Alfredo Semprún

El dilema fiscal de Hollande y su concubina

La derecha francesa, más bien laica y descreída, se divierte estos días con la última ocurrencia de un tal Xavier Kemlin, bisnieto de los fundadores de la cadena de supermercados Casino y azote de los consejos de administración de las grandes empresas. Kemlin, que frisa la cincuentena, vive en Suiza y paga sus impuestos en Francia, se hizo popular por encabezar la defensa de los pequeños accionistas de las multinacionales. Es lo que el llama «defensa contra el capitalismo salvaje», y le llevó a mantener una huelga de hambre, pero sin excesos, frente a la sede de Carrefour, y a llenar los tribunales con sus demandas judiciales. Las malas lenguas dicen que, tras su quijotismo accionarial, se oculta un pleito con la multinacional de la distribución por una opa hostil contra una filial, en la que él tenía invertidos algunos millones de euros. Hecha la presentación del sujeto, vamos a lo divertido. Kemlin ha puesto una querella contra Valérie Trierweiler, la pareja actual del presidente de la República, François Hollande, por uso indebido de fondos públicos. La tesis es de doble vuelta: dado que no existe una relación formal, con papeles, entre la hija del banquero y el jefe del Estado, no hay justificación legal para que ésta se sirva de los fondos públicos de la República. Es decir, que como simple amante del presidente, sin representación oficial alguna, no se justifica que disponga de seis asesores de Prensa, que paga el Elíseo, y del trato a pan, champagne y cuchillo a costa del contribuyente. Hasta aquí, el asunto no da más que para algunos chascarrillos e indignaciones del tipo «las queridas se las paga uno de su bolsillo». Pero ya les digo que el asunto tiene trastienda. Valérie, periodista, nacida Massonneau, lleva el apellido de su segundo marido, Denis Trierweiler, editor de «París Match», con el que tuvo tres hijos. Conoció a Hollande en 1998 y se lió con él en el año 2000, cuando el líder socialista francés tenía de pareja a Segolene Royal, que le había dado cuatro hijos. El asunto se llevó con discreción «a la francesa» hasta que se hizo público en 2010, cuando el presidente llevaba tres años separado de Segolene. Es decir, que desde hace tres años se trata de una relación conocida públicamente y admitida por los protagonistas. Pero resulta que en Francia, como herencia de viejas leyes, se considera que el concubinato público y aceptado, extendido en el tiempo, tiene efectos legales y se equipara a nuestra figura de «pareja de hecho». Por lo tanto, Valérie y François son pareja. Y así se consideran ellos mismos, salvo para el cumplimiento de las obligaciones fiscales. Y así, mira por dónde, el señor Kemlin ha puesto el foco en la declaración patrimonial del presidente, que sumaba en 2012 1,17 millones de euros, y que se quedaba por debajo del millón trescientos mil euros, importe por el que la República te clava un impuesto especial que algunos consideran confiscatorio. Dado que su pareja de hecho, su «concubina pública», en antiguo francés, aporta un patrimonio considerable, muchos se preguntan si no habría que revisar la situación fiscal de François Hollande. «El matrimonio debe ser para todos», se burlaba Kemlin, en referencia a la polémica aprobación de las bodas gais. Tal vez, les salga más barato pagar de su bolsillo el cátering del Elíseo. Y los asesores, claro.