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EE UU, tras la «baja» de Bolton

Se perfila a John Bolton como un «halcón», pero lo cierto es que el presidente Trump y su órbita podrían buscar a un sucesor aún más intervencionista.

Un puesto difícil de encajar. El primer asesor de Seguridad Nacional de Trump fue Michael Flynn, quien fue reemplazado por el teniente general McMaster. Tras la marcha de Bolton, el importante cargo vuelve a estar vacante
Un puesto difícil de encajar. El primer asesor de Seguridad Nacional de Trump fue Michael Flynn, quien fue reemplazado por el teniente general McMaster. Tras la marcha de Bolton, el importante cargo vuelve a estar vacantelarazon

Se perfila a John Bolton como un «halcón», pero lo cierto es que el presidente Trump y su órbita podrían buscar a un sucesor aún más intervencionista.

Arreciaban los rumores. Nadie discernía ya si Donald Trump había cesado a John Bolton o Bolton abandonó antes la nave. Harto de una Casa Blanca que amaba y no golpea. Incluso peor para el ego del presidente fue constatar que los medios dan por hecho lo segundo. Menos mal que un antiguo rival, Marc Rubio, escribió un tuit para informar que acaba de hablar sobre Venezuela con el presidente. El senador por Florida, antiguo aspirante a la nominación republicana, asegura que «si bien Trump no está acuerdo con algunas de las opiniones del asesor anterior», en realidad sus desencuentros son «justo por lo contrario de lo que muchos afirman o asumen». De hecho, si la Casa Blanca «cambia la dirección de la política, no será para debilitarla». Trump respondió eufórico: «De hecho mis puntos de vista sobre Venezuela, y especialmente sobre Cuba, eran mucho más duros que los de John Bolton. ¡Me estaba reteniendo!». Por si no estuviera claro quién es quién y quién John Wayne, antes había convocado a la prensa para apodar jocoso a Bolton como Mr. Tough Guy, El Señor Tipo Duro.

Lo acusó de toda clase de torpezas, negligencias, errores. «Nos hizo retroceder y, francamente, quería hacer cosas que no eran necesariamente más duras que las que yo quería. Ya saben que que John es conocido como un tipo duro. Tan duro que nos metió en Irak». Acabáramos.

Ahora va a resultar que EEUU no ha intervenido militarmente en Venezuela, no ha bombardeado las instalaciones nucleares de Corea del Norte, no ha castigado con ataque relámpago las provocaciones iraníes ni el derribo de un dron, por culpa no de Trump, que alcanzó la Casa Blanca con un discurso aislacionista, convencido de que las guerras de Afganistán e Irak han desangrado al país, no por los consejos de Mike Pompeo, que desconfiaba de las soluciones radicales de Bolton, sino por el propio Bolton. Reciclado en paladín buenista o conciliador burócrata. O quizá sea un problema de nomenclatura, de etiquetas.

Tina Nguyen, en Vanity Fair, recuerda que los halcones, más allá de apostar de los políticos que apuestan por el intervencionismo militar, y las palomas, descontada la metáfora para referirse a los negociadores, son imponentes animales. Aves de presa, frágiles pichones.

Para un «presidente con graves problemas para razonar de forma figurada» tiene que doler verse asimilado junto a las tórtolas. «¿Sabes?», insiste Trump al que quiera escucharle, «John no estaba en línea con lo que estábamos haciendo y, en realidad, en algunos casos, pensó que era demasiado duro». En corto, pa´ duro yo. Muy bien. ¿Y ahora? ¿Cambiará la política exterior? Los nombres en las quinielas para suceder a Bolton suenan bastante convencionales. Tanto el coronel Douglas Macgregor, veterano de Irak, como el general Ricky Waddell,

que ejerce en el Estado Mayor, son militares veteranos, que conocen la guerra de cerca y respetan los marcapasos de la política internacional. Otros aspirantes, como

Frederick Fleitz, presidente del Centro para la Seguridad Política, y Richard Grenell, colaborador de Bolton en Naciones Unidas y actual embajador en Alemania, parecen mucho más cerca de las posturas de Bolton. Si por el contrario elige a Mcgregor o Waddel, podrían acercarse acuerdos como el que estuvo a punto de escenificar con los talibanes.

Trump jugó fuerte para alcanzarlo y que el vicepresidente Mike Pence, también favorable, chocó con Bolton, escandalizado entre otras cosas de que la Casa Blanca hubiera invitado a Camp David a los fanáticos religiosos en vísperas del 11-S. Acaso hayamos asistido al choque entre una visión propia de un reaganita clásico, Bolton, y la de un outsider.

Tal y como razona Michael T. Klare en The Nation, fue Bolton el que convenció al presidente que tratado nuclear con Irán fortalecía el régimen de los ayatolás y era posible encontrar un mejor acuerdo mediante sanciones. Y cuando EEUU abandonó el tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, el INF, firmado en 1988 por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov

que prohibía el almacenamiento y prueba de misiles terrestres de corto y medio alcance, seguía las teorías del ala dura republicana y el Pentágono, convencidos como están de que tanto Rusia como China lo han aprovechado para reforzar su músculo militar a costa de EEUU. Lo mismo podría decirse de Cuba y Corea del Norte, que según Klare no son sino vestigios de la Guerra Fría, intolerables para un guerrero como Bolton, forjado en el metal de aquellos tiempos. «Los republicanos de la línea dura», escribe, «con su lealtad a los preceptos de la Guerra Fría, profesan en la adhesión en símbolos anticomunistas como la libertad y la democracia. Naturalmente, esto los alinea con los países de la OTAN contra Rusia, y con Japón y Corea del Sur frente contra China y Corea del Norte.

Pero Trump, a pesar de todas sus bravuconadas, no comparte nada de esto». De ahí, sostiene, y basta repasar la hemeroteca, que parezca más a gusto en compañía de sátrapas como Vladimir Putin que junto a sus colegas europeos. Como en aquella reunión en Helsinki de 2018. Cuando las gentilezas hacia su homólogo ruso fueron calificadas por el senador John McCain como «una de las actuaciones más vergonzosas de un presidente estadounidense de las que hay memoria». «El daño infligido por la ingenuidad, el egoísmo, la falsa equidad y la simpatía por los autócratas del presidente Trump es difícil de calcular», añadió el rival de Barack Obama en 2008. No es fácil saber qué camino seguirá la Casa Blanca en los próximos meses. Pero el metal aislacionista de Trump, la desconfianza con la que contempla las aventuras bélicas de George W. Bush y Obama, siempre ha sonado sincera. El objetivo último es lograr algún pacto, mejor cuanto más apoteósico. A falta de conquistar definitivamente los manuales escolares al menos subir en las encuestas. Los partidarios de la línea bronca, ha escrito en Curt Mills en The American Conservative, suspiran por alguien como Rob Blair o Matt Pottinger, ex marine y periodista. Temen, en cambio, que el elegido sea Macgregor, un «ex coronel gregario y estrella de Fox News» que «instaría a concluir la guerra en Afganistán, a una solución diplomática a la crisis nuclear coreana y a lograr una entente con Rusia

mientras juega a ser un policía malo en la OTAN». En la pelea entre realistas e idealistas nadie lo tiene seguro.