Asuntos sociales
Cuando los monstruos están en casa
En su entorno proyectaban la imagen de una familia numerosa y feliz, pero los Turpin convirtieron los abusos y las torturas en norma. Sus trece hijos urdieron la escapada durante más de dos años.
Los trece hijos cautivos en la casa de los horrores, en Perris, California, fueron literalmente torturados por sus progenitores. David Turpin de 56 años y Louise Turpin, de 49, han sido acusados de abuso de menores, abuso de adultos dependientes y privación de la libertad. Incluso al padre, David, también se le ha imputado por actos lascivos contra una de sus hijas menores. La pareja niega todos los cargos. Sin embargo, sus familiares más cercanos insisten en que son culpables y no deberían salir nunca de prisión.
Teresa Robinette, la hermana pequeña de Louise, reconoció al diario «The Daily Mail» que espera que «sufran mucho, tanto o más, como sufrieron los niños». Y es que directamente, Teresa espera que «torturen a mi hermana durante el resto de su vida». Con suma dureza, concluye: «Ahora tengo cuatro hermanos en lugar de cinco. Se ha caído del árbol familiar. Para mí está muerta».
Su hermanastro, Billy Lambert, el último de la familia en hablar con Louise el pasado 10 de enero, cree que deberían sentenciarlos a cadena perpetua, pues lo que han hecho no es un acto impulsivo, de ira momentánea». Billy Lambert no se equivoca. Convertir su chalet de Muir Woods Road en una cámara de torturas no se hace de un día para otro. Los hijos –seis menores y siete adultos, con edades que oscilan entre los dos y los 29 años–, estaban confinados en la vivienda, encadenados a los muebles, privados de alimentos e incluso de usar el cuarto de baño. También se les prohibía ducharse, como mucho, una vez al año. Alguno de los niños estaban tan desconectados de la sociedad que no entendían conceptos como «agente de Policía, medicinas o pastilla».
Asimismo, los Turpin les forzaban a dormir durante el día y solo podían mantenerse unas horas despiertos durante la noche. Los padres solían comprar comida para ellos y no dejaban a los hijos comerlos. Según contó el fiscal del condado de Riverside, Michael Hestrin, compraban tartas de manzana que solo la pareja disfrutaba, pero las dejaban a la vista para que ellos lo vieran, así como juguetes –posiblemente regalos de sus familiares–, que se mantuvieron siempre sin desempaquetar. Los niños llevaban más de cuatro años sin visitar a un médico y nunca fueron al dentista. Si en alguna ocasión intentaban lavarse las manos por encima de las muñecas, sus padres les acusaban de querer jugar con el agua y eran inmediatamente encadenados. Según temen los investigadores, el maltrato comenzó cuando la familia residía en Fort Worth, Texas. Allí los padres vivían separados de sus hijos y les dejaban comida de vez en cuando. Vivieron 17 años antes de mudarse a California. El abuso se intensificó con el cambio de residencia. Al principio los ataban con cuerdas, pero cuando uno de los niños pudo soltarse, las sustituyeron con cadenas. De las pocas cosas que se les permitía hacer era escribir diarios, los cuales van a ser clave a la hora de dilucidar qué pasó realmente en la Casa de los Horrores. En Perris, el vecindario en el que vivían desde 2014, ningún vecino presenció nada fuera de lo normal. Solo Kimberly Milligan recuerda ahora la rara respuesta de los niños cuando los vio en el jardín colocando un belén delante de la casa y el aspecto de estar mal alimentados que tenían. Según otro vecino, nunca socializaron con nadie.
La hija de 17 años que consiguió escapar y avisar a las autoridades estuvo urdiendo el plan durante más de dos años junto a sus hermanos. Huyó a través de una ventana y llamó al 911 usando un teléfono desactivado. Otro de los hermanos tendría que haberla acompañado, pero le entró un ataque de pánico y decidió volver a la casa. Cuando la Policía entró en la vivienda para rescatarles, la mayoría parecía mucho menor debido a la desnutrición. La de 17 no aparentaba más de 10 años y, la de 29, la mayor y por tanto la que más tiempo ha sido torturada, sólo pesaba 37 kg. Si se les sentencia, los Turpin pasarán 94 años en prisión. De momento, la fianza son de doce millones de dólares para cada uno. Según David Macher, abogado del matrimonio, es importante que la gente crea en la presunción de inocencia. El futuro de los hijos se decidirá en otro juicio diferente al de los padres, pero lo más probable es que se expedite la adopción. Los hijos continúan en un hospital local para determinar el daño psicológico que esta tortura les ha podido generar. La mayoría tenía problemas cognitivos y neuropatías debido al abuso físico y psicológico sufrido. Según el psiquiatra Frank Ochberg es muy probable que acarreen trastorno por estrés post traumático.
Elisabeth Flores, la hermana de Louise, ha declarado recientemente que vivió con la pareja hace muchos años pero que no fue testigo de ningún abuso, aunque sí hizo referencia a lo estrictos que eran con los niños y a lo incómoda que le hizo sentir David cuando al ducharse se metía en el baño a mirarla. Nunca se lo dijo a nadie por miedo a las repercusiones. Louise se distanció de su familia incluso antes de empezar a tener hijos, por lo que asumían la falta de comunicación como algo relativamente común. Al contrario que sus hermanos, aún la quiere a pesar del sufrimiento que ha causado a sus vástagos. Teresa Robinette entró en detalles ayer de por qué la pareja se distanció de la familia que residía en Princeton, West Virginia. David era mayor de edad y Louise tenía 16 años cuando empezaron a salir. A su madre, Phyllis, le gustaba David porque era de una familia cristiana y dejó que salieran juntos en secreto, sin contárselo a Wayne, su marido y padre de Louise. En 1984, David fue al instituto de Louise y la «desescolarizó». Huyeron en su coche, «llegaron hasta Texas antes de que la Policía les parase», explica Teresa. «Entonces, mi madre pidió a los agentes que la trajeran de vuelta. Aunque mi padre se enfadó tanto al enterarse... Culpó a mi madre de todo». A Louise, no obstante, le dijo que ya era mayor para tomar decisiones y permitió que se casaran. La pareja volvió a Princeton para celebrar la boda y después se marchó a Texas, donde empezaron una vida en la que aparentemente les iba muy bien económicamente. Pero Louise nunca volvió. Ni siquiera asistió a los funerales de sus padres.
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