Análisis

El equilibrio entre libertad y seguridad tras el 11-S

Las frustraciones de los estadounidenses por el fracaso en Irak y Afganistán alimentaron la desconfianza hacia la élite de Washington y dieron alas al populismo

El ex presidente de Estados Unidos Donald Trump saluda a simpatizantes durante el mitin que celebró en Wellington
El ex presidente de Estados Unidos Donald Trump saluda a simpatizantes durante el mitin que celebró en WellingtonDAVID MAXWELLAgencia EFE

Todos sabemos bien lo que pasó el11 de septiembre de 2001, pero, ¿qué supuso y cómo han cambiado las cosas desde entonces? ¿Cuál fue el efecto del 11 de septiembre en la política estadounidense? Las respuestas no siempre son lo que parecen. El efecto más obvio fue una reorientación de la política exterior estadounidense. Tras el repentino colapso del imperio soviético en 1989, la política exterior de EEUU quedó a la deriva. Durante medio siglo, la contención de la Unión Soviéticahabía sido el principio organizador de la política exterior de Estados Unidos, pero sin la Guerra Fría, los responsables de Washington no tenían claro cómo dirigir la política exterior. A pesar de este hecho, las elecciones presidenciales estadounidenses después de la Guerra Fría se centraron principalmente en cuestiones internas.

El presidente George W. Bush tenía poco que decir sobre asuntos internacionales cuando se postuló para la presidencia en 2000, pero en menos de un año los ataques del 11 de septiembre lo transformaron. Bush lanzó las invasiones de Afganistán (2001) e Irak (2003), comprometiendo a Estados Unidos en dos guerras largas y costosas. La política exterior posterior al 11 de septiembre ha pasado por dos fases. La primera fue intervencionista. Bush invadió Afganistán e Irak para promover una guerra global contra el terrorismo. Barack Obama mantuvo en gran medida el enfoque intervencionista de Bush, aunque redujo las fuerzas estadounidenses en Irak mientras aumentaba las tropas en Afganistán y expandía una guerra de aviones no tripulados contra los terroristas. La segunda fase, «América primero», comenzó con Donald Trump y ha sido continuada por Joe Biden. Esta estrategia es escéptica a la hora de aceptar grandes compromisos en el exterior y se centra más en la rivalidad con otras superpotencias. Esto puede parecer una versión de la política exterior de la Guerra Fría de Estados Unidos, pero a diferencia de entonces, la lucha contra el terrorismo es un componente importante.

También se produjo un cambio en la política nacional a medida que las decisiones antiterroristas se volvieron más agresivas: mayor seguridad en las aerolíneas, más vigilancia en los espacios públicos, nuevas formas de identificación para la gente... Los estadounidenses aceptaron estos cambios con resignación, aunque últimamente el resentimiento hacia ellas ha contribuido a una reacción violenta contra las políticas anti covid, ya sea el uso de las mascarillas o el confinamiento. También ha habido un fortalecimiento del poder presidencial, primero para promover una mayor seguridad y ahora para potenciar la agenda política del presidente.

Sin embargo, las políticas orientadas a la seguridad se han vuelto muy controvertidas como consecuencia directa del 11-S. Esto es irónico, porque en los primeros meses después de los ataques, los estadounidenses expresaron una mayor unidad, patriotismo y respeto por la autoridad, desde el presidente y el ejército hasta la policía y los bomberos. En los últimos tiempos la polarización política y el populismo han provocado fuertes divisiones sobre las medidas orientadas a la seguridad (sin importar el tipo de seguridad).

Estas divisiones están vinculadas a otros cambios en la política estadounidense. Por un lado, el Partido Demócrata se ha vuelto más progresista y favorable a las medidas de seguridad sanitaria; se ha convertido en el partido de las élites de las costas del país, urbanas y bien educadas. Por otro lado, los republicanos se han quedado como un partido populista anclado en las zonas rurales y en el centro del país.

Las frustraciones y fracasos de las intervenciones de Estados Unidos en Irak y Afganistán también contribuyeron a una disminución de la confianza en el liderazgo político tradicional de la nación, lo que alimentó el surgimiento de movimientos populistas en ambos partidos. El populismo desde el bando de los demócratas ha cernido un manto de sospecha sobre la policía y el ejército, si bien apoya el uso de mascarillas y vacunas. El populismo republicano desconfía de las mascarillas y las vacunas, pero ha apoyado con entusiasmo a la policía y al ejército. Líderes nuevos y más populistas, como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez a la izquierda, y Donald Trump y Josh Hawley a la derecha, han desafiado a los políticos tradicionales.

Teniendo en cuenta estos cambios, es probable que un efecto sorprendente y más a largo plazo de los atentados del 11-S fuera la victoria del magnate Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 y el crecimiento de la fuerza populista en la política estadounidense. Es posible que sin el 11-S seguiría siendo solo un empresario extravagante y estrella de la televisión.