Colombia

Colombia dice adiós a las FARC pero no al crimen

Antiguos paramilitares, ex policías y mafiosos conforman las Bacrim que aterrorizan al país

Guerrilleros de las FARC esperan en fila las instrucciones del día en un campamento situado en los Llanos del Yarí, en la zona sur del país
Guerrilleros de las FARC esperan en fila las instrucciones del día en un campamento situado en los Llanos del Yarí, en la zona sur del paíslarazon

Antiguos paramilitares, ex policías y mafiosos conforman las Bacrim que aterrorizan al país

Mañana los colombianos decidirán si refrendan o no los acuerdos de paz firmados por el presidente Juan Manuel Santos y las FARC, preocupados por el nuevo escenario que se presenta. Si cumplen con lo pactado, la guerrilla abandonará un amplio territorio bajo su control, además del lucrativo negocio del narcotráfico. ¿Quién ocupará su lugar?

Las Bacrim (abreviación de «Bandas Criminales») son la nueva preocupación del Gobierno de Santos. En los últimos días han cometido asaltos en la capital colombiana que han permitido conocer mejor cómo operan. En todos los casos actuaron en grupos de diez y con armas de alto calibre. La huida fue perfectamente planificada, hasta el punto de que lograron escapar sin ni siquiera ser perseguidos. Las bandas señaladas como responsables están conformadas por entre diez y doce hombres que se dividen de forma jerárquica la organización de «los trabajos». La asignación de las tareas está estratégicamente pensada. Tienen, por lo menos, dos «espías», es decir, personas que se dedican exclusivamente a buscar información y realizar seguimientos a las próximas víctimas. Además, usan pisos francos donde descuartizan y torturan con machetes y motosierras a sus enemigos y víctimas.

Según fuentes oficiales, en Bogotá operan, al menos, dos grandes bandas que se han especializado en este tipo de operaciones. Son, en su mayoría, ex integrantes de la Fuerza Pública y otros organismos de seguridad como el DAS (la central de inteligencia colombiana). Su organización en subgrupos de tareas bajo una única cabeza de mando pone de manifiesto sus similitudes con los grupos paramilitares. De este modo de actuar se desprende que estén catalogadas como las sucesoras de las Autodefensas Unidas de Colombia (las AUC, de extrema derecha, con unos 32.000 integrantes, que se desmovilizaron entre 2003 y 2006, durante el Gobierno de Álvaro Uribe a cambio de beneficios jurídicos). Una herencia maldita del paramilitarismo. Poco antes, el presidente Juan Manuel Santos había alertado sobre la presencia de estas violentas Bacrim en al menos 16 de los 32 departamentos del país. El ex ministro Angelino Garzón ha declarado a LA RAZÓN que estos grupos «son el resultado de una alianza diabólica entre antiguos paramilitares, gente vinculada a la criminalidad organizada al servicio del narcotráfico, antiguos guerrilleros y, duele decirlo, algunos ex militares y policías».

La guerrilla de los sacerdotes

No hay que olvidar que en Colombia todavía hay una fuerza guerrillera activa: el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que cuenta con unos 2.500 combatientes, una fuerza más pequeña que la de las FARC. La paz podría ser total si prosperan los diálogos del ELN con el Gobierno de Santos, anunciados el pasado 30 de marzo.

Esta guerrilla fue fundada en 1964 por sectores universitarios y miembros radicales del Partido Liberal y entre sus miembros más prominentes había exponentes de la Teología de la Liberación. Su inspiración era la lucha de Ernesto «Che» Guevara. Su máximo líder es Nicolás Rodríguez Bautista, alias «Gabino». Según un informe de la ONG Nuevo Arco Iris, especializada en el conflicto armado, el ELN es fuerte en el departamento de Arauca y Norte de Santander (este, fronterizo con Venezuela), además de las regiones de Casanare (este) y Chocó (costa oeste). Según esa ONG, parte de su financiación proviene de la protección de cultivos de coca y de la intermediación en el desarrollo de la minería ilegal. Pero también ha secuestrado en los últimos años a trabajadores de multinacionales mineras y petroleras, a la vez que ha cometido atentados contra infraestructuras de estos sectores. Éste es el principal escollo de las negociaciones: los secuestros.

En conclusión, el principal reto es que en Colombia las bandas criminales y los guerrilleros no acaben disputándose el terreno, sufriendo una metamorfosis, convirtiéndose en cárteles capaces de poner en jaque a un país, como ocurre en México. Sólo el tiempo dirá si los acuerdos de paz no se convierten en una victoria pírrica para Santos.