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«La emigración no la va a parar ningún muro»
Desde la resignación al optimismo a ultranza, los mexicanos se definen a sí mismos como un pueblo diverso pero unido frente a la hostilidad del vecino del norte que les da la espalda.
Desde la resignación al optimismo a ultranza, los mexicanos se definen a sí mismos como un pueblo diverso pero unido frente a la hostilidad del vecino del norte que les da la espalda.
Rafael vive y trabaja en Ciudad de México, pero la sombra del muro que Trump quiere construir 1.800 kilómetros al norte llega hasta el mostrador del pequeño puesto de tacos con el que logra reunir al mes los 8.000 pesos que le permiten, mal que bien, llegar a final de mes en Indios Verdes, uno de los más deprimidos arrabales de la ciudad más grande del mundo. Hace 13 años, dos de sus hermanos viajaron al norte atravesando a pie la frontera con el estado de Arizona en Nogales. Actualmente viven en Douglas, una pequeña ciudad estadounidense separada de Agua Prieta, en el estado mexicano de Sonora, por un muro poroso que amenaza con cerrarse herméticamente y alargarse cientos de km al este y al oeste. Sus hermanos trabajan en una carnicería y en un centro comercial y tardaron una década en legalizar su situación en EE UU. Han sido afortunados. Rafael, el hermano mayor, tuvo que quedarse en Indios Verdes y seguir con el puesto. «Cuando ganó Trump supe que mi hijo no podrá irse allá con los tíos», resume sonriendo.
Es difícil encontrar a alguien en Ciudad de México que no tenga familia «con los gringos». Mario trabaja en una exitosa cadena de restaurantes mexicanos, concretamente en la franquicia del lujoso barrio de Polanco, a pocos metros de un concesionario Bentley. «La emigración no la va a parar ningún muro. Ha habido muchos muros ya y no han servido para nada», comenta. Le preocupa más que Trump corte las alas al Nafta –el tratado de libre comercio entre Canadá, EE UU y Mexico– que que «los gringos» se gasten billones de dólares en construir un muro que no va a servir para nada. «La gente de las zonas rurales seguirá emigrando. Aquí en la capital se vive más o menos bien, pero en las zonas rurales de Jalisco, Guadalajara... Ellos van a seguir yendo allá para tener su oportunidad», dice. ¿Y qué le parece que Trump quiera hacer pagar el muro al Gobierno de México? Deja de sonreír al instante. «Eso es una burla».
Esta semana, coincidiendo con la visita del ministro de Exteriores español a la capital mexicana, se ha hecho público el borrador inicial del que será el primer presupuesto de la Administración Trump. El presidente ha pedido al Congreso 1.500 millones de dólares para empezar a desarrollar tecnologías y localizaciones para su muro. La petición de fondos para 2018 asciende a 2.600 millones y optimistas estimaciones internas hablan de que todo el proyecto costará 20.000. Y ese no es el único coste que tendrá sellar los 3.000 km de frontera que aún no están cercados por vallado de algún tipo. A todos ellos podría hacer frente Trump creando un impuesto sobre los 27.000 millones de dólares que los mexicanos residentes en EE UU envían a sus familiares. Tasando, por ejemplo, un 25% de este flujo de capital, Trump podría construir su muro con un beneficio añadido: disuadir a las nuevas oleadas de migrantes de cruzar ilegalmente la frontera. De hecho, numerosos expertos consideran que ésta es la mejor manera de frenar la inmigración ilegal: no construyendo barreras físicas, sino logrando que el viaje a EE UU conlleve más problemas que soluciones.
Sin embargo, nadie, ni siquiera Trump, cree que este tipo de maniobras quedará sin respuesta de México y algunas de estas posibles represalias ya empiezan a delinearse. México podría sacudirse de encima la dependencia que tiene actualmente de maíz estadounidense reduciendo sus compras drásticamente en tres años y comprando este componente básico de su dieta en Canadá, Brasil o Argentina. La propuesta fue lanzada por Ríos Peter, el alma de la «Operation Monarch», un programa lanzado poco después de la victoria de Trump que tiene como objetivo ayudar a emigrantes indocumentados. Diego Preciado, miembro del PAN y, por tanto, opositor a Peña Nieto, quiere elevar la presión fiscal sobre las filiales mexicanas de los bancos de EE UU que accedan a elevar los costes de enviar dinero a México.
Pero sin duda la iniciativa que ha levantado más polémica en los medios ha sido la del senador Patricio Martínez, compañero de partido de Peña Nieto, que coordinó un estudio topográfico de la frontera entre México y EE UU y desempolvó viejos tratados bilaterales entre ambas potencias para concluir que más de 268 millas de esta línea divisoria imaginaria están más al sur de lo que deberían estar. «Debemos proceder a demandar que la frontera vuelva al lugar que le corresponde y que se nos devuelva el territorio», exigió Martínez. Sin embargo, poco deberían preocupar a Trump iniciativas como la descrita ya que en el Senado mexicano languidecen cientos de propuestas de este tipo durante lustros. De hecho, de las 1.035 iniciativas legislativas presentadas desde septiembre de 2015, sólo 96 se han convertido en ley. Un hecho que conocen de sobra los mexicanos, los principales perjudicados de la eternización provocada por la burocracia. Y algunos de estos mismos mexicanos, sorpresivamente, no ven con malos ojos el faraónico proyecto de Trump.
Eduardo regenta una librería a 300 metros de la plaza del Zócalo. Pasó 20 años en Pensilvania y ha regresado a su ciudad natal para pasar junto a sus padres, enfermos, los años que les queden de vida. Culto como a veces sólo son los libreros, su experiencia de dos décadas en EE UU le lleva a pensar en que, a pesar de su pujanza económica, la estadounidense es una sociedad enferma. «Y la prueba de ello es que han preferido a Trump», dice. Eduardo va incluso más allá, cree que el muro será beneficioso para México porque disminuirá la dependencia de la economía americana. «A la larga va a ser mejor porque vamos a comerciar más con Europa y otras regiones del mundo», argumenta.
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