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Los últimos escribanos de Marruecos

Ni los ordenadores ni internet han conseguido terminar con el oficio de escribano en Marruecos; en Rabat todavía un grupo de profesionales sigue redactando en sus viejas máquinas de escribir documentos por un puñado de dirhams. Los encuentras sentados a la intemperie en una concurrida calle de la medina de la capital con sus mesas de madera y sus dos máquinas de escribir, una con teclado en árabe y la otra con uno latino para los textos en francés.

Llevan cinco décadas dedicándose a este oficio que comenzaron ejerciendo de su puño y letra, y en estos años han ido ganándose el respeto de los vecinos porque su trabajo no solo se basa en redactar documentos, sino también en escuchar y aconsejar a sus clientes.

"Llegaron al barrio en un momento en el que el analfabetismo en Marruecos era muy alto y durante mucho tiempo ejercieron de intermediarios entre los ciudadanos y la administración pública", explica Abdelmajid El Had, un vecino de 52 años, que recuerda cómo cuando era niño mucha gente venía del campo a la ciudad en busca de los servicios del escribano.

Aunque el número de clientes ha decaído, son muchos los que siguen recurriendo a los escribanos en un país como Marruecos, donde los sistemas informáticos aún no han llegado a una parte de las administraciones públicas y muchos de los tribunales hacen uso de enormes cuadernos para registrar sus datos.

Los escribanos no redactan cartas personales, su trabajo se basa principalmente, excepto en algún caso concreto, en temas administrativos.

Contra lo que muchos creen, tampoco sus clientes son necesariamente analfabetos, pues la gente acude a ellos porque son una especie de notario, pero sin título oficial: ¿cómo conseguir redactar esa complicada demanda, sino con un profesional de la palabra?.

"No necesitas un diploma para desempeñar este trabajo, tan solo experiencia", comenta Abdelkader Walkadi, uno de los escribanos de la medina que heredó y aprendió el negocio de su patrón, ya fallecido.

Con unas grandes gafas de sol y un pelo canoso y rizado que le da un toque de cantante de rock más que de escribano, Walkadi atiende a una pareja que se sienta en las dos destartaladas sillas que él tiene colocadas frente a su mesa.

Se niega a comentar cuál es el tema que está tratando, porque la discreción y confianza del escribano es primordial en este oficio, pero la mujer lo explica: el profesor de su hija se ha metido en las cuentas de Facebook de las alumnas, por lo que han decidido presentar una denuncia ante el Tribunal de Rabat.

Después de una meticulosa conversación, Walkadi coge un folio y un papel de calco sujeto con una pinza de colgar la ropa para introducirlos en los rodillos que sujetan la hoja y después, haciendo uso tan solo de sus dedos índices, comienza a dar a las teclas.

En la calle pero organizados

Soluciones caseras en un anticuado oficio que termina con la caída del sol, porque no hay más luz para escribir.

"Cuando llueve, abrimos nuestros paraguas, los sujetamos como podemos y seguimos trabajando", comenta otro escribano, que no quiere dar su nombre, con 35 años de oficio a sus espaldas, y que cobra entre 30 a 100 dirhams (unos 2,5 y 9 euros) por documento.

En total son unos diez escribanos los que ocupan la calle, su calle, porque no cualquier persona puede desembarcar en ella con una máquina de escribir sin su consentimiento. Desde hace un año se han unido en una asociación con el objetivo de defender sus derechos.

Ya es de noche y han colocado un plástico sobre la mesa y la máquina de escribir, y esperan a que unos jóvenes lleguen para transportar "la oficina"al interior de unos locales que se están rehabilitando.

"Dicen que cuando terminen las obras, nos van a proporcionar un espacio", asegura este profesional de la Olivetti, habituado ya al olor y al humo que sale de los puestos de bocadillos de kefta (carne picada) que están en la misma calle.

Incluso los propios vecinos presionan para que esto ocurra porque, como dice uno de ellos, "durante muchos años han prestado una gran ayuda a los ciudadanos y lo mínimo es que se les ofrezca un espacio para poder trabajar".

¿Los ordenadores? "No me gustan. Son un quebradero de cabeza. Prefiero mi máquina de escribir. No me equivoco, trabajo despacio y lo hago muy bien", concluye el viejo escribano.