Guerra en Siria
Las vidas mutiladas de la guerra siria
LA RAZÓN viaja a Reyhanli, a la frontera con Siria, para presenciar la infatigable labor que se lleva a cabo en un centro de prótesis. Víctimas de los misiles y las minas son atendidas para poder iniciar una nueva vida lejos de las bombas.
LA RAZÓN viaja a Reyhanli, a la frontera con Siria, para presenciar la infatigable labor que se lleva a cabo en un centro de prótesis. Víctimas de los misiles y las minas son atendidas para poder iniciar una nueva vida lejos de las bombas.
A menos de dos kilómetros de Siria, existe en Reyhanli (Turquía) un oasis para los sirios que han perdido alguna extremidad de la forma más violenta posible. En este centro trabajan y conviven sirios por el bien de otros sirios. Algunos abandonaron las matemáticas porque creyeron que era más urgente ayudar a los amputados de la guerra, otros dejaron a su familia y un futuro prometedor en Damasco por aprender de cero traumatología y ortopedia. Los empleados trabajan sin descanso, cuánta más movilidad y autoestima puedan generar, mejor. Pero aquí no se pregunta de qué bando se es, casi ni quién lanzó las bombas. «Lo importante es que la protésis valga y esté lista lo antes posible», comenta uno de los trabajadores de Deraa.
Madres con sus hijos se cruzan con jóvenes y no tan jóvenes. El denominador común de las más de 1.000 personas que han acudido al centro desde 2017 son las heridas de guerra (400), la amputación (395) o las amputaciones múltiples (120). De ellos, el 80% necesita prótesis en las extremidades inferiores.
Con nueve años, Mohamad cumple este patrón. Al pequeño le arrebataron a su padre, funcionario del Estado, en un bombardeo en Idlib en 2013. En el ataque también murieron sus tíos. Al año siguiente, con tan solo cuatro años, estaba en casa de su abuelo, jugando en una habitación, cuando una bomba destruyó las paredes que debían protegerlo. Esta vez Mohamad perdió las dos piernas y, como dice Garid, su madre, también su futuro.
Sus abuelos y su hermana mayor resultaron heridos por la deflagración, pero ninguno con tanta gravedad como él. Tras meses de hospitales, de sillas de ruedas y la muerte de los progenitores de Garid, la joven, que hoy tiene 31 años, decidió empezar una nueva vida en Turquía. Junto a Mohamad y sus otros dos hijos cruzó la frontera para establecerse en Reyhanli, en un orfanato para huérfanos de padre. Escogió esta ciudad para estar cerca del centro del Proyecto Nacional Sirio para las Prótesis de Extremidades (NSPPL) y esperaba que aquí pudieran «curar» a Mohamad.
Y así ha sido. Su evolución es asombrosa. Se pone y quita las prótesis como si fuera un juego en el que debe demostrar lo rápido que es. Quiere ser futbolista y lo evidencia chutando un balón en el patio del centro. Garid reconoce que le ha cambiado la vida porque ahora puede ir solo al colegio, caminando, y está integrado perfectamente con los demás. Así, ella puede dar clases de árabe para tener algún ingreso.
Sin embargo, algunas cicatrices no cierran. Mohamad tiene una fuerte anemia y se cansa muchísimo. Además, sus fémures no paran de crecer y hay que acudir constantemente a la clínica para hacer rehabilitación, ajustar y rehacer las prótesis. “Ya le han operado tres veces últimamente tiene muy mal color, está pálido”, explica su madre. Al preguntarle si desearía volver a Siria, la joven reconoce que allí no hay educación ni colegios para sus hijos. Tampoco le queda ningún familiar vivo allí. En Reyhanli, Mohamad acude a un colegio para sirios y Garid recibe una pequeña ayuda gracias a la UE.
En la actualidad hay unos 100 sirios en lista de espera para este centro. Aunque la clínica abrió en 2013, de una forma mucho más amateur, con el apoyo psicosocial y terapéutico de Relief International (RI) y el acuerdo entre Turquía y la Unión Europea, los trabajadores y servicios son cada vez más completos. «El trauma de pisar una mina o acabar bajo las bombas es enorme, pero hay que sumarle la aceptación a la nueva imagen del cuerpo», explica Rima Naimi, coordinadora de Rehabilitación Física de RI. El proceso es arduo, aunque con el respaldo de RI y la financiación de la UE a través de la Organización de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la UE (ECHO), cada día son más las posibilidades de los especialistas y las historias de éxito y, como recuerdan en el centro, «la guerra en Siria no ha terminado. Cada mes se registran unos 30.000 heridos más, según la OMS».
Se siente como si tuviera 50 años, aunque realmente rondará los setenta y muchos. Ahmad espera con muletas su prótesis de la pierna derecha, que ha sido manufacturada directamente aquí. Este antiguo imán recuerda perfectamente el día de 2014 que le cambió la vida.
Se había levantado para la primera oración cuando una bomba alcanzó su casa en Hama. «Cuando volví en mí no veía nada. La oscuridad era total. Estaba completamente bañado en sangre y no podía mover las piernas. Recordaba que hacía poco había puesto un cable para que las parras treparan hacia arriba. Me arrastré siguiendo los troncos y con el cable me hice un torniquete».
Cree que estuvo dos horas consciente, hasta que se lo llevaron al hospital. Le amputaron la pierna en Siria, pero para la prótesis le hablaron de este centro en Turquía, donde ahora vive con su mujer en Islahiye. «Tengo mucha energía, pero ya no hay futuro para mí», confiesa Ahmad, que no volverá jamás a Siria ni a Hama. “Lo destruyeron todo”.
Uno de los fundadores y actual gerente del centro, Raed al Masri, indica a LA RAZÓN que existe una correlación entre las batallas y el flujo de heridos y amputados que reciben unos seis, siete meses después. Al Masri era profesor de Matemáticas hasta que fundó este centro en 2013.
“Empezamos como voluntarios, sin ninguna ayuda ni financiación oficial. Después ya nos registramos oficialmente y ahora es una clínica totalmente profesional”, comenta Al Masri, que es de Homs. “Aquí ayudamos a unas 40 personas al mes de media”, añade Al Masri.
“Recibimos gente de todas partes de Siria porque mucha gente se ha desplazado internamente, dependiendo del conflicto”. Uno de los fundadores de NSPPL reconoce que en Idlib hay ahora cuatro millones de sirios. Antes había unas 800.000 personas. Ahora hay unos cuatro o cinco millones de personas”. Asimismo, el otrora matemático reconoce que hasta 2016 a los sirios les era más fácil entrar en Turquía, hasta que se construyó el muro fronterizo.
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