europeas sobre el deterioro de la democracia en Hungría.

Ha ejercido el poder político en todos los niveles sin ser destruido por él. No es el típico burócrata de Bruselas. Cercano, rebosa energía y habla con pasión de política. No duda en sus respuestas. En una entrevista exclusiva con LA RAZÓN, Donald Tusk reflexiona sobre la política europea y mundial. Se detiene en su natal Polonia y transita por la actual crisis de la Covid19, el rol determinante de Europa y en una política post pandemia.

¿Cuáles diría usted que son los valores en los que debería basarse la Unión Europea en un proceso de reconstrucción post pandemia?

Creo que nadie sabe realmente cuándo la realidad pandémica en la que nos encontramos se convertirá en una realidad post pandémica. En mis conversaciones con políticos y científicos, cuando no estamos en el punto de mira del público, muchos de ellos admiten que todavía sabemos muy poco sobre este virus y sus posibles mutaciones, cuándo terminará la primera ola y cuándo comenzará la segunda. Que el virus va a atacar de nuevo, aunque la epidemia pueda ser contenida en las próximas semanas, es un hecho del que nadie tiene duda. Por lo tanto, debemos recordar cuando miremos hacia el futuro que el Covid19 puede resultar ser una molestia diaria no deseada durante años y no solo un peligroso incidente a corto plazo. Por este motivo, necesitaremos una estrategia solidaria. La solidaridad aparece a menudo como un reflejo, una reacción moral al mal, pero en una perspectiva a largo plazo, la gente no quiere ser solidaria, el egoísmo es un sentimiento más primario y fuerte. De ahí que necesitemos la solidaridad como estrategia política, financiera y logística. Algunos piensan que en situaciones extraordinarias, la seguridad solo puede ser garantizada por un poder fuerte, por los estados de emergencia y por medidas especiales. Ese es el caso cuando no hay solidaridad. Por eso, la falta de empatía y de signos claros de solidaridad al principio de la pandemia, que tan dolorosamente sintieron los españoles y los italianos, fue un error tan fatal.

Y un futuro europeo conviviendo con la pandemia, ¿cuál debería ser la ruta?

Llevo días diciendo que la respuesta a la pandemia debería ser: más Europa, no menos. La Unión no supo reaccionar adecuadamente en los primeros días de la crisis también porque la salud es una competencia de los Estados miembros, una competencia que está celosamente guardada. Hoy en día, la debilidad de la UE en este ámbito es criticada con mayor ferocidad por quienes bloquean una mayor integración y que siempre protestan cuando tratamos de hacer más fuerte a la Unión.

¿Cree que la Unión Europea corre el riesgo de fracasar en esta crisis?

La Unión siempre ha sido una construcción frágil y sensible, que exige, al igual que una democracia, esfuerzos incesantes y buena voluntad de todos, o al menos de la mayoría de sus participantes. Cada crisis, y recuerdo especialmente bien las crisis griega y de la migración, pone en tela de juicio el futuro de la Unión. El Brexit ha demostrado que los escenarios adversos son posibles, incluso bastante probables. Pero esos escenarios desfavorables no surgen de la nada, no caen del cielo, o más bien no emergen del infierno, tienen sus autores, directores y actores. La UE no se derrumbará por una crisis u otra, se desmoronará si tiene menos defensores que enemigos o escépticos, y si no estamos lo suficientemente decididos a mantenerla y desarrollarla. Es una paradoja que la pandemia, que muestra con tanta claridad que necesitamos una cooperación estricta a nivel mundial y europeo, esté fortaleciendo los sentimientos nacionalistas y aislacionistas. Ninguno de los grandes problemas del siglo XXI: crisis climática, epidemias, contaminación del aire y del agua, encontrará una solución a nivel nacional. El virus no conoce fronteras y no entiende de naciones. Por lo tanto, la respuesta a esta pregunta es simple: La Unión Europea puede colapsar, pero no tiene por qué hacerlo. Todo está todavía en nuestras manos, en nuestras mentes y en nuestros corazones

¿La UE dio una respuesta tardía a los ciudadanos españoles en la crisis del coronavirus?

