Asia
Los estragos del terremoto arrastran a Birmania a una crisis humanitaria
La Junta Militar informa de al menos 1.644 muertos, 3.408 heridos y 139 desaparecidos tras el devastador terremoto
La tragedia se cierne sobre el centro de Myanmar, en la histórica ciudad de Mandalay, donde el pasado viernes un estruendo inicial resonó con fuerza, preludio de la brutal onda sísmica que azotó la región y dejó un rastro de al menos 1.644 fallecidos, 3.408 heridos y mientras 139 personas permanecen desaparecidos. En la nación que, bajo el yugo militar ya lucha contra guerras, inundaciones e incendios, este fenómeno no solo impactó a sus ciudadanos, también desató una sacudida en los santuarios budistas, dejando en su estela destrucción y desolación. En cuestión de segundos la geografía de Myanmar se desdibujó, dejando una huella imborrable en la memoria colectiva. Se han intensificado las labores de rescate con inmediata ayuda internacional, mientras las comunidades, tras el caos, enfrentan la dolorosa realidad de reconstruir sus vidas y un milenario patrimonio cultural ahora afectado por la furia de la naturaleza.
El terremoto de 7,7 grados en la escala de Richter se desató cuando la falla de Sagaing, que divide el territorio de forma vertical, se activó en su punto central, con epicentro a apenas 16 kilómetros de la ciudad homónima. Esta sacudida tuvo lugar a las 12:50 p.m. hora local (0620 GMT). Solo 12 minutos después, la región fue golpeada nuevamente por otra intensa sacudida de 6,4 grados, que amplificó los efectos de la primera, sumiendo a una abrumada población en el caos y el terror.
Las dos áreas urbanas, separadas por un meandro de la arteria fluvial que ha sido crucial para la comunicación –ahora más que nunca, en medio de un desastroso conflicto civil–, fueron arrasadas. Los edificios se desplomaron o se inclinaron como si una fuerza titánica hubiera descargado su rabia sobre ellos. Las carreteras se destrozaron creando profundas grietas y el largo puente que cruzaba el río se desmoronó, separando aún más a una comunidad que agoniza. En medio de esta situación apocalíptica, Mandalay se enfrenta a la desesperante tarea de reconstruir sus cimientos, ahora en ruinas.
Mientras tanto, el general Min Aung Hlaing, figura central del golpe de Estado del 1 de febrero de 2021 y responsable de la detención de Aung San Suu Kyi, fiel líder del régimen militar que se encuentra en conflicto con el resto del país, apareció en las pantallas de televisión visiblemente afectado. “Se espera que el número de muertos y heridos aumente”, reconoció, reflejando la creciente alarma ante la magnitud de la calamidad que se desencadena bajo su tumultuoso régimen.
En las áreas más empobrecidas, donde las construcciones contemporáneas desplazan a las antiguas casas coloniales de la era británica, la pobreza ha tenido una repercusión inesperada. Los tradicionales palafitos de bambú, ejemplares de la vulnerabilidad estructural, han caído de manera descontrolada. Sin embargo, la ligereza de estos materiales ha mitigado los estragos, haciendo que los daños sean menos severos en comparación con edificaciones de mayor envergadura que han sido arrasadas en otras áreas.
En Birmania, el miedo se siente con intensidad: nunca antes habían experimentado temblores de tal magnitud. La situación es aún más alarmante si consideramos que muchas personas, especialmente en las regiones más afectadas, ya se habían visto obligadas a abandonar sus hogares debido al conflicto en curso. Las vías de comunicación, que ya eran inadecuadas, se han vuelto prácticamente inexistentes; una pesadilla se cierne sobre la población, que se encuentra sin rumbo.
Entretanto, “en el país hay más de un millón y medio de desplazados”, según afirma en su sitio web Guido Calvi, director de proyectos de AVSI, con un tono que no oculta la gravedad de la situación. Con presencia en Myanmar desde 2007, esta ONG no solo ha estado en el terreno, sino que ha estado lidiando con las crisis generadas por el conflicto desde 2021. Según la organización, “desde el golpe militar, los birmanos han estado atrapados en una vorágine de violencia y desestabilización. El 70% de la población habita en áreas rurales donde los combates y los bombardeos son una realidad diaria. La gente se ve obligada a huir, buscando refugio en los bosques; muchos jóvenes permanecen ocultos, temerosos del reclutamiento forzado por parte de un ejército que actúa con impunidad".
La situación se complica aún más con la interrupción constante del acceso a Internet, un acto deliberado que sumerge al país sometido en un aislamiento extremo. La escasez de alimentos ha llevado a que las filas para adquirir bienes esenciales se alarguen, mientras que los precios se disparan, haciendo que lo básico sea un lujo inalcanzable. Antes del golpe, apenas el 8% de la ciudadanía dependía de asistencia humanitaria; ahora, esa cifra escaló a una impactante una de cada dos personas. El Banco Mundial advierte que el umbral de la pobreza extrema está establecido en 2 dólares al día, pero la triste realidad es que la media apenas asciende a 1 dólar. Esto significa que, incluso cuando logran encontrar trabajo, muchos continúan sumidos en la pobreza severa.
Previo al terremoto, la red eléctrica, las infraestructuras y el transporte ya estaban al borde del colapso, producto del conflicto que ha desgarrado a la nación. El equipo de ayuda humanitaria de Avsi se encuentra en el terreno, evaluando el daño y las necesidades, pero los indicios son alarmantes: miles de personas se verán forzadas a depender de la asistencia para sobrevivir. Necesitan alimentos, kits de higiene, artículos básicos, refugio y ayuda médica inmediata.
Sin embargo, el acceso a las comunidades afectadas se ha vuelto una tarea titánica. Las rutas están interrumpidas y la logística se complica enormemente en un entorno donde el desasosiego reina. Las evaluaciones son cada vez más difíciles de llevar a cabo, lo que deja a millones en la penumbra, sin saber cuándo o cómo recibirán la ayuda que tanto necesitan. La combinación de la desolación causada y la inestabilidad endémica del país ha creado una tormenta perfecta de crisis humanitaria.