Diplomacia

La historia se repite

La Razón
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La tragedia siria con el criminal Gobierno del dictador Bachar al Asad –quien decide sacrificar vidas de inocentes con el único propósito de consolidar su poder– representa sin duda un punto de atención en el concierto internacional. La respuesta del presidente de EE UU, Donald Trump, no se hizo esperar. «Rusia promete derribar todos los misiles que se disparen contra Siria. ¡Prepárate, Rusia, porque llegarán, lindos, nuevos e ‘inteligentes’! ¡No deberían ser socios de un Animal Asesino que con Gas que mata a su pueblo y lo disfruta!». Queda claro que el principal interés de Trump en Siria no es la vida de ciudadanos que son víctimas del sanguinario régimen sirio, sino establecer y alimentar una nueva Guerra Fría. Tomando en cuenta la alianza y compadrazgo entre Putin y Asad, Siria es simplemente una excusa, un tránsito para la confrontación con Rusia. Resulta evidente que Trump consigue su excusa para alimentar una nueva confrontación, una nueva batalla que le permita reordenar un mundo multipolar que le niega a EE UU exclusividades y consideraciones especiales en la dinámica geopolítica. «Las relaciones con Rusia están en su peor momento, esto incluye la Guerra Fría», añadía el magnate. Trump necesita de Rusia por varios motivos. En primer lugar, para conformar nuevamente un mundo bipolar que le permitiría recobrar la imagen de ese país fuerte, poderoso, imponente que una vez se vislumbró desde mediados del S.XX, hasta finales de los noventa. En segundo lugar, la Administración Trump necesita de Putin para reactivar la industria armamentística; históricamente está demostrado que cuando se encuentra operativa, el dinamismo económico se reactiva. Y, en tercer lugar, la necesidad de una confrontación pasa también por establecer un juego dicotómico que le obligaría a sus socios comerciales tomar una decisión: «O estás conmigo o estás contra mí». De esta manera, las probabilidades de éxito podrían aumentar si el país aliado, ese que desearía realizar acuerdos económicos, considera a EE UU una potencia, un actor naturalmente preponderante, en ningún caso, un país más. Tras los mensajes amenazantes, Trump aseguraba que no se sabía cuándo se daría lugar un ataque en Siria, «podría ser pronto o podría tardar», aclaraba. De no ocurrir una acción armada en territorio sirio o de perpetrarse una sencilla acción militar sin grandes consecuencias, quedaría confirmada la hipótesis de que sería más efectivo un juego de amenazas que una verdadera guerra entre colosos, con el riesgo de que tome dimensiones insospechadas. Justamente, así fue la Guerra Fría, y durante décadas, los dos gigantes, EE UU y Rusia, consolidaron, sin un sólo disparo de por medio, un verdadero poder: influyente e imponente, en todo el mundo. Veremos si Trump y Putin logran repetir la historia.