París
La primera dama recibe el alta y se avivan las dudas sobre su continuidad
Trierweiler salió del hospital Pitié-Salpêtrière sobre las 15.30 horas y se dirigió a la residencia oficial presidencial de La Lanterne, cercana al palacio de Versalles
Valérie Trierweiler abandonó ayer la habitación de la Pitié-Salpêtrière donde ha permanecido hospitalizada ocho días recuperándose de la crisis nerviosa provocada por la publicación de la infidelidad del presidente, François Hollande, con la actriz Julie Gayet. La primera dama, que abandonó el centro hacia las tres de la tarde, decidió instalarse para continuar con su cura de reposo en La Lanterne, el palacio que la Presidencia de la República tiene en Versalles y que habitualmente se utiliza como residencia de fin de semana o incluso veraniega. En un tuit agradeció «desde el fondo del corazón (...) todos los mensajes de apoyo y restablecimiento», la todavía periodista de «Paris Match». Como era previsible, el mandatario socialista no la esperaba a su salida. Hollande, que acudió a visitarla el jueves por la noche cuyo tenor no ha trascendido, pasó la jornada de ayer en su feudo de Tulle, en el suroeste francés. Con el alta médica de la periodista, el presidente galo ya no tiene excusa para dilatar más las explicaciones que el pasado martes se comprometió a dar sobre su situación conyugal. Hollande debe aclarar si Trierweiler le acompañará durante el viaje oficial a Estados Unidos del 9 al 11 de febrero próximos y si asistirá solo o no a la cena de gala a la que han sido invitados en Washington por el matrimonio Obama. Además, el escándalo «Gayetgate» ha puesto sobre la mesa el papel y el estatus oficial de la primera dama, un recurrente debate que hasta ahora todos los presidentes recientes han eludido. Incluso Hollande, para quien «lo importante es la transparencia». «Los medios destinados al cónyuge han de ser conocidos, publicados y deben ser lo menos elevados posibles», afirmaba esta semana. Mientras, algunos socialistas reclamaban acabar con esa figura, que responde a costumbres «anticuadas y en desuso», según François Rebsamen, un fiel «hollandista».
En Francia, el papel de la consorte del jefe del Estado no tiene existencia jurídica ni atribuciones específicas, pero la tradición ha perpetuado su existencia en la práctica, según un modelo heredado de la First Lady estadounidense. Desde Madame De Gaulle, cada inquilina del Elíseo ha ejercido el papel a su antojo. Danièle Mitterrand aprovechó precisamente la indefinición jurídica para ejercer en ocasiones una diplomacia paralela. Desde entonces gozan de un gabinete y un equipo de colaboradores a cargo de las arcas públicas.
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