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JFK, una conspiración en busca de autor

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JFK, una conspiración en busca de autorlarazon

La familia Kennedy, Johnson y Nixon creyeron que tras el magnicidio de Dallas hubo un complot. Algunos documentos así lo confirman. ¿Qué pasó aquel día?

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En la sede de los Archivos Nacionales, en Maryland, cerca de Washington, se conservan dos piezas emblemáticas de los dramáticos sucesos ocurridos en Dallas hace ahora 50 años. No están en exposición pública, pero son símbolos de aquellos hechos: el rifle Mannlicher-Carcano con el que se disparó contra John F. Kennedy y el vestido rosa de Jacqueline con manchas de sangre seca de su marido. Si esos dos objetos hablaran nos podrían aclarar uno de los mayores misterios de la historia reciente. Desde que la comisión ordenada por Lyndon Johnson a investigar el magnicidio, dirigidos por Earl Warren, dio carpetazo al tema, nadie ha quedado satisfecho con la solución: un loco solitario llamado Lee Harvey Oswald disparó tres certeros disparos y dos días más tardes fue asesinado por otro loco solitario llamado Jack Ruby.

22 de noviembre de 1963. El presidente John F. Kenned que en cuestión de segundos sería fatalmente disparado.

John F. Kennedy se desploma en el asiento trasero de la limusina, que acelera por Elm Street hacia el puente de la autopista. La primera dama Jacqueline Kennedy se inclina sobre él.

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El primero en no quedar convencido con estas conclusiones fue Robert F. Kennedy, el hermano del presidente y en 1963 fiscal general de Estados Unidos. «Yo sabía que iban contra nosotros, pero pensaba que sería contra mí», le dijo RFK a sus aliados tras conocer la noticia de Dallas. En los días que siguieron a la tragedia, Bobby se entrevistó con sospechosos y ordenó a muchos de sus aliados que indagaran en el caso. Uno de los datos más sorprendentes fue que él y su cuñada Jacqueline enviaran poco después, y a espaldas del presidente Johnson, a un aliado para entrevistarse con el dirigente soviético Nikita Kruschev. El mensajero le comunicó que la familia Kennedy sabía que había una conspiración de grandes proporciones, pero todavía no era el momento de hacer frente a ella por haber quedado desterrados del poder. A principios de este año, durante una conferencia, Robert Kennedy Jr. confirmó que su padre sospechaba que Oswald no había actuado solo.

Eso mismo pensaban también los dos presidentes que sucedieron a Kennedy en la Casa Blanca. Lyndon Johnson creía en una conspiración internacional que podría desembocar en una guerra nuclear. En el Air Force One, mientras viajaba con destino a Washington con el cadáver de su predecesor en el mismo avión, le soltó a uno de sus ayudantes que probablemente en ese instante ya se habrían disparado los misiles. Cuando abandonó el cargo, solo y dejado por su propio partido, le diría al periodista Walter Cronkite que el asesinato de Kennedy no estaba claro, insinuando que detrás podría estar ni más ni menos que Fidel Castro. Johnson sabía que el 22 de noviembre de 1963 en Dallas estaba Fabián Escalante, uno de los responsables de los servicios secretos cubanos.

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Ooctubre de 1962: John F. Kennedy aplaude al tiempo que sus hijos Caroline, centro, y Juan Jr, bailan en el Despacho Oval.

Por su parte, Richard Nixon sospechaba que tras el magnicidio se encontraban los anticastristas y la CIA. Paranoico como pocos, tal vez únicamente superado por Johnson, Nixon definía todo eso como «el asunto de bahía de Cochinos», en referencia a la fracasada invasión de Cuba en 1961. Kennedy asumió la responsabilidad, pero en privado acusó a la CIA de traición. Nixon sospechaba que los mismos que habían puesto en marcha bahía de Cochinos, habrían organizado el asunto de Dallas. Una prueba de todo ello es que en sus últimos días de vida, Kennedy había visto con buenos ojos que se iniciara un diálogo secreto con Castro. Si eso llegaba a oídos de la cúpula militar, el presidente estaba firmando su condena.

