Caracas
Hambre en Caracas: «El problema es que ya no se encuentra comida ni en la basura»
Mario subsiste con el caldo que prepara con restos de carne que encuentra en la mayor cloaca de Caracas, el río Guaire.. Como él, cada día miles de venezolanos salen a la calle para esquivar la escasez alarmante.
Mario subsiste con el caldo que cada día se prepara con los restos de carne que encuentra en la mayor cloaca de Caracas, el río Guaire. Como él, cada día miles de venezolanos salen a la calle para esquivar la escasez alarmante.
La esquina de las Mercedes en Caracas, donde se encuentra el centro comercial Tamanaco, es una de las más codiciadas. «Aquí los establecimientos sacan la mejor basura», asegura Andrea, quien busca trozos intactos de comida mientras lleva en sus brazos a su hija. «Por la noche incluso hay puñaladas para conseguir un sitio», añade. Desde primeras horas hace una ruta que cada día siguen más venezolanos. Es «la ruta del hambre», una odisea para buscar comida entre los escombros que se ha vuelto rutina, un claro reflejo de la crisis económica y alimentaria que sufre el país.
Ante una economía devastada por la caída de los precios del petróleo y una severa escasez, enfrentado al malestar popular y a la presión opositora para sacarlo del poder, el presidente Nicolás Maduro comenzó a permitir la importación y venta de alimentos a precios desregulados en varios estados, y poco a poco en Caracas. «El Gobierno ha hecho la vista gorda. El sistema de subsidios se ha caído y la gente lo nota en el bolsillo», comenta Asdrúbal Oliveros, director de la consultora Ecoanalítica.
Maduro atribuye la crisis a una «guerra económica» de los empresarios para desestabilizarlo. Pero diversos economistas aseguran que el control cambiario y de precios, vigente desde el año 2003, redujo las importaciones y desestimuló la producción. Bajo ese régimen de control rige una tasa de 10 bolívares por dólar –cuando el cambio paralelo es de 8.500– exclusivamente para la importación de alimentos, que el Estado ordena vender a precios subsidiados, pero el sector privado se queja del poco acceso a esa divisa.
Tampoco le alcanza para comprar a los «bachaqueros» (traficantes de comida), quienes revenden los productos escasos hasta 40 veces más caros. Para un venezolano con ingreso mínimo (salario y bono alimentario) de 97.531 bolívares, unos doce dólares, la cesta «bachaqueada» y los productos importados son prohibitivos. «El Gobierno impulsa la idea de que está resolviendo la crisis alimentaria, pero no. Los grandes beneficiados con el nuevo plan son los que importan. Hacen negocio con el hambre de los pobres», declara Marco Ponce, director del Observatorio de Conflictividad Social.
Mario vive debajo de un puente al lado del Guaire, el río que atraviesa Caracas. Es también la mayor cloaca de la ciudad. «Vivo aquí porque es relativamente seguro, aunque hay chinches y ratas». Junto a un grupo de personas baja por la empinada rampa de cemento hasta la orilla para limpiar los restos de carne que han encontrado en un vertedero. Con eso cocinan después un caldo magro. «El problema es que ya ni en la basura se encuentra comida», afirma descorazonado.
En el primer semestre, el 65% de las importaciones las hizo el Estado. Del 35% restante que realizaron empresarios privados, más de la mitad fueron a dólar paralelo, según Econoanalítica. Todo esto dispara una inflación que ya es la más alta del mundo, y que según el FMI llegará al 750% este año.
Buscando eliminar las colas, Maduro dispuso la venta de bolsas de comida subsidiada en los barrios, para lo cual la gente debe censarse. «Tengo siete muchachos y esto no me rinde ni dos semanas. Llevaba casi dos meses sin recibirla», se queja Isolina Godoy, de 47 años, al salir de un mercado popular de San Martín, en el suroeste de Caracas. Para Miriam Palma, de 57 años, la bolsa es una «bendición». El problema es que esa bolsa ha dejado de llegar, o bien llega a cuentagotas en barrios chavistas como el denominado 23 de Enero.
Volviendo al Guaire, Mario nos lleva hasta un lugar llamado «La jungla». Allí habitan los denominados «perros de agua», aquellos que se sumergen en el contaminado río para buscar «tesoros». Primero extraen lo que se queda en las cloacas, una especie de arena negra que limpian en el agua con bolsas. Luego raspan y buscan joyas o cualquier cosa de valor que introducen en unos botecitos que cuelgan de su cuello. «Con esto más o menos comemos, pero cada vez hay más buscadores que vienen a ganarse la vida, a sobrevivir», dice un chico sin camisa y botas que agita su bolsa desde el agua.
LA RAZÓN ha podido comprobar cómo la crisis alimentaria se ha instalado incluso en las cárceles. En los calabozos de la ciudad de Los Teques (en el estado Miranda) los presos se agolpan cuando entramos. Lo primero que escuchamos son los lamentos: «¡Tengo hambre!». Se encuentran amarillos, famélicos.
«A veces nos traen una comida para ocho, otras veces no reparten nada y sólo comemos si nuestros familiares mandan alimentos», explica uno de ellos desde una hamaca.
Empresas cerradas, falta de materiales para producir e inventario para tan sólo un mes de alimentos básicos es el oscuro panorama que tiene hoy este país. La Cámara Venezolana de Alimentos dice que si el Gobierno no entrega divisas esta situación va a empeorar con el paso de los días. Según datos suministrados por la entidad, se adeudan 1.400 millones de euros a proveedores nacionales y extranjeros. «Hay un deterioro evidente en los niveles de producción de la industria nunca antes visto»; ésa es la descripción que ofrece Manuel Felipe Larrazábal, presidente de la Cámara Venezolana de Alimentos, sobre el panorama de desabastecimiento que se vive.
Este funcionario va más allá y asegura que las empresas privadas están haciendo un enorme esfuerzo por producir, pero hace meses no reciben divisas. «Se han agotado las líneas de crédito con proveedores internacionales», lamenta Larrazabal.
Entretanto, el presidente Maduro reconoce el problema y, aunque piensa que su Asamblea Constituyente solucionará la situación de los empresarios, los economistas aseguran que esto sólo recrudecerá la crisis. El líder opositor Henrique Capriles, gobernador del Estado de Miranda, también se refirió a la situación y manifestó a LA RAZÓN que en vez de solucionarse los problemas, éstos se están agravando y que esa situación debe generar un cambio constitucional. «O el Gobierno decide cambiar o nosotros tendremos que cambiar al Gobierno», señaló Capriles, quien agregó: «Sencillamente, la gente ya marcha por hambre, la cosa más básica».
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