Relaciones Estados Unidos-Irán
Estados Unidos castiga al sector financiero iraní
Trump no renuncia a la opción militar. Mientras la Casa Blanca decide si hay una respuesta armada, el Banco Nacional de Irán y su Fondo de Desarrollo son blanco de nuevas sanciones contra el régimen.
Trump no renuncia a la opción militar. Mientras la Casa Blanca decide si hay una respuesta armada, el Banco Nacional de Irán y su Fondo de Desarrollo son blanco de nuevas sanciones contra el régimen.
«Estas son las sanciones más altas jamás impuestas a un país. Nunca lo hemos hecho a este nivel». Palabra del presidente de EE UU, Donald Trump, a los periodistas reunidos en el Despacho Oval de la Casa Blanca durante su rueda de prensa con el primer ministro de Australia, Scott Morrison, de visita oficial en Washington D.C. Lo había anunciado el pasado miércoles, vía Twitter: «¡Acabo de instruir al secretario del Tesoro para que aumente sustancialmente las sanciones contra Irán!». Minutos antes, por si alguien teme que las turbulencias en Oriente Medio disparen los precios o afecten a la estabilidad económica de EE UU, se había felicitado porque «nuestro país ahora es autosuficiente. Estados Unidos está en mejor forma que nunca. ¡Tenemos el ejército más fuerte con diferencia, la economía más grande (ya ni siquiera cerca de las otras) y somos número uno en energía!».
En realidad los expertos calculan que EE UU cuenta con reservas para aguantar no más de 150 días en el caso de que una guerra que afecta a Irán y Arabia Saudí estrangule la producción de crudo a nivel mundial. Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, confirmó ayer viernes que las nuevas sanciones serán dirigidas contra el Banco Nacional de Irán. También se ha sancionado al Fondo de Desarrollo y la empresa Etemad Tejarate Pars.
El Gobierno estadounidense acusa al Banco Central de proporcionar miles de millones de dólares a la Guardia Revolucionaria iraní, a la Fuerza al Quds y al grupo chií libanés Hizbulá. El Fondo de Desarrollo de Irán es, según el Tesoro, su fondo soberano y su Junta Directiva incluye al presidente iraní, Hasan Rohaní, entre otros. EE UU sostiene que esta institución es una fuente de divisas extranjeras que financia a la Guardia Revolucionaria iraní y a la Fuerza al Quds, así como al Ministerio de Defensa de la República Islámica.
«Esto significa que no habrá más fondos destinados a la Guardia Revolucionaria Islámica ni para financiar el terrorismo, y esto se suma a nuestras sanciones petroleras y las dirigidas contra las instituciones financieras». «Se van al infierno», dijo Trump, «están prácticamente arruinados, arruinados». Cuando los reporteros le cuestionaron sobre las posibilidades de ordenar un ataque militar, respondió que todas las medidas están sobre la mesa. «Entrar a Irán sería una decisión muy fácil».
Sus palabras rebajan un par de grados las explosivas declaraciones del secretario de Estado, Mike Pompeo, que en viaje oficial a Oriente Medio había calificado el ataque contra los saudíes de «acto de guerra». Unas declaraciones y una retórica que en cualquier otro momento habrían activado todas las alertas en la zona y poco menos que habrían sido la antesala segura del inicio de una ofensiva militar.
El ataque sigue sin descartarse, y ayer mismo estaba previsto que Trump analizase con sus asesores el escenario de una acción de guerra, pero nadie o casi nadie cuenta ya con ella. No, al menos, en los próximos días. Para empezar está la actitud de la propia Arabia Saudí. A pesar de todas sus amenazas contra Irán el régimen parece sopesar como demasiado graves los riesgos de la intervención militar. Sobre todo en un contexto de transición y reformas económicas, que serían seriamente contestadas en el caso un enfrentamiento a gran escala. Irán, por su parte, resiste a punto de caer a la lona, estrangulado por las sanciones, pero cuenta con una tupida red de aliados militares y paramilitares en toda la región. No cedería sin vender cara su piel. El ataque del pasado sábado, dando por bueno que fue conducido por ellos, demuestra hasta qué punto posee la capacidad bélica suficiente y los recursos tecnológicos necesarios.
Al mismo tiempo la Casa Blanca, que estrena consejero de Seguridad Nacional tras la abrupta salida de John Bolton, necesita contrarrestar las críticas provenientes del sector más duro, que considera que Irán ha llegado demasiado lejos.
Sin olvidar el interés de Trump, genuino y pregonado durante años, de evitar nuevas y costosas guerras. Un conflicto con Irán podría darle alas en las encuestas, cierto, pero también dañar la economía de forma abrupta y, por supuesto, condenar su candidatura a la reelección. No en vano la mayoría de los estudios sociológicos subrayan que el pueblo estadounidense está bastante harto de aventuras militares y guerras en el extranjero. El viejo papel de policía global parece contar con menos atractivo que nunca.
El anuncio por parte de Arabia Saudí, de que está lista y dispuesto a pelear si fuera necesario, ha sido saludado en EE UU como un brindis al sol. Un tono que palidece ante las recientes palabras del líder máximo de la organización terrorista Hizbulá, Sayyed Hassan Nasrallah, cuando asegura que mejor que el enemigo saudí no apuesta a una guerra porque será destruido. «Vuestra casa está de cristal vuestra economía de vidrio. Igual que las ciudades de los Emiratos Árabes Unidos».
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