Francia
El fin de la «grandeur»
Los franceses desconfían de que Hollande pueda revitalizar un país en declive. El «affaire» con la actriz Gayet ha terminado de hundir al presidente socialista
Los franceses desconfían de que Hollande pueda revitalizar un país en declive. El «affaire» con la actriz Gayet ha terminado de hundir al presidente
El invierno de la crisis se cierne sobre Francia. No sólo porque el americano «Newsweek» anunciara recientemente en un apocalíptico retrato –trufado de clichés– el ineluctable declive del Hexágono, o los alemanes vean a su vecino como el «enfermo de Europa» sino porque hace tiempo que las alarmas suenan, los indicadores parpadean en rojo pero los sucesivos responsables políticos han preferido poner en sordina esas advertencias esperando a que pasara el temporal.
Casi dos años ha tardado François Hollande en aceptar la realidad. Afortunadamente, el socialista francés no ha negado la existencia de la crisis aunque sí reconocía esta semana haberla «subestimado». Tras un 2013 «horríbilis», marcado por el irrefrenable paro, la presión fiscal, la revuelta de los «boinas rojas» bretonas contra la ecotasa, la polémica expulsión de Leonarda –la alumna kosovar–, el presidente de la República emprendía a finales del pasado año una arriesgada operación política. No sólo para enderezar un barco que económica y socialmente partía a la deriva sino para reconquistar la confianza de los franceses. En su discurso del 31 de diciembre, Hollande esbozaba su viraje hacia el centro, dispuesto a colocarse la vitola de socialdemócrata sin temor a las críticas de la izquierda más radical y las suspicacias de los más izquierdistas dentro de su propia familia política en el Partido Socialista. Lanzado el globo sonda, la segunda fase podía empezar. El golpe de timón lo dio este martes en una esperada rueda de prensa, pero que el mandatario nunca pudo imaginar que iba a quedar eclipsada por las cuitas de su vida sentimental.
Tras el escándalo de su infidelidad y su amor secreto con la actriz Julie Gayet, el ejercicio requirió más dotes de acrobacia de las esperadas. Un examen oral en el que, con su estilo evasivo, consiguió contener el incendio declarado por el conocido ya como «Gayetgate». De hecho, una mayoría de franceses (75%) estiman que el presidente francés hizo bien en no hablar de su vida privada durante la conferencia según un sondeo publicado ayer por BVA. Tres de cada cuatro confiesan también que su «affaire» extraconyugal no ha cambiado la imagen que tenían de él. Pero cuando sólo el 24% de sus compatriotas tienen una opinión favorable y le convierten en el presidente más impopular de la Quinta República, un golpe como éste sólo puede minar aún más, si cabe, su escasa credibilidad. Sus colaboradores describen a un Hollande «satisfecho» tras la intervención ante la Prensa. Los socialistas, algo sacudidos por el volantazo anunciado hacia latitudes más liberales, encajan el golpe; los conservadores aplauden los anuncios pero recelan sobre sus verdaderas intenciones, mientras que comunistas y radicales de izquierda le acusan de poner rumbo a la derecha. Las elecciones municipales del próximo marzo servirán de test. Pero a falta de veredicto inmediato, muchos franceses se muestran ya escépticos en cuanto a la capacidad de Hollande para cumplir sus promesas. El 74% no confía en él para reducir el gasto público – 65.000 millones de aquí a 2017, según una encuesta de Ifop que publica hoy «Sudouest». Además, el 73% desconfía de que las empresas se comprometan a crear empleos –un millón este año– a cambio de la reducción de cotizaciones sociales como contempla en el «pacto de responsabilidad» presentado esta semana por el jefe del Estado como medida estrella de su nueva política económica basada en la oferta y no como hasta ahora en la demanda, rompiendo así los tradicionales postulados de la izquierda. «Tenemos que producir más y mejor», insistía Hollande apropiándose la idea «strauss-kahniana» del «socialismo de producción» o «socialismo de la oferta» que estipula que antes de repartir la riqueza hay que crearla. Pero para eso, es necesario reindustrializar un país cuyo tejido productivo se ha ido descosiendo durante años. Hollande quiere pilotar una reforma a lo Schröeder pero a diferencia de lo sucedido en Alemania, en Francia puede que sea demasiado tarde. «Francia se apaga a fuego lento», diagnostica el economista Pascal de Lima para LA RAZÓN, incluyéndose en ese cada vez más nutrido grupo de «franco-escépticos» que ven cómo economías vecinas como la española –donde las drásticas reformas empiezan a dar frutos– o la italiana responden a ciclos; caen y tocan fondo pero después rebotan también con la misma energía, asegura. «En el caso de Francia, ésta ha sido históricamente una potencia económica que observamos que no es cíclica, que no hay ganas de caer bajo para luego remontar alto. El escepticismo está en el ambiente. Es como el naufragio del Titanic, pero no en dos horas sino a lo largo de varias décadas».
Según estos «declinólogos» o profetas del declive, la salvación francesa pasaría por regenerar, entre otros, el tejido industrial. «Lo que quiso hacer Nicolas Sarkozy: tasar ciertos productos, luchar contra la evasión de las industrias que buscan optimización fiscal... Lo paradójico es que las multinacionales francesas tienen beneficios, pero el 90% en el extranjero», concluye De Lima.
Entre lo privado y lo público
Dentro de las promesas electorales estaba la de subir los impuestos a los ricos, pero el candidato socialista entonces no se preocupó de la competitividad. Parece que el sector corporativo galo no pasa por su mejor momento, –las empresas francesas que se han declarado en bancarrota llegaron el año pasado a un terrible récord de 63.000– y Hollande se ve obligado a hacerles un guiño. El presidente ha prometido tocar «lo público» y recortar el gasto en 50 mil millones de euros. Aunque como señala el director de la aseguradora AXA, Henri de Castries, «probablemente haya que recortar mucho más y añadir otros 30 mil millones en costos corporativos».
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