Atentados terroristas en Bruselas
El terror debilita al «zar» Putin
Este atentado deja en evidencia a los servicios secretos rusos, que están más centrados en operaciones de naturaleza política que en la lucha antiterrorista.
La enorme explosión que sacudió ayer el metro de San Petersburgo, que causó once muertos y decenas de heridos, supone el primer ataque de este tipo en la «capital norteña» de Rusia y el primer gran golpe terrorista fuera del Cáucaso Norte. Se trata del atentado más sangriento después del ocurrido en el metro de Moscú en marzo de 2010, el del aeropuerto de Domodedovo en enero de 2011 y el que tuvo lugar en la ciudad sureña de Volgogrado en diciembre de 2013. Las primeras reacciones en Rusia se produjeron de manera inmediata: el conocido conservador Alexander Prokhanov acusó inmediatamente a la «quinta columna» de activistas liberales pro Occidente, mientras que muchas otras personas en las redes sociales recordaron los bombardeos de los apartamentos de Moscú en 1999, que estuvieron vinculados al Servicio Federal de Seguridad (FSB) con el objetivo de crear una histeria «antiterrorista» que finalmente facilitó el ascenso de Putin al poder.
Ambas versiones resultan igualmente engañosas. Los índices de aprobación de Putin son altos actualmente y nadie duda de que se presentará a un nuevo mandato en 2018 y que será fácilmente reelegido como presidente de Rusia hasta 2024. Su preocupación principal en estos días son las protestas pacíficas que recorrieron el país durante los últimos dos fines de semana y no está de ninguna manera interesado en galvanizar aún más a la población, ya que los ataques como el de San Petersburgo sugieren claramente que la «estabilidad política» de la que él se muestra tan orgullo, es bastante frágil. Y, realmente, lo es.
Lo que se conocía acerca del ataque al cierre de esta edición es que dos artefactos explosivos fueron colocados en vagones de metro sin presencia visible de terroristas suicidas, tan comunes en los ataques realizados en el pasado por los «combatientes por la libertad» chechenos o por los milicianos del Estados Islámico. Por este motivo, yo no estaría tan seguro a la hora de relacionar el atentado con ninguno de estos dos grupos, al menos hasta que haya más detalles, aunque tampoco descarto que la Policía los utilice como la opción más probable.
Lo que suele ser más común en San Petersburgo son los ataques al azar llevados a cabo por los nacionalistas locales. Entre 2007 y 2014 han perpetrado por lo menos siete ataques de este tipo, dirigiéndose predominantemente a infraestructuras de transporte (la más sangrienta provocó el descarrilamiento del tren expreso Moscú-San Petersburgo el 27 de noviembre de 2009 y causó 28 muertos). Desde que San Petersburgo se convirtió en el centro de las actividades nacionalistas en Rusia en los últimos años, no debería excluirse este vínculo. Lo que uno sí puede decir con seguridad es que la explosión fue muy bien cronometrada y preparada. En el momento en que se produjo el ataque, el presidente Putin se dirigía a una reunión con su homólogo bielorruso a pocos metros del lugar de la explosión. Por lo tanto, lo ocurrido fue una clara demostración de la debilidad de los servicios secretos rusos, que ahora parecen estar más centrados en atacar y chantajear a los activistas opositores y a otros «agentes extranjeros» pacíficos. Tras el atentado del metro de Moscú en 2010, alrededor de 7.000 millones de rublos (cerca de 200 millones de euros según el tipo de cambio 2011-2013) fueron dedicados a la instalación de detectores de metales y otras medidas de seguridad en las entradas y estaciones subterráneas. Sin embargo, años más tarde fueron desinstalados. En San Petersburgo, la misma campaña se inició en 2015, con inversiones muy inferiores, cuando alrededor de 2.000 policías fueron puestos en máxima alerta en el metro. Pero nunca oí a nadie en Moscú o en San Petersburgo decir que dichas medidas les hicieran sentir más seguros. Una nueva ronda de «mejoras en la seguridad» comenzará ahora con el «correspondiente» beneficio para las empresas que suministran los dispositivos de seguridad y los funcionarios que eligen a dichas empresas. El resultado será el de siempre, una basura.
Tras el ataque de San Petersburgo se activaron medidas de seguridad sin precedentes en la historia actual de Rusia –incluido el cierre completo del metro, el cierre del aeropuerto e inspecciones de camiones en las principales carreteras que entraban y salían de la gigantesca ciudad donde viven cinco millones de personas. Esto demuestra que las autoridades están haciendo todo lo posible para encontrar y detener a los implicados en el acto terrorista. Los servicios de seguridad –y Putin por igual– necesitarán mucho para restaurar la vida pacífica en la urbe, donde los ciudadanos se muestran cada vez más críticos con el Kremlin.
*Doctor en Economía e Investigador en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins de Washington
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