País Vasco

El árbol único vasco que no se encuentra en el resto de España: resiste al frío y a la lluvia

Donostia-San Sebastián conserva una especie singular que pocos conocen por su verdadero nombre, pero que lleva más de un siglo resistiendo los embates del mar y el paso del tiempo

Tamariz: el árbol único vasco que no se encuentra en el resto de España
Tamariz: el árbol único vasco que no se encuentra en el resto de EspañaHotel Monte Ulía

El Paseo de La Concha no sería el mismo sin su hilera de árboles de aspecto frágilpero sorprendente resistencia. Ligeros, de ramas finas y porte discreto, son conocidos erróneamente por muchos como "tamarindos". Sin embargo, su nombre correcto es tamariz, una especie de árbol que, pese a su aparente fragilidad, ha demostrado ser extraordinariamente resistente al clima atlántico. Su presencia en San Sebastián es tan característica que cuesta creer que no se haya extendido al resto del país, donde raramente se le ve ocupar un espacio tan protagonista.

La confusión es tan antigua como persistente. Muchos donostiarras continúan llamando “tamarindos” a estos árboles por una simple cuestión fonética, pero la realidad es que el tamarindo, originario de climas tropicales, nada tiene que ver con el tamariz, autóctono del entorno mediterráneo y atlántico europeo. Mientras el tamarindo da frutos comestibles y crece en regiones cálidas, el tamariz se adapta a terrenos salinos, vientos constantes, lluvias abundantes y suelos pobres.

En Donostia, su hábitat ideal ha sido el Paseo de La Concha, donde su imagen estilizada y su capacidad de regeneración ante tormentas lo han convertido en parte del paisaje urbano.

Un árbol único en San Sebastián que resiste al frío y al tiempo

La historia de los tamarices en Donostia se remonta a finales del siglo XIX. Fue Agapito Ponsol, entonces concejal del Ayuntamiento e hijo del comerciante francés Bernardo Ponsol, quien trajo las primeras semillas desde París tras un viaje en el que quedó fascinado por este árbol poco común. Inspirado por las corrientes urbanísticas francesas que por entonces marcaban tendencia, Agapito quiso introducir esta especie como parte de una visión moderna y funcional del urbanismo donostiarra.

Según el historiador Luis Murugarren, Ponsol no sólo eligió al tamariz por estética, sino por su utilidad: resistía las condiciones del entorno marítimo sin perder su porte y, además, creaba una barrera vegetal eficaz contra el viento. El árbol fue recibido con escepticismo y hasta desprecio: se le llamó "árbol enano" y algunos se burlaban de su escaso follaje. No obstante, el tiempo dio la razón a quienes apostaron por él.

Lo que hace especial al tamariz donostiarra es que ha adquirido con el paso de los años una identidad visual muy vinculada a la ciudad. Si bien se pueden encontrar tamarices en marismas o riberas fluviales en otras partes de España. Por ejemplo, en tramos del Ebro o del Guadalquivir, en ningún otro lugar han sido plantados en alineaciones urbanas tan características como en Donostia. En el norte, su presencia es excepcional, y su adaptación a la lluvia constante y al viento salado es un testimonio de su versatilidad.

Su mantenimiento no es menor: los tamarices necesitan podas regulares para mantener su forma y salud. Si se dejan crecer libremente, pierden su forma elegante y se vuelven desordenados, por lo que el cuidado constante por parte de los jardineros municipales ha sido clave para que luzcan tal como los conocemos.

Hoy, los tamarices son mucho más que un adorno del paseo marítimo: son parte del imaginario colectivo de San Sebastián. Desde el Peine del Viento hasta los márgenes del Urumea, su silueta aparece en miles de fotografías y postales. Muchos desconocen su nombre, pero todos reconocen su figura.

Con más de un siglo de historia a sus espaldas, estos árboles han sobrevivido temporales, cambios políticos, urbanísticos y hasta errores nominales. Son, en cierto modo, la metáfora perfecta del carácter donostiarra: discretos, resilientes, y profundamente ligados a la tierra que los acoge.