Hay que recordar que la Unión Europea no es una abstracción política. España es también la Unión. No podemos pensar en la UE como “ellos”. La Unión es “nosotros”. Pero puedo entender la amargura de los españoles, porque se sintieron abandonados por Europa en un momento verdaderamente trágico. Lo que nos faltó fueron unos buenos reflejos, algunos ignoraron el problema al principio, la mayoría pensó en sí mismos, no en sus vecinos y esto nos perjudica a todos. Estos errores deben ser corregidos lo más rápidamente posible, también en la esfera de las emociones, porque no se trata solo del dinero o de los ventiladores, sino de algo igualmente importante, o tal vez más importante aún: que nadie en la Unión Europea se quede solo en tiempos de peligro. Ésa es la esencia de la comunidad política que queremos seguir siendo. Ninguno de los Estados miembros estaba preparado para el ataque del virus, en términos organizativos, materiales y psicológicos, y esa fue quizás la razón más importante de esta falta de reacción a las llamadas de ayuda procedentes de Madrid y Roma.

En cada crisis europea, la brecha entre el Norte y el Sur renace, ésta no ha sido la excepción. ¿Cuál cree que es la solución para romper con esta división?

Debemos poner fin a esas divisiones Norte-Sur y Este-Oeste, estamos todos juntos en esto. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Si nuestra reacción a largo plazo ante la pandemia es sabia, generosa y solidaria, las diferencias disminuirán y las emociones pesimistas se enfriarán. Si los egoísmos prevalecen, la Unión se desmoronará como un castillo de naipes. Es primordial que recuperemos nuestra capacidad de definir el bien común, del que todos se sentirán igualmente responsables. Mi intuición y mis conocimiento de historiador me dicen que estaremos unidos en esto, o no lo estaremos en absoluto.

Los países del sur de Europa ven la mutualización de la deuda como la única solución. En las últimas semanas se ha avanzado en esta idea. ¿Cree que estamos cerca de un acuerdo?

Soy muy prudente, pero a la vez optimista en cuanto a la cuestión de acordar las formas de ayuda financiera, aunque no sea la mutualización de la deuda. Ninguno de mis interlocutores, y estoy en contacto permanente con muchos primeros ministros, cuestiona la necesidad de movilizar medios a gran escala, y las primeras decisiones ya se han tomado. Todo apunta a que vamos a lanzar la mayor acción financiera de nuestra historia, y para mí es evidente que los que tienen más deben dar más. No se trata solo de la ayuda a los más afectados, sino que de ello depende el futuro de toda Europa. Me parece que lo entienden tanto los españoles como los holandeses, los italianos y los alemanes. Si queremos superar este infierno, debemos arrimar el hombro. Por supuesto que cada Gobierno tiene derecho a exigir a los demás una verdadera solidaridad, pero también es importante la comprensión y el respeto mutuo. Todos hemos cometido errores, en lugar de acusarnos unos a otros, tratemos de repararlos.

Cuando estalló la crisis del Covid19, la respuesta tardía de Europa dejó un hueco para potencias como China y Rusia. Desde las noticias falsas hasta la “diplomacia sanitaria”. ¿Debemos cuidarnos de estas dos grandes potencias?

La reacción tardía a la pandemia y la falta de empatía los primeros días crearon un nuevo espacio para las acciones de propaganda agresiva de Rusia y China. Éste es un juego muy cínico y peligroso, porque tanto Moscú como Pekín cuentan con aliados fieles y activos en casi todos los rincones de Europa. A pesar de ello, los hechos son claros. La ayuda europea, aunque llegó un poco tarde, es incomparablemente más grande que la china o la rusa. Los suyos fueron gestos simbólicos, que por supuesto tuvieron su significado político, mientras que los de la Unión son miles de millones de euros que irán a los afectados por la pandemia. No podemos pretender no ver esta colosal diferencia.

La evolución de los fallecidos en Europa ha sido abismal comparada con China

China ocultó al mundo la verdad sobre el virus durante muchas semanas, siendo al mismo tiempo la fuente de su propagación. Su política basada en la desinformación, la censura y las noticias falsas es una de las razones de la muerte de miles de personas que podría haberse evitado. En lugar de alabar a China por sus transportes simbólicos de mascarillas, deberíamos pedirles cuentas y exigir una investigación internacional. Ni China, ni más aún Rusia o los Estados Unidos de Trump son modelos para emular de cómo actuar en tiempos de pandemia. La pandemia tomó a todos por sorpresa, no hay razón para que Europa se involucre de nuevo en un juego estúpido de culpas internas

Da la sensación que en momentos tan excepcionales la política europea es aún más pausada, que tiene otras prioridades que no se centran en su política exterior ¿Cuál debería ser su labor fuera de nuestras fronteras, en África o en nuestras fronteras más cercanas con Ucrania o los Balcanes occidentales?

