Conflicto

¿Cómo sobrevivir a la guerra psicológica de Ucrania?

Las crecientes tensiones con Rusia alargan la espera de Kiev por que se produzca un desenlace

Un grupo de ucranianos en un bar (AP Photo/Emilio Morenatti)
Un grupo de ucranianos en un bar (AP Photo/Emilio Morenatti)Emilio MorenattiAgencia AP

Una caminata rápida desde cualquier punto de Kiev sea hasta la Plaza de la Independencia nos muestra una ciudad absolutamente pacífica, adicta a su propia rutina, con grandes edificios que son sedes de bancos y de compañías eléctricas, en definitiva, nos enseña la milenaria Kiev aparentemente al natural, casi como si no hubiera ningún conflicto, casi. Puede que sea porque los kievitas ya se han acostumbrado a las guerras y otras revoluciones, porque el carácter del ucraniano es tan fuerte que pueden mantener la tranquilidad incluso en las horas más inciertas.

Pero cuando uno se introduce en la ciudad, comienza a percatarse de que ese “casi” abarca incluso una parte más importante de la sociedad kievita, y que es imprescindible ahondar en el casi. ¿Cómo sobreviven los ucranianos a la guerra psicológica?

“Los niños necesitan a sus padres”

Svetlana Uvarova, Doctora en psicoanálisis y psicología y fundadora y Directora del Instituto Internacional de Psicología Profunda en Kiev explica cómo afecta el conflicto a los niños: “la mayor dificultad para los padres ha sido no poder lidiar ellos mismos con esta situación a priori excepcional” y añade que en casos así “es muy difícil que los hijos puedan acudir a los padres en busca de respuestas”. Reconoce que aún es demasiado pronto para realizar ningún estudio significativo.

“Los niños siempre necesitan a sus padres, no importa en qué situación”, aclara la doctora Uvarova, “pero en algunas familias no existe una dialéctica clara sobre quién es el enemigo”. Parece ser que muchas familias ucranianas tienen familiares rusos de una generación u otra y que una cosa es querer la independencia de Ucrania y “otra, muy diferente, odiar a Rusia.

No se da tanta importancia aquí a la depresión (un problema menor en Ucrania, según la doctora Uvarova) como al estrés que genera la situación que lleva viviendo Ucrania desde hace casi ocho años. De todos modos no es fácil entender realmente qué agita por dentro a los kievitas, si es que algo les agita. Aquí también ocurren las escenas aleatorias de la gran ciudad que nos confunden. A día de hoy no existe ningún programa de salud mental promovido por el Gobierno ucraniano. La embajada australiana en Polonia (que parecerá enrevesado), patrocinó en 2015 un curso de formación para psicoterapeutas ucranianos, del cual se beneficiaron hasta 537 profesionales y que ahondó en formas de resolver traumas generados por el conflicto. Y allí se quedó, en 2015.

Una ayuda comedida

Durante la Marcha de la Unidad por Ucrania, Vlad y su amigo comentan que “toda ayuda es buena, sí, pero no sabemos si tu país nos ayudará cuando de verdad lo necesitamos, ¿entiendes?”. Lo dice recordando la inactividad que mostró la comunidad internacional tras la anexión de Crimea a Rusia en 2014, mientras interrumpe su discurso para cantar los nombres de algunos de los fallecidos durante las protestas del Euromaidán. Tras más de siete años expuestos en el foco internacional, los ucranianos son veteranos de noticias apocalípticas y de ensayos generales de un bombardeo aéreo. La mayoría tienen estudios, reconocen que su situación es delicada, mucho. Saben que la ayuda en caso de una agresión rusa será limitada porque de lo contrario, de involucrarse Estados Unidos a plena potencia de fuego contra Vladimir Putin... se adentraría en una guerra mundial. Parecen comprender que la resolución de este conflicto alcanzará unos intereses más allá de los suyos.

Cuando pregunto por qué no están vacías las estanterías con latas de comida ante los recientes avisos de un ataque ruso, Masha, la cajera del súper, contesta con información privilegiada: “los que temen un ataque compraron sus latas y sacaron un poco de dinero hace años” mientras que los que no piensan que Rusia vaya a atacar “no van a convencerse ahora”.

Entrenamientos civiles

En Ucrania asistimos también a una “militarización” de la ciudadanía. Valentina, la mujer de 79 años que se unió a las fuerzas de Ucrania para evitar la invasión rusa, solo es un ejemplo vistoso entre los miles de ucranianos que han participado desde hace años en las jornadas de entrenamiento civil que se celebran cada fin de semana en las mayores ciudades del país. Los responsables de estos entrenamientos suelen ser las brigadas de protección ciudadana integradas en el Ejército ucraniano, tales y como Centuria, Sector Derecho o el batallón Azov. Precisamente se ha producido un aumento de simpatizantes hacia grupos del estilo, desde que el batallón Azov participó de manera heroica en los combates de Donetsk en 2014 y en las batallas por Mariupol, entre otros. Las relaciones del Gobierno ucraniano con estos grupos también se han estrechado en los últimos años, ya que han terminado por conformar una fuerza respetable e indispensable para proteger las grandes ciudades o crear movimientos de resistencia en caso de un ataque ruso.

Los ucranianos permanecen expectantes, tensos, relajados, desconfiados, esperanzados y con un pie zambullido en la retahíla de incoherencias que definen una guerra. Unos huirían con sus familias si caen las bombas, otros lucharían. Siempre ha sido igual. Por de pronto se limitan a esperan.