Análisis

¿Cómo se han derrumbado las fuerzas afganas entrenadas por EEUU y la OTAN?

El colapso de las «modernas» fuerzas afganas prueba que la misión de EE UU y la OTAN ha fracasado

Militares de las Fuerzas Armadas británicas a su llegada a Kabul, Afganistán
Militares de las Fuerzas Armadas británicas a su llegada a Kabul, AfganistánLeading Hand BEN SHREAD / BRITISEFE

Zurcir no es lo mismo que bordar. Crear un ejército no es lo mismo que enseñar a un paisano a manejar una ametralladora o una radio ¿Cómo se convence a un afgano que hay una Patria por la que merece la pena arriesgarse a morir cuando Afganistán no es una nación sino tan solo un solar donde solventar odios atávicos de una etnia contra la otra? La Norteamérica del Presidente Bush –tras la terrible conmoción del 11 de Septiembre del 2001– se creyó justificada para destruir el nido que había cobijado a los terroristas salafistas de Nueva York y Washington; y quizás lo estuviera. Pero se embriagaron queriendo construir ademas una nación moderna y democrática allá donde solo había ignorancia y rencores tradicionales. Y sus aliados de la OTAN y los amigos de todo el mundo les seguimos en este quimérico empeño de construir una democracia en Asia Central con los mimbres de una sociedad medieval. Pero la Historia no se deja acelerar fácilmente. El progreso no se impone con las bayonetas como aprendió dolorosamente Napoleón en la España de 1808.

Los norteamericanos –con el apoyo militar casi exclusivo británico– intentaron derrocar el régimen talibán en Afganistán desde el 2001 hasta, formalmente, el 2014. Y lo consiguieron rápidamente. Pero a la vez trataron de construir un país moderno donde solo había odios y atraso; y nos arrastraron en ese ilusorio intento a nosotros, sus aliados, que pecamos de ingenuos al seguirlos dócilmente. A partir de principios del 2015 sucesivas administraciones norteamericanas comprendieron que el esfuerzo de instaurar una democracia en Afganistán era titánico y que había que empezar a prepara la retirada, cambiando la misión de reconstruir el país por la de adiestrar al Ejército afgano para que hiciera aquello que nosotros no habíamos podido lograr: derrotar a los talibanes en el seno de una sociedad corrompida y dividida étnicamente. Y por segunda vez las naciones de la OTAN seguimos la nueva dirección de la nación líder. He intentado describir todo este proceso con algo más de detalle en una Tribuna (16.07.2021) de hace un mes.

Ahora, con los talibanes en las calles de Kabul, el fallo de nuestra misión de adiestramiento del Ejército afgano es evidente para todos. La OTAN no ha sido derrotada militarmente, pero sí hemos fracasado en nuestra segunda misión en las atormentadas tierras afganas y el duro precio lo van a pagar aquellos que confiaron en nosotros – en nuestros aires de progreso – empezando por las mujeres. Era una amarga certeza para muchos que una vez que se retirara el apoyo aéreo y logístico aliado, el Ejército por nosotros organizado se iba a derrumbar. La rapidez de este desmoronamiento sí que ha sido una sorpresa técnica. Se confiaba que el intervalo antes de que los talibanes entraran en Kabul permitiera salvar políticamente la cara norteamericana; pero como pasó en Vietnam, cuando la moral falla, el derrumbe de un ejército se acelera exponencialmente.

Ante el fracaso norteamericano y aliado en Afganistán, es cuando más se necesita una serena solidaridad. Es hora de reflexionar sobre lo que hemos intentado realizar durante casi vente años allí y porque no hemos culminado nuestra misiones pese a los grandes esfuerzos realizados. No es el momento de los reproches sino la del análisis honesto de lo pretendido en aquel dolido y dividido país, con el objetivo de formular una estrategia alcanzable para todo el Oriente Medio, empezando por Irak donde las espadas están todavía en alto.

Los norteamericanos, en particular, y sus aliados solidariamente deberíamos reflexionar sobre las limitaciones de los regímenes democráticos para imponer militarmente nuestras creencias y valores a otras naciones. Si nuestros principios son superiores, dejemos que la Historia lo demuestre y para ello, hace falta tiempo. Mucho más tiempo que estos veinte años en Afganistán. Reservemos nuestros superiores medios militares y morales para defendernos, como hicimos para prevalecer frente a la Union Soviética y su ideología comunista, sin intentar dar lecciones con nuestras armas; solo empleando nuestro ejemplo de convivencia y tolerancia.

Nuestros ejércitos, insisto, no han sido derrotados militarmente en Afganistán. Sin embargo las dos sucesivas misiones de la OTAN allí se han demostrado como inalcanzables. Debería haber responsabilidades de nivel político por ello, no personales, sino mas bien institucionales. Y estos fracasos nos deben hacer reflexionar sobre el bien precioso que es la moral de un ejército, para dotar a los nuestros, no solo de las armas y medios adecuados, sino de la consciencia de los bienes preciosos para la sociedad cuya defensa ellos encarnan. Hemos visto sucumbir un Ejército afgano «moderno»; evitemos que algo parecido pueda pasar con los que aquí se muestran dispuestos a defender con su vida y su callado esfuerzo diario, nuestra forma de vida y creencias.