En ningún caso la pandemia debería dar lugar a un aislacionismo más allá de nuestras fronteras, mucho menos un aumento de los egoísmos nacionales. Al contrario, solo una estrecha cooperación y confianza dentro de la UE y con nuestros vecinos más cercanos ayudará a ganar la lucha contra el virus. Es bueno que a pesar de esta difícil situación, se hayan abierto conversaciones de adhesión con Albania y Macedonia del Norte. Igualmente importante es estrechar relaciones con Ucrania, más aún si pensamos que es imposible predecir cómo y en qué dirección evolucionará la situación con Rusia, que está sumida en el caos causado por la epidemia y la crisis financiera. La asistencia a los países africanos y nuestra cooperación en la lucha contra la migración ilegal no desaparecerán de nuestro programa a causa de la pandemia.

Las elecciones presidenciales en Polonia fueron finalmente aplazadas, pero el partido en el Gobierno, Ley y Justicia, quiere celebrarlas por correo postal en verano ¿Tienen estas elecciones plenas garantías democráticas?

Por razones obvias, la situación en Polonia me preocupa mucho. Las autoridades no quieren posponer la fecha de las elecciones, aunque el peligro epidemiológico no disminuye. La idea de celebrar elecciones solo por correspondencia, tal como está organizada por el Gobierno, va abiertamente en contra del principio de confidencialidad de las elecciones. Además los candidatos no tienen la posibilidad de hacer campañas electorales. La mayoría de los ciudadanos están a favor de aplazar las elecciones a una fecha segura, pero el partido gobernante no quiere respetar la Constitución, la ley electoral y las reglas del sentido común. El Estado se ha encontrado en una profunda crisis política. Es bastante paradójico que el autoritarismo que garantiza el orden y la seguridad, en realidad solo conlleva el caos y la amenaza. Mientras hablamos, el caos político se profundiza. Los últimos movimientos de Kaczynski no tienen nada que ver con las reglas constitucionales.

Según la Constitución polaca, no está permitido cambiar la ley electoral seis meses antes de las elecciones. Kaczynski lo ha hecho, ¿Cuál cree que son sus límites?

Para los políticos que ven el poder como un fin en sí mismo, son los ciudadanos. Solo su presión y su voluntad de luchar por unas reglas de juego justas y equitativas, solo ellos pueden establecer los límites. El cambio de la ley electoral justo antes de las elecciones no es el único pecado de Kaczynski. Su Gobierno comete abusos permanentemente, cuando no se desvía de la Constitución. Pero la resistencia de la opinión pública es cada vez más fuerte, y confío en que Polonia se convertirá pronto en un Estado de derecho y en una democracia honesta. Los medios de comunicación juegan un papel importante en este sentido. En Polonia, los medios públicos están bajo el control total del partido gobernante, pero no solo eso, también intentan corromper algunos medios privados. La independencia de los medios de comunicación debe ser vigilada hoy en día en toda Europa, en Polonia, Hungría, pero también en los países gobernados por formaciones políticas completamente diferentes a éstas. La alergia a la verdad es una enfermedad de algunos Gobiernos de derecha, pero también de izquierda. Deben prestar atención a eso también en España.

Sobre el papel no hay principios o valores comunes. ¿Por qué Fidesz sigue formando parte del Partido Popular Europeo?

