Brexit
La (auto) destrucción del gobierno
En tan solo dos meses, el primer ministro, Boris Johnson, ha llegado a un callejón sin salida en su búsqueda de una salida sin acuerdo de la Unión Europea. Lo que no está claro es si Gran Bretaña puede escapar del daño político, económico y social autoinfligido después de tres años de división y caos. Este puede ser el cambio más grande en el país desde 1945:es posible que veamos la secesión de Escocia, y un mayor desapego por parte de Irlanda del Norte. El Parlamento británico aprobó el proyecto de ley que extiende el plazo del Brexit del 31 de octubre por otros tres meses. También rechazó la petición de Johnson de celebrar unas elecciones anticipadas, evitando así que el «premier» regresase sigilosamente a su cargo, para revivir el Brexit sin acuerdo antes de Halloween. Ha sido una reprimenda asombrosa a Johnson y a su principal subalterno, Dominic Cummings. Mintieron sobre el informe que desarrolló el Gobierno sobre el colapso el 31 de octubre (la Operación Yellowhammer), que avisaba sobre la escasez de alimentos y medicinas, días de demoras en los puertos, atención social y servicios públicos muy reducidos, y una recesión para el próximo año. Suspendieron al Parlamento por cinco semanas, del 11 de septiembre al 14 de octubre. Pero calcularon mal. Pensaron que, con la suspensión del Parlamento solo unos días hábiles antes del 31 de octubre, la oposición no iba a tener suficiente tiempo como para aprobar la legislación. De hecho, la coalición –del Partido Laborista, los nacionalistas escoceses, los liberaldemócratas, el Cymru de Gales y los Verdes– estaban listos tan pronto como el Parlamento reabrió el 3 de septiembre. En cuestión de horas, aprobaron el proyecto de ley para que el Parlamento retomase el control de la agenda legislativa y, por lo tanto, del proceso del Brexit. Sin embargo, a pesar de la gravedad que supondría una salida sin acuerdo, ese es solo el comienzo de la crisis que ha provocado el Gobierno de Johnson. Enfurecido porque sus planes se habían descarrilado, el Gobierno castigó a 21 diputados conservadores que votaron para bloquear la salida sin acuerdo. Los rebeldes, incluidos ocho ex ministros, dos ex ministros de Finanzas, el diputado británico con mayor antigüedad, y el nieto de Winston Churchill, Nicholas Soames, fueron expulsados del partido. En la búsqueda implacable, aunque caótica, de la salida sin acuerdo, Johnson y su círculo íntimo ahora están preparados para destruir al clásico Partido Conservador. Lo que quedará será una facción derechista, incluso de «extrema derecha», dedicada a aislar a Reino Unido de la UE, y sin una agenda clara más allá de eso. Para retener el poder, tendrá que ir en coalición con el Partido Brexit, de extrema derecha. El primer ministro se jacta, en un vano intento de ser Winston Churchill, de que un Brexit sin acuerdo sería como una «Edad de Oro» para Inglaterra. No hay nada de oro en la búsqueda autodestructiva de su Gobierno. Y el bronce empañado que queda, podría ser una Inglaterra despojada de Escocia, de Irlanda del Norte y de la seguridad económica y social, todo por ecos vacíos de un Reino Unido que supuestamente gobernó Europa y gran parte del mundo.
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