Energía
La transición energética de Alemania: Del apagón nuclear al abrazo de la energía verde
Seis años después de la apuesta de Merkel, Alemania se ha embarcado con éxito en las renovables pese a las dudas de la industria
Seis años después de la apuesta de Merkel, Alemania se ha embarcado con éxito en las renovables pese a las dudas de la industria.
La vida de Angela Merkel tuvo un punto de inflexión el 11 de marzo de 2011. Pocos meses antes, su Gobierno había decidido prolongar el funcionamiento de las centrales atómicas alemanas. El último reactor se apagaría no antes de 2036. Una decisión con la que la canciller se tornaba inflexible y cómoda. Tras la unificación de Alemania, durante el Gobierno de Helmut Kohl, Merkel se convirtió en ministra de Medio Ambiente. Una cartera importante y apropiada para una doctora en Física que siempre sintió la nuclear como una energía manejable y carente de alternativas. Hasta la catástrofe de Fukushima. El 11 de marzo de 2011, un terremoto seguido de un «tsunami» devastó el noreste de Japón y desencadenó el mayor desastre atómico desde Chernóbil: en tres reactores de la planta se produjo una fusión del núcleo.
Tras la catástrofe, Merkel reconsideró públicamente su posición. «Los sucesos de Japón son un punto de inflexión para el mundo», afirmó. También lo fue para ella. En los meses posteriores, el Gobierno alemán modificó radicalmente su política nuclear y, por tanto, su política sobre medio ambiente. Un giro energético que arrancó antes, pero que tomó velocidad a raíz de esta tragedia.
Hoy, una tercera parte del suministro energético en Alemania proviene de energías renovables o de las también llamadas «energía limpias». Hectáreas de terreno, principalmente en el norte del país, aparecen ahora cubiertas de molinos eólicos o de placas solares que luchan por robar a la tierra los contados rayos solares que llegan hasta el suelo germano. Un hito que en el país ya se conoce como «Energiewende» (cambio de modelo energético) y que pretende impulsar las energías renovables reduciendo al mismo tiempo los combustibles fósiles y que hunde sus raíces en la conciencia ecológica de una nación que se ejemplifica en unas campañas de reciclaje muy asumidas entre la población o en un movimiento antinuclear muy activo.
Una de sus metas se alcanzó en mayo del año pasado, cuando, por primera vez, las fuentes de energía limpia cubrieron casi en su totalidad la demanda eléctrica de Alemania, logrando así un récord en el impulso de energías renovables o en la aprobación del «Plan de protección del clima 2050» con el que el Gobierno pretende reducir la emisión de los perjudiciales gases de efecto invernadero entre un 80% y un 95% hasta ese año. Pero no todo pinta tan idílico. «No hay ninguna referencia a los mecanismos para que el Gobierno logre ese objetivo», asegura a LA RAZÓN el politólogo Tadzio Müller, responsable de energía y movimientos por el clima de la Fundación Rosa Luxemburgo en Berlín. «No se puede decir que Alemania sea un país pionero en la protección del medio ambiente porque su riqueza actual se basa en un modelo de exportación ecológicamente destructivo, tal y como se demostró con el escándalo de los motores diésel», añade Müller. La industria y la necesidad de mantener la locomotora alemana a plena velocidad marcan la disyuntiva con este tema. ¿Cómo podrá Alemania mantener su estatus económico sin mermar las exigencias para la protección del medio ambiente? De cara a las elecciones, el partido de Merkel –la CDU– mantiene su apuesta por las energía renovables y apunta a fomentar los recursos de eficiencia. Los socialdemócratas mantienen en esencia el mismo mensaje que sus contrincantes y La Izquierda propone nacionalizar las compañías y redes eléctricas o abolir los descuentos para la industria. En el extremo contrario, los populistas de Alternativa para Alemania que, sin titubeos, proponen sacar a Alemania del Acuerdo de París y defienden mantener el carbón y la energía nuclear.
Campaña electoral aparte, desde la Federación de la Industria Alemana ya se ha dado la voz de alarma. En el sur de Renania del Norte, en la también conocida como cuenca del Ruhr, la mina de carbón de Ibbenbüren cuenta los días para su desactivación o el gigante energético E.On registra pérdidas millonarias desde que Berlín ordenara el apagón nuclear. Nos son las únicas. Las empresas químicas Bayer y BASF, los principales fabricantes de automóviles BMW, Daimler y Volkswagen o gigantes de la industria tales como Siemens y Thyssen, todos motores de la economía alemana, se ciernen en la incertidumbre ante las nuevas regulaciones y el futuro escenario político que deja sin vislumbrar el desenlace que provocará la energía verde. En declaraciones a LA RAZÓN, el experto en energía de Greenpeace, Tobias Austrup, alude a un fracaso en la gestión y en la lentitud de algunas empresas en adaptarse a las nuevas circunstancias, como quedó claro con el «Dieselgate». «Que una automotriz lance una campaña de protección de los anfibios no quiere decir que fabrique coches limpios», asegura. «Necesitamos normas ambiciosas a nivel internacional y que se apliquen por igual en todos los países». Para 2020, y como primera meta, Alemania quiere reducir las emisiones de gas en un 28%. Todo apunta a que no lo conseguirá.
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