Terrorismo yihadista
Al Baghdadi, un fanático que se decía descendiente del profeta Mahoma
El terrorista asesinó de forma implacable a todo al que consideraba un disidente
El terrorista asesinó de forma implacable a todo al que consideraba un disidente.
El siniestro personaje que ayer puso fin a su vida y de pasó se llevó la de algunos de los que le rodeaban, niños incluidos, era un megalómano, un fanático y. sobre todo, un personaje lleno de maldad. Ibrahim Awad Ibrahim al Badri, nacido en la ciudad iraquí de Samarra, cambió su nombre por el de Abu Bark al Hussayni al Qurayshi al Bagdadi, solo con la finalidad de hacer a sus seguidores que era descendiente del profeta Mahoma, del que poco menos que recibía órdenes directas que le permitían ordenar todo tipo de crímenes en nombre de Dios. Pretendía reforzar su autoridad «religiosa» de «califa», al ser desciende del nieto del profeta Mahoma Al Hasan Ibn Ali y de la tribu de los coarichíes. Pedigrí musulmán, en una palabra.
Este sábado, LA RAZÓN publicaba en su web las ideas-fuerza que habían empezado a difundir, de momento de una manera tímida, sus disidentes y que le presentaban como un cobarde, un mentiroso, en embacaudador y, sobre todo, a ojo de lo musulmanes, como un tremendo pecador. Le aconsejaban que pidiera primero perdón a Dios antes de seguir con sus atrocidades.
Bagdadi era uno de los alumnos «predilectos» de otro dañino personaje, también abatido por los norteamericanos, que dirigía Al Qaeda en Irak: Abu Musad al Zarkawi. Fue al que se le ocurrió eso de grabar en vídeo las decapitaciones de sus enemigos, si eran periodistas o empresarios, mucho mejor. Se trataba de sembrar el miedo entre los occidentales. El cabecilla de Daesh superó a su «maestro» con creces y, desde su famoso «sermón» en Mosul en 2014, al dar a conocer el Estado Islámico, se ha dedicado a causar muerte y destrucción allí donde ha podido. De lo que no se ha hablado mucho es de las purgas internas que ha realizado en el seno de la banda y que consistían en detener, «juzgar» y asesinar en un mismo acto a cualquier persona a la que considerara disidente, a veces por un comentario chivado a su temible «policía religiosa». En efecto, era un cobarde y los demostró cuando las cosas le empezaron a ir mal a su grupo en el campo de batalla: es uno de los ejemplos más clamorosos de «desaparecido en combate» o «no está, ni se le espera» de los últimos tiempos. Después, trataba de arreglarlo, como hizo con los que murieron en la lucha en Al Baghour, el último bastión en Siria, con grandes elogios y el deseo de que «ya estuvieran con Alá». Así lo proclamó el vídeo del pasado mes de abril. La muerte de este individuo, que se hacía «adorar» por sus seguidores, mediante continuas adhesiones inquebrantables, deja la incógnita de quién será su sucesor, alguien de calaña, sin duda.
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