Reino Unido
Gibraltar, más cerca de España
Pese a la preocupación sobre su soberanía y su economía, la consigna es «seguir con el negocio». Los habitantes de la Roca apuestan por mantener la calma hasta saber cómo será la desconexión.
Pese a la preocupación sobre su soberanía y su economía, la consigna es «seguir con el negocio». Los habitantes de la Roca apuestan por mantener la calma hasta saber cómo será la desconexión.
Si es Gran Bretaña la que está ante su mayor reto desde la guerra mundial, imaginen cómo ha de encontrarse el Peñón. Que en el Parlamento local nadie haya esquivado la palabra «drama» es sólo un síntoma. En este preciso instante, con las noticias del Brexit recién salidas de la imprenta, ni la aparición de Winston Churchill redivivo calmaría al llanito corriente.
Un retrato del político inglés, con la uve de victoria en los dedos, preside la peluquería de Andy Armuna, que presume de ser un «sir» elegante y con gusto. En el hilo musical, en lugar de los patriotas Haendel o Britten, como tiene por costumbre, suena hoy el alemán Stockhausen. «He estado tres noches sin dormir. Ha sido duro, pero esta noche seguro que me toca pesadilla. Es un horror», comenta el peluquero, que, al pestañear, cierra los ojos como si bajara y alzara dos telones. Además del drama económico por venir, hay otras preocupaciones entre los gibraltareños. En un amplio sector la incertidumbre ha transformado en pesimismo. No sucede así en otros casos. Hoy, en el medio de la espiral, es el turno de mostrarse seguros y positivos, que es cosa muy de mercaderes. «No me parecería democrático que tanto nosotros como los escoceses e irlandeses nos hayamos pronunciado tan claramente, pero que nuestros sentimientos queden liquidados por estar mezclados los resultados con los de Inglaterra». Quien habla es Kenneth Ásquez, agente de futbolistas, que confía en que se llegue a algún acuerdo conveniente para todos. En eso coincide con el mensaje de su ministro principal, Fabian Picardo, que es en efecto un desafío, pero que nada tiene por qué cambiar. Pero Ásquez prefiere no hablar de políticos. Hace así con la mano, como quien golpea en la cafetería una mosca pesada.
«El problema es la incomprensible irresponsabilidad de David Cameron (primer ministro de Reino Unido) por llevar este asunto hacia adelante», opina Ásquez, quien entrevé una maniobra política puramente táctica del actual «premier». El sentido de Estado es un temperamento extinto en Europa. «Se comprometió al referéndum sólo por mantener su liderazgo en el partido conservador, sin calibrar realmente las consecuencias», considera Ásquez. En Francia, se preguntan desde el cambio de siglo que dónde están los grandes hombres. Tres cuartos de lo mismo al otro lado del Canal de la Mancha.
Hay gibraltareños que tratan de buscar el tercer pie al gato, que será lo mismo que rastrean en Escocia o en Irlanda del Norte. Sería el cepo que evitaría el movimiento. «Sabemos convivir en la Unión Europea pero ahora tenemos que pagar los platos rotos», dice un Ásquez que subraya un dato: la relativa mayoría que pretende hacer pagar la vajilla entera, es decir la diferencia entre la salida y la permanencia ha resultado, en Inglaterra, sólo en ella, de unos 1,2 millones. El electorado fue de más de 40 millones. El británico, sea de donde sea, se ha transformado en un ser demediado. De repente. La división es otro de los dramas que destacan los viandantes de la Main Street. Mary Hardidge, inglesa de Brighton, residente en Cádiz, donde se gana la vida como profesora, ha venido a pasar el día a Gibraltar, donde es cliente habitual de sus boutiques. «Esto es una vuelta atrás. No entiendo nada. Me está sorprendiendo la crispación de la gente, la intolerancia hacia las posturas de los demás», refiere Hardidge, que luce a su perro con una bandera de la Unión Europea. Para la juventud urbana, la incertidumbre consiste en retroceder 43 años en la historia. Para un sector de los mayores, aquellos tiempos de té y pastas vespertinas fueron precisamente la felicidad. La nostalgia no retiene los «stukas». «Lo preocupante es que el mensaje ganador se parezca tanto al que veía en los pueblos franceses gobernados por Le Pen, ‘‘mil extranjeros, mil crímenes’’. Eso es nacionalismo y racismo», cuenta Hardidge al rememorar sus años Erasmus en el país vecino.
La realidad gibraltareña no es la de las islas. Aquí, en el Peñón, donde la mezcolanza es generalizada, la propia de una línea fronteriza de estas características, sería impensable oír a alguien temiendo que, en 30 años, naciera el último niño blanco puramente británico. La conmoción en la Roca deviene de cuestiones igual de mundanas, pero más terrenales. Aún así, pese a la preocupación reinante, la consigna es seguir con el negocio. En la cafetería de la plazoleta de la Catedral un cliente juega en la tragaperras. «Debemos ser fríos», recuerda Ásquez. Saldremos adelante. Conseguiremos un estatus especial con Europa. Para eso está la política. Ahora toca esperar, sin pánico, cómo se desarrollan los próximos meses», se quiere tranquilizar.
El espíritu «coaching», pese a la inquietud indisimulada, amortigua momentáneamente el golpe. ¿Y ahora qué? Al ser un proceso de dos años, como indican los tratados sobre la escisión de un Estado miembro, «no habrá un éxodo de gibraltareños, pero ya debe de haber más de uno mirando alternativas profesionales». Ásquez, por ahora, dedicado a la representación de futbolistas, seguirá yendo y viniendo de Inglaterra. «Yo sigo a lo mío». Por eso mismo, por conocer de cerca el fútbol, Ásquez se consuela con los ejemplos balompédicos: «Países como Noruega o Suiza no pertenecen a la UE y, sin embargo, no regulan contra la libre circulación». Hay que ser optimistas. Lo ha recordado Picardo en sede parlamentaria: «A seguir con los negocios, como siempre». En la calle principal de Gibraltar, repentinamente, no se habla más que de fútbol. Y a esperar.
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