EE UU

¿La República Imperial en decadencia?

Joe Biden se enfrenta al reto de recuperar la confianza en las instituciones

Ilustración de Joe Biden
Ilustración de Joe BidenPlatónLa Razón

A la vista del asalto al Capitolio que realizó una multitud, alentada por el propio presidente Trump, cabría preguntarse si no es éste un síntoma decisivo, aunque no exclusivo, de la decadencia social, política y moral que está sufriendo la república imperial norteamericana, como la denominó Raymond Aron.

Si realizamos el esfuerzo intelectual de trascender la gravedad de los sucesos inmediatos para situarlos en una perspectiva de larga duración, observamos fácilmente que lo acaecido en el Capitolio estuvo precedido por un mandato presidencial catastrófico en el ámbito sanitario, errático en la política doméstica, ineficaz económicamente y desestabilizador en el contexto internacional. Si indagamos un poco más, observaremos que tan pernicioso mandato presidencial sólo fue posible gracias al respaldo electoral concedido a un candidato, Donald Trump, sin trayectoria política acreditada, carente de un programa electoral sólido y que, a pesar de ello, logró imponer su discurso populista radical primero al aparato del Partido Republicano y más tarde a la candidata demócrata. Su campaña supo recoger los anhelos y frustraciones de una parte de la ciudadanía

El éxito del candidato Trump fue la medida exacta del fracaso del sistema bipartidista y de las instituciones federales para atender, tras la crisis de 2008, las necesidades y demandas de una parte significativa de la ciudadanía de clase media golpeada por la crisis económica y manipulada por las élites políticas y económicas del país. Este fracaso se arrastraba desde que la Presidencia del «yes, we can» (sí podemos) de Obama, que tantas expectativas generó, terminó convirtiéndose en el fiasco del «we can’t» (no podemos).

El descrédito constante de la legalidad institucional que ha practicado la Administración Trump durante todo su mandato, apoyada por una parte del Partido Republicano, ha venido a sumarse a su catastrófica gestión de la pandemia del covid-19. A ello hay que agregarle la violencia radical extendida a conflictos sociales que permanecían larvados, como el de las minorías raciales, para dar el resultado de una crisis general del país y una profunda quiebra social acentuada por la conectividad de las redes sociales.

La tensión política y la violencia social del último año unido a los mortales efectos de la pandemia, constituyeron la antesala de la reacción electoral que una silenciosa mayoría ciudadana (51,4% de votantes), ajena a esta dinámica de enfrentamiento nacional, capitalizó a través del voto en favor del candidato demócrata Joe Biden. Un resultado previsible pero no previsto por la Administración Trump. En contra de lo que vaticinaron en las redes sociales el presidente Trump y sus seguidores, la «realpolitik» se impuso a los constantes intentos de desacreditar los resultados electorales. La quiebra de un Estado democrático que se ha consolidado a lo largo de dos siglos y medio, como es el caso de Estados Unidos, no se alcanza únicamente con manifestaciones callejeras y ataques institucionales, más o menos planificados, de una minoría de las elites políticas y económicas.

Sin embargo, tales sucesos vaticinan el comienzo de una decadencia nacional que, si no se ataja, con el tiempo puede terminar provocando el fin de la democracia. Por ello a nivel doméstico,la Administración del presidente Biden se enfrenta a un doble reto: A) superar la pandemia, tanto en sus efectos sanitarios como económicos, y B) recuperar la confianza en las instituciones estatales como paso previo y necesario para la reconstrucción de la paz social y la seguridad nacional. Ambos retos son interdependientes y, por tanto, deben abordarse conjunta y simultáneamente. Si la Presidencia de Biden logra progresos apreciables en ambos desafíos durante 2021, podrá garantizar el escenario de la recuperación nacional durante el resto del mandato e, incluso, consolidarla con una nueva presidencia demócrata. Para ello, el control y apoyo de las dos cámaras legislativas será decisivo. Por el contrario, si fracasa, el mandato presidencial será puramente reactivo ante el progresivo deterioro de la convivencia social y la creciente inestabilidad política nacional.

En el contexto internacional, los principales objetivos de la Presidencia de Biden son ya bien conocidos. La restauración de las relaciones con los aliados tradicionales de Estados Unidos en Europa y el Pacífico, como base para respaldar una política de calculada rivalidad con China y Rusia tanto en el ámbito económico como estratégico. También iniciará una revisión del multilateralismo con la búsqueda de nuevas fórmulas de cooperación global y regional para enfrentar los grandes desafíos medioambientales y energéticos, los necesarios cambios tecnológicos y sanitarios, los crecientes flujos migratorios internacionales o las amenazas del terrorismo y la criminalidad organizada transnacional, especialmente en el ciberespacio.

La nueva Administración norteamericana es plenamente consciente de la gravedad de la herencia política que recibe y de la urgencia de adoptar las medidas de respuesta que detengan la quiebra del país. Sin duda entre esas medidas estará la depuración de responsabilidades políticas y judiciales por el asalto al Capitolio, pero también la colaboración para superar la profunda brecha que divide al republicanismo norteamericano. Una tarea difícil e incierta en sus resultados pero necesaria para recuperar la confianza en las instituciones federales, incluida la propia Presidencia.