No tengo ninguna duda de que tanto la forma de gobierno que el primer ministro Orban está introduciendo en Hungría como sus declaraciones ideológicas tienen poco que ver con la democracia cristiana. Sin embargo, hay algunos círculos y partidos dentro del PPE a los que les gustó mucho su retórica anti inmigración durante la crisis de los refugiados. Los hay quienes están impresionados por la eficacia en el mantenimiento del poder y la ampliación del mismo. También hay otros que han empezado a creer en el renacimiento del nacionalismo conservador. Creame, Fidesz no es nuestro principal problema, pronto resolveremos este asunto. La cuestión fundamental es la condición moral e ideológica del centro derecha europeo, y el futuro de la democracia liberal en nuestro continente. La actitud de Fidesz es una prueba de fuego a los valores fundamentales que constituyen la democracia liberal: Estado de derecho, controles y equilibrios, libertad de expresión, derechos individuales, protección de una minoría contra el dictado de la mayoría... La pandemia y sus consecuencias políticas y sociales muestran aún más claramente lo frágiles que pueden ser nuestros valores, especialmente la libertad, y lo fácil que es someter a las personas a un control omnipresente en nombre de su seguridad.

El cierre de las fronteras, los cambios económicos y la pérdida de confianza en la democracia fortalecen los autoritarismos y los populismos. Hay países como Hungría y Polonia que han tratado de aumentar sus poderes durante esta crisis. ¿Cómo pueden los ciudadanos que no quieren vivir en esta “democracia iliberal” afrontar esta crisis desde dentro?

Lo que no podemos hacer es pretender que no existe. Los mayores aliados de los autoritarismos son la indiferencia y el silencio de la gente. Las democracias mueren en silencio. Tenemos que estar preparados para actuar en todas partes, en toda Europa, porque no faltan candidatos autócratas, tanto en la derecha como en la izquierda. Me siento especialmente cualificado para hablar de este tema: en mi juventud luché en mi país contra el autoritarismo comunista, hoy en Europa intento limitar la resistencia contra los antiliberales, antieuropeos y anticristianos en su esencia de radicalismos y populismos. En política, el mal tiene diferentes colores: negro, marrón, rojo, y diferentes inspiraciones ideológicas, pero en última instancia tiene el mismo objetivo: el sometimiento de un individuo, la privación de los derechos de las minorías, y el triunfo del poder sobre el hombre. Soy un fiel lector de Ortega y Gasset, y recomiendo encarecidamente a todos la relectura de su libro “La rebelión de las masas”.

Esta crisis es para muchos ciudadanos un acontecimiento existencial, un evento que cambiará la naturaleza de la globalización y la estructura del capitalismo internacional. ¿Cree que la política se verá obligada a reinventarse para sobrevivir o puede la política tal y como la conocemos hoy reconstruir la esperanza entre los ciudadanos?

Muchas predicciones, o incluso profecías, han aparecido estos días sobre un mundo post pandémico. Como ya he mencionado, nadie sabe si vamos a tener que vivir con el coronavirus durante un período de tiempo más largo. Cada predicción conlleva el riesgo de un gran error. Seguramente, tendremos que aprender nuevas formas de trabajo y de coexistencia. Lo que hoy es una situación extraordinaria, el distanciamiento social, el deber de cuarentena, la tecnología de rastreo, el encierro temporal, el trabajo desde casa, las máscaras. Todo esto puede convertirse en una norma, una nueva realidad cotidiana. En la política, cada vez ocupará más espacio los temas de seguridad, salud, higiene, alimentación natural y segura, control sobre las personas y disciplina social. Hoy en día los Gobiernos tienen a su disposición tecnologías que permiten un control total sobre los individuos, desde su movilidad, incluso sus intenciones, emociones, hasta la temperatura de sus cuerpos. Ésta es una combinación muy peligrosa: los miedos sociales a la epidemia, el crecimiento de las tendencias iliberales que ya pudimos presenciar durante la crisis migratoria, el Brexit o Trump, y las herramientas modernas, incluyendo grandes datos, inteligencia artificial y el 5G. Es en este triángulo: miedos sociales -estado de emergencia- nuevas tecnologías, es donde la política de la primera mitad del siglo XXI tomará forma. No tendremos escasez de combustible para esta maquinaría. Tendremos miedo a los virus, a los cambios climáticos y a los migrantes, cada vez más fuerzas políticas buscarán formas de poder con tendencia antiliberal, mientras que las tecnologías se aceleran a un ritmo que va más allá de nuestra imaginación. Lo que está en juego es nuestra libertad y todavía depende de nosotros y si vamos a permitir que nos la arrebaten. Quiero que hablemos de ello levantando la voz para que todo el mundo pueda oírnos.