
Barcelona
Giovanna Valls: «Reaccioné cuando el médico me dijo que iba a morir»

La hermana del primer ministro francés narra en un libro cómo logró desengancharse de la droga
Giovanna Valls (París, 1963) ha escrito un testimonio valiente y conmovedor en el libro «Aferrada a la vida» (RBA). En él saca a la luz cartas familiares y de su entorno más íntimo y reflexiones sobre el proceso de recuperación tras someterse a una cura que la llevó a abandonar su enganche a la heroína en 2006. Valls, hija del pintor Xavier Valls y hermana del primer ministro de Francia, habla en su libro sobre la adicción y la depresión, la emoción y la autoestima.
–El libro está escrito en forma de diario. ¿Siempre le ha gustado escribir?
–Siempre me ha gustado escribir y leer. En mi época no había tele, así que me empapé de la literatura francesa. Escribía poemas cuando era pequeñita. Luego me quedé unos años en blanco y negro. Pasé de ver películas en blanco y negro que me hacían sonreír a ver mi propia película en blanco y negro, que ya no me hacía sonreír. Cuando decidí salir del pozo de la droga en 2004, tomé la decisión de escribir lo que me iba a pasar desde aquel momento.
–¿Comó entró en la droga?
–Yo no entro en la droga. Yo me topo con la droga con 20 años. Fue en casa de unos conocidos con una raya de heroína. A partir de ahí, la neurona de mi cerebro se engancha a esta droga tan feroz y carnívora. Entonces me voy, dejo mi ciudad natal, París, y me instalo en Barcelona en 1985, donde consigo salir de la heroína. Durante casi diez años tuve una vida limpia y digna. Después de ese tiempo, una historia mal vivida, con un hombre aterrador y maltratador, me desquicia y me rompe. A la merced de todos, con la carita que me queda, a las primeras de cambio me vuelven a proponer: «¿Quieres?» Y digo que sí. Y el «sí» me lleva a Can Tunis, que es un barrio de Barcelona que ya no existe, donde me hundo en el mundo yonki de la droga.
–¿Tienen las drogas algo bueno?
–Nada. Si estamos hablando de heroína, cocaína, LSD, ácidos, de las drogas adictivas, no hay nada bueno. El precio que yo he pagado por drogarme es el virus del sida.
–La entrada en el mundo de la droga tan joven, ¿tiene algo que ver con un entorno social y una época, a principios de los años ochenta, cuando había menos información y más ingenuidad con respecto a las drogas?
–No. Que sea hija de un gran pintor figurativo como fue mi padre y que yo tuviera un nivel cultural no tiene nada que ver. No me drogué por culpa de mi padre ni de mi madre ni de mi hermano. Me drogué porque me encontré con una cosa y me la dieron a probar. Mi familia siempre ha estado a mi lado, intentando sacarme de ahí, aunque no siempre lo consiguió. Entré en la cárcel por cuatro hurtos, pero la cárcel no te lleva a nada. Te recuperas un mes, te desenganchas y cuando estás a punto de salir de prisión la única cosa que tienes en la cabeza es volver a drogarte.
–¿Cuándo decide salir del pozo?
–Cuando los médicos te dicen que estás a punto de palmar y que te queda poco de vida. Entonces yo reaccioné, porque en el fondo no me quería morir. Mi familia y mis amigos estaban padeciendo mucho. Pero, ¿quién padecía más? Yo, que es la que se iba a morir. Y no tenía ganas. No quería. En el libro cuento con una metáfora lo que pasó una noche: puse a un lado de la balanza mi vida y en el otro una jeringuilla, que es la muerte. Y al amanecer ganó la vida.
–¿Es una persona ahora más fuerte y dura después de esta experiencia?
–Dura no lo sé, tal vez una persona más valiente y con más coraje. Vulnerable lo seré toda mi vida por muchos motivos, por la sensibilidad, por haber sido una ex adicta muy adicta. Siempre me voy a tener que proteger muy bien con la gente que está a mi alrededor. Soy vulnerable porque me puede pasar cualquier cosa. La adicción a veces está ahí, la neurona te la sigue recordando y es en ese momento cuando tú tienes que decir: «No me grites».
–¿Cuál es el momento más feliz de su vida?
–Yo he tenido muchos momentos felices en mi vida, pero reconozco que uno de ellos es cuando vuelvo de Brasil, en 2006, renovada y reconstruida y con el virus del sida indetectable en mi sangre, y una cosa muy asumida, que es la renuncia a la droga. Y ésa es la clave: tener la renuncia clara sabiendo que tú eres vulnerable.
–En Brasil toma la ayahuasca. Y le va muy bien.
–La ayahuasca es una sustancia no adictiva que me ayudó, me dio las herramientas para un crecimiento personal. Pero no me salvó la vida, lo que me salvó la vida fueron mis retrovirales, mi capacidad y la de mi psiquiatra, los siete meses y 23 días que pasé en una clínica privada y los ocho meses que estuve en la selva amazónica de Brasil. La ayahuasca me abrió la consciencia y me ayudó a conocerme mejor y a pedirme perdón. Llegar al perdón es una de las cosas más importantes en una vida como la mía, en la que has hecho tanto daño. Éste es el momento más feliz, cuando yo puedo perdonar y me siento perdonada.
–¿Quién se siente más orgulloso de su recuperación?
–Mi madre. Está orgullosa de verme después de haber padecido cerca de mí tantos años.
–¿Su hermano ha leído el libro?
–Sí, lo leyó en 2011, antes de ser ministro del Interior. Se lo ha vuelto a leer ahora, que es primer ministro de Francia. Es el primero que está orgulloso de mí y muy feliz de verme así.
–¿Ahora hay más información sobre la droga?
–Hay más información, por supuesto, y mucha ayuda a la drogadicción, sobre todo en Cataluña, donde tuve una ayuda en aquellos momentos que no encontré en Francia. Pero se ha bajado la guardia. La gente piensa que la heroína ya no existe en nuestra sociedad, que la cocaína no está tan bien vista como antes. Y éstos son temas tabús, de los que se hablan poco. La heroína sigue existiendo. No sólo está en las vías muertas de los yonkis dejados de la mano de Dios. La heroína también está en los mejores sitios.
–¿Ha ayudado a mucha gente?
–Yo creo que este libro puede ayudar a un montón de gente atrapada y no atrapada, y a sus familiares, porque da pautas para llevar bien un tratamiento y salir de ello.
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