Estados Unidos
Espaldas heladas en el muro norte
Canadá siempre ha sido el hermano pequeño, menos rico y más aburrido que Estados Unidos. Algo así como una versión descafeinada, sin tanta gracia, de la primera potencia del mundo libre. Es el país donde la gente deja las puertas de su casa abiertas, donde las armas están controladas y la obesidad no es aún un asunto de Estado. Muchos dicen que Canadá es EE UU sin sus problemas. Cuando se barruntaba la tormenta, allá por el final de la campaña de las primarias estadounidenses, #MemudoaCanadá fue «trending topic» de Twitter durante semanas. Las búsquedas en Google sobre los requisitos para instalarse allí se dispararon. Una posibilidad que se ha hecho cruda realidad para cientos de refugiados que se han visto forzados a cruzar por temor a ser deportados tras la orden ejecutiva del presidente, Donald Trump, que prohíbe la entrada a siete países de mayoría musulmana. Para ello han tenido que caminar durante horas a temperaturas en torno a los veinte grados bajo cero. En esta dura travesía no han encontrado el esponjoso seto verde que el Gobierno canadiense anunció que construiría, a modo de ironía, en contraposición al cacareado muro de Trump en la frontera mexicana. Se toparon, como el somalí Bashir Yussuf, con ríos helados y caminos nevados «en el viaje más duro de toda mi vida». En enero, 452 personas llegadas del vecino del sur han solicitado asilo en suelo canadiense, un 230 por ciento más que en el mismo mes del año pasado. Son los nuevos ilegales. Espaldas heladas que buscan refugio en un país más previsible, pero también más acogedor.
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