En la caravana presidencial, justo detrás del coche en el que viajaban los Kennedy y el gobernador John Connally y su mujer, estaban dos de los más fieles aliados del líder caído: Dave Powers y Kenny O'Donnell. Ambos vivieron en primera persona el tiroteo y llegaron a la misma conclusión: el presidente era víctima de un fuego cruzado y no únicamente de los disparos procedentes del almacén de libros. Sin embargo, pese a que en un primer momento le comunicaron sus impresiones a los investigadores, se les invitó a que reflexionaran sobre los hechos que, tal vez, habían tergiversado inocentemente, fruto de aquella experiencia dramática. Por ello, no dijeron la verdad a la comisión Warren, algo que martirizó sobre todo a O'Donnell, consciente de que había cerrado las puertas a saber la verdad.

Tampoco las cosas fueron muy bien dentro de la comisión Warren. Uno de sus miembros más combativos, el congresista Hale Boggs, le dijo a Warren que tenía «serías dudas» sobre la hipótesis de un único asesino. Boggs llegó a reunirse en secreto con el fiscal de Nueva Orleans, Jim Garrison, cuando abrió con mucho ruido el caso. Para los amantes de las especulaciones, el final de Boggs aumenta el mito de que sabía algo más y que era una incómoda voz crítica. En 1972 desapareció en un accidente de avión del que nunca se encontró rastro alguno.

A lo largo de los años, las teorías que han surgido sobre el crimen son de lo más variado, pero lo que quedan son las pruebas y los testimonios de los que vivieron directamente esos acontecimientos. Son numerosos los archivos que se están haciendo públicos, como los de la Policía de Dallas o la biblioteca presidencial Lyndon Johnson. Uno de los documentos más interesantes que pueden leerse ahora procede del FBI y se refiere a una conversación mantenida con el jefe de la mafia de Nueva Orleans, Carlos Marcello, por una fuente anónima, probablemente un compañero de celda. El 4 de marzo de 1986, los agentes Raymond A. Hult y Thomas K. Kimmel anotaron en su informe que Marcello presumía y se alegraba de haber ordenado el asesinato, aunque «lo único que siento es no haberlo matado personalmente». Por desgracia, nadie siguió la pista Marcello como tampoco la que relacionaba los sucesos de Dallas con otro mafioso, Sam Giancana, que le confesaría a su hermano que él había tenido algo que ver con aquello.

Con los años también han de-saparecido pruebas clave, lo que ha fomentado más de una teoría de la conspiración. El cerebro fue extraído del cuerpo del presidente y depositado en una urna. Se consideraba que era un elemento importante porque podría haber quedado fijada la trayectoria de la bala mortal. Pero Robert Kennedy no quería que el cerebro y el primer ataúd de su hermano, el empleado en el traslado de Dallas a Washington, acabaran como reliquias morbosas en un museo, por lo que logró que fueran destruidas. Igualmente Johnson no tardó en solicitar que la limusina presidencial, un modelo Lincoln, fuera enviada al taller y reparada, desapareciendo de nuevo elementos fundamentales para una investigación.

Fueron muchos los que quemaron papeles esos días. James Hosty, un agente del FBI que seguía a Oswald en Dallas, tiró por el retrete una nota manuscrita que le había dejado Lee Harvey pidiendo que no lo molestaran más. Para la oficina del FBI en la ciudad tejana no tenía ningún sentido que se conservara ese papel, especialmente después de que Ruby matara al principal sospechoso del asesinato.

Probablemente el epílogo más triste lo firmó Robert Kennedy. El 5 de junio de 1968 ganó las primarias de California, un paso decisivo para lograr la nominación del Partido Demócrata para la presidencia. Atrás quedaban años de sufrimiento, con la huella de su hermano detrás. «Creo que por primera vez me he quitado la sombra de Jack», le dijo a O'Donnell. Pocas horas después, otro loco solitario lo mataba.