Israel

Israel, ¿hacia un nuevo bloqueo político?

El electorado israelí se ha posicionado a la derecha del espectro político, pero la división de los partidos que lo conforman puede provocar otro colapso tras las elecciones del 17 de septiembre que impida gobernar a Netanyahu

Operarios cuelgan un cartel electoral durante la campaña de marzo donde aparece Netanyahu y candidatos de su partido/Reuters
Operarios cuelgan un cartel electoral durante la campaña de marzo donde aparece Netanyahu y candidatos de su partido/Reuterslarazon

El electorado israelí se ha posicionado a la derecha del espectro político, pero la división de los partidos que lo conforman puede provocar otro colapso tras las elecciones del 17 de septiembre que impida gobernar a Netanyahu

Más allá del resultado final tras la repetición de las elecciones en Israel previstas para el próximo 17 de setiembre, nadie pone en duda que el electorado israelí está claramente escorado a la derecha del espectro político. No es un fenómeno reciente basado en la longevidad del actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, que superó recientemente al fundador del Estado, David Ben Gurión, como el líder con más tiempo en el cargo.

Desde el ascenso al poder del Likud en 1977 de la mano de Menajem Beguin –que puso fin a casi tres décadas de hegemonía laborista desde la fundación del país en 1948–, tan solo los breves mandatos de Shimon Peres (1984-1986 y 1995), el asesinado Isaac Rabin (1992-95) y Ehud Barak (1999-2001), han interrumpido la hegemonía de la derecha.

Ante una diluida oposición a Netanyahu, encabezada por la formación Azul y Blanco del ex comandante en jefe del Ejército Benny Gantz, al Likud –junto al resto de partidos satélite de derecha, extrema derecha y religiosos– le volvían a cuadrar los números para seguir gobernando: entre 61 y 65 escaños de 120. No obstante, en un sistema tan fragmentado como el israelí, con múltiples facciones que representan los intereses de sectores muy distantes, a Netanyahu se le atragantó de nuevo el hueso que le precipitó al adelanto electoral en abril: Avigdor Lieberman.

Tras el lanzamiento de más de 400 proyectiles por parte de facciones armadas en la Franja de Gaza en noviembre de 2018, Lieberman, líder del partido Israel Beitenu, renunció al cargo de ministro de Defensa por la «rendición ante el terror» de Netanyahu, que nuevamente acordó un frágil alto el fuego con Hamás, además de permitir el ingreso de millones de dólares cataríes en la franja palestina.

A pesar de los continuos ataques directos entre ambos, tras las elecciones de abril volvieron a negociar y se especuló con que Lieberman retomaría el mismo cargo, pero una nueva discrepancia dinamitó el acuerdo: no aceptó las condiciones impuestas para formar coalición por las formaciones ultraortodoxas, fundamentalmente sobre la ley que exime a los jóvenes jaredíes, que estudian religión a tiempo completo, de enrolarse en el Ejército.

Por ello, los análisis en la prensa israelí coinciden en que las elecciones pueden producir un nuevo callejón sin salida. Los principales contendientes en los sectores de derecha y religiosos serán el Likud del actual primer ministro, partido hegemónico y heredero del revisionismo sionista de Zeev Jabotinsky.

También están la coalición Yemina, liderada por la ex ministra de justicia Ayelet Shaked, que agrupa al secular-religioso Nueva Derecha, el referente histórico del sionismo religioso Casa Judía y la Unión Nacional; los partidos ultraortodoxos Shas (sefardíes) y Unión del Judaísmo por la Torah (ashkenazies), que a pesar de solo centrarse en los intereses de sus comunidades ya han manifestado su lealtad a Netanyahu; Israel Beitenu, del actor clave Avigdor Lieberman, una derecha laica que representa esencialmente a inmigrantes judíos de las ex repúblicas soviéticas; y dos formaciones minoriarias con escasas opciones de lograr representación: la extrema derecha de Otzmá Yehudit y el mesiánico Zehut.

Para comprender las diferencias ideológicas que enfrentan a las distintas corrientes derechistas, LA RAZÓN conversó con activistas judíos de origen latinoamericano. Tony Raichler, del Likud, defiende su pertenencia a esta formación porque es «la única manera de influir en la derecha. Es el partido más grande, donde cada voto tiene 60 veces más influencia que optando por otros.

Sus integrantes serán probablemente la mayoría de los próximos ministros, así que cualquier otra opción es tirar el voto». El joven carga contra los principales competidores: «Liberman parece que no tiene ideología, se define de derecha pero se va con la izquierda y no ayuda a formar gobierno. Y Yemina es prácticamente un partido sectorial, una imitación falsa del Likud que reivindica que son liberales y religiosos al mismo tiempo».

Gaston Saidman, que fue activista en el Israel Beitenu de Lieberman, reivindica a su líder porque «se basa en su palabra y lo que promete. Una de las batallas de Lieberman fue enfrentarse a la disciplina ortodoxa, que condiciona mucho al gobierno». Remarcando su carácter secular, recuerda que Lieberman presionó en el pasado para lograr transporte público en ciudades durante el shabbat, día de descanso judío, medida que enfurece a sectores religiosos.

Sobre su salida del Ejecutivo, Saidman valora que «vivimos en una democracia, y en el gabinete de seguridad todas sus propuestas fueron rechazadas, incluso la idea de destruir Hamás en 48 horas». En su pulso con los religiosos, reivindica que Israel Beitenu defiende un país basado en símbolos judíos, «pero no regido por la halajá (ley judía)».

Federico Pimpan, que votará a la extrema derecha de Otzmá Yehudit, considera que «Netanyahu no tiene una política clara, no es la derecha verdadera». Cree que a nivel de atentados «todo sigue igual, que no entra definitivamente a Gaza o Ramala, y el sistema social y laboral de Israel es un